Antiguamente era una fortaleza y palacio real; su principal atracción son los jardines hídricos
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Sigiriya, una antigua fortaleza y palacio real, es una las las más populares atracciones de Sri Lanka y en 2019 recibió más de un millón de visitantes. Construida en el año 477, es considerado uno de los ejemplos mejor conservados de planificación urbana del sur de Asia y uno de sus sitios arqueológicos más importantes.
El palacio y la torre a lo alto de la roca junto a sus obras de arte lograron en 1982 que sea incluido en la lista de lugares patrimonio de la humanidad de la Unesco. Su principal atracción son sus jardines con ingeniosos sistemas hídricos que en el siglo V caminaron ilustres huéspedes los cuáles disfrutaban de ellos en la entrada de 1200 pasos.
El lugar tiene una brillante combinación de simetría y asimetría con formas geométricas y naturales, explicó el director del yacimiento Senake Bandaranayake en su ensayo “Sigiriya: ciudad, palacio y jardines reales”. Y agregó: “Los jardines de Sigiriya se componen de tres secciones interconectadas: la simétrica, con los jardines acuáticos geométricamente planeados; la asimétrica o cueva orgánica, con el jardín en la roca; la terraza escalonada que rodea la roca; y el jardín acuático en miniatura y los jardines de palacio en lo alto del peñón”.
En los jardines hay estanques, fuentes y arroyos ornamentados. Sumedha Chandradasa, quien trabajó como guia en Sri Lanka durante más de 24 años, lo describió: “Tendría un aspecto similar al de un resort de lujo actual con hermosos jardines y piscinas”.
El funcionamiento de los jardines es impresionante. Estos sistemas hidráulicos son considerados una maravilla de la ingeniería por el uso del poder hidráulico, los túneles subterráneos y la fuerza gravitacional que crea un sistema espectacular a la vista de estanques y fuentes que 1.500 años después aún funciona.
La fuente del agua de los jardines son unas reservas que están cercanas a la zona y los lugareños conocen como “tanques”. Cañerías utilizan la fuerza de gravedad y la presión hidráulica para enviar agua desde el tanque de Sigiriya, con una elevación superior a la de los jardines, hacia las diversas fuentes, estanques y acequias.
Parte del agua no llega desde el alto de Sigiriya. Los estanques situados en la cumbre del peñón se llenan con agua de lluvia y unos desagües excavados en la roca conectan con una larga cisterna que alimenta el sistema de conductos subterráneos que le lleva el agua a los jardines.
Su historia
Aunque data del siglo V, la historia de sus orígenes recuerda a la de algunas telenovelas modernas. Antes, Sigiriya, la capital de Sri Lanka, se ubicaba en Anuradhapura, más de 70 kilómetros al noroeste. Un golpe de estado liderado por un hijo del rey Dhatesena con una consorte plebeya acabó con la vida del soberano y su hijo Kasyapa subió al trono.
Kasyapa cambió la capital de sitio y la llevó a Sigiriya o Simha-giri, que significa la Montaña del León, y construyó un nuevo palacio en lo alto. Cuando el visitante se aproxima a las escaleras que llevan al complejo palacial en lo alto entiende por qué.
“La teoría es que, de acuerdo con “Las Crónicas Antiguas”, —las crónicas históricas de Sri Lanka—, edificó el palacio para que pareciera un león en cuclillas”, explicó Jagath Weerasinghe, profesor emérito en el Instituto de Arqueología de Sigiriya. “Las pezuñas de león son la entrada principal que te lleva a lo alto de la montaña”.
Kasyapa reinó desde allí hasta el 495, cuando lo abandonó y el palacio se convirtió en un monasterio budista.
El área conocida como los jardines acuáticos en miniatura, aunque miden 30 metros de ancho y 90 de largo, se dividió en cinco secciones, con algunos rasgos únicos, entre ellos una acequia con forma de serpiente que demuestra una capacidad de planificación adelantada a su tiempo.
Para Bandaranayake no hay duda de que sirvieron como medio de refrigeración además de como “gran reclamo estético”, que crearon “interesantes efectos visuales y sonoros”.
Según Weerasinghe, estos jardines en miniatura eran una experiencia superior en la noche, cuando la luz de la luna se reflejaba en los pandos estanques. “Hay aspectos muy románticos en el recinto real de Sigiriya”, me dijo.
Aunque los jardines en miniatura no son ya tan espectaculares como antaño, las aguas ya las plataformas de sus niveles inferiores han llevado a los arqueólogos a suponer que en él se realizaban actuaciones musicales.
Las fuentes
Seguimos caminando frente a la roca, a través del canal en forma de serpiente de los jardines en miniatura, que contiene las distintivas fuentes de Sigiriya.
Están hechos de piedra caliza con agujeros simétricos y, incluso 1.500 años después, siguen funcionando durante la época del monzón. “Bajo la fuente hay una pequeña cámara donde el agua se presuriza, forzándola a burbujear hacia la fuente cuando el nivel del agua es alto”, explica Chandradasa.
Pero el elemento más característico de Sigiriya son sus típicas fuentes. Con el fondo hecho en roca caliza y agujeros situados simétricamente, 1.500 años después siguen funcionando en la época del Monzón.
Bajo la fuente hay una pequeña cámara donde el agua se presuriza, lo que la fuerza a burbujear hacia arriba en la fuente unas cuatro o cinco pulgadas cuando el nivel del agua es alto”, indica Chandradasa.
Concebidos para ser usados por la familia real y el coro de mujeres de Kasyapa, estas fuentes y estanques, sobre todo la gran charca en lo alto de Sigiriya, fueron diseñadas como piscinas en las que refrescarse bajo el sol surasiático, como muestran los peldaños de piedra que se sumergen en el agua.
Pero los jardines acuáticos tenían otro propósito. “Kasyapa quería presentar el agua de un modo particular”, dice Weerasinghe.
Además de ser una fuente de placer, enviaba un claro mensaje sobre el poder y la inteligencia del rey Kasyapa, especialmente a los monjes Mahavihara, que formaban el monasterio más influyente de Anuradhapura y favorecían a su padre. ”Cuando se observa esta manera tan elaborada e intrigante de usar el agua en el recinto real, resulta claro que que le estaba diciendo algo sobre su poder a su gente”, añade.
Pasada la inmensa pezuña de león tallada en piedra situada al final de 1.200 peldaños, nuestras ropas estaban empapadas de sudor y me faltaba el aliento. Caminamos por las ruinas del palacio central y tropezamos con la gran piscina de la cima.
Un chapuzón como los que disfrutaban los reyes de antaño hubiera resultado tentador, pero semanas sin lluvias y la falta de sirvientes que las mantuvieran habían llevado a que se acumularan las bacterias en la superficie.
Desde lo alto, el sistema del jardín acuático debajo se veía claro, perfectamente centrado y alineado. Las vistas de esa exuberante jungla verde, fundiéndose con la línea azul del horizonte parecían no agotarse con la mirada. Era un lugar ideal para un palacio con jardines, digno de poderoso monarca que los mandó construir.
“Solo imagínense que durante la estación lluviosa hay nubes que se paran en esta colina. Entonces uno camina por este jardín y se encuentra esta gran charca con estas olas de agua cayendo de las fuentes: Imagínense cómo sería esa experiencia”.
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