El relato de una argentina en una zona de Israel atacada por Hezbollah: “Los misiles nos pasan sobre la cabeza”
Karina Chepelinski vive con su marido en el kibutz Ein Zivan, ubicado cerca de Siria y del Líbano; desde hace meses viven bajo la constante amenaza de un frente de guerra con el grupo libanés
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En el kibutz Ein Zivan, a menos de dos kilómetros de la frontera con Siria y a 30 del Líbano, no hay tiempo para reaccionar ante la caída de misiles. Lo llaman “tiempo cero”. Karina Chepelinski estaba afuera de su casa cuando el sonido de la alarma rompió la calma el martes por la tarde. Al levantar la vista, vio los cohetes cruzar el cielo, apenas unos metros por encima de su cabeza, seguidos de fuertes explosiones. Los misiles impactaron en la comunidad vecina; mataron a dos personas.
Ein Zivan es un lugar de contrastes. En medio de los cultivos, montañas y ruinas de los Altos del Golán, circulan misiles y el miedo. Por su ubicación geográfica, los habitantes de este kibutz de 462 habitantes están en alerta hace nueve meses por la guerra entre Israel y Hamas, y, sobre todo, por la posibilidad de que se abra un nuevo frente contra otro grupo terrorista, Hezbollah, en el Líbano, una amenaza siempre latente con momentos de máxima tensión, como con el disparo de 40 proyectiles de este martes.
“Vi pasar los cohetes sobre mi cabeza y escuché las explosiones muy cerca”, dice esta argentina-israelí a LA NACION. “Desde que suena la alarma hasta que logramos llegar a un refugio o a un lugar seguro, simplemente no hay tiempo. Ayer tuve suerte, y, aunque no conocía a las dos personas que murieron, vivían en Ortal, un kibutz cercano. El hecho nos afectó mucho a todos”, se lamentó.
El escenario en este kibutz cambió desde el 7 de octubre, cuando milicianos de Hamas entraron a Israel, mataron a 1200 personas y tomaron a unas 250 como rehenes, lo que desencadenó una ofensiva israelí que ya dejó 38.200 muertos, según el Ministerio de Salud de Gaza, a cargo del grupo terrorista. La región del Golán ha estado en alerta máxima durante los últimos nueve meses, con misiles intermitentes cayendo desde el Líbano mientras los temores de una escalada que se extienda al resto de Medio Oriente crecen día a día.
“Hemos instalado una aplicación en el teléfono que avisa si suena la alarma en la zona. Además, escuchamos día y noche los aviones que patrullan la zona, que es muy activa debido a las bases militares cercanas. Desde que comenzó la guerra, hubo un aumento en la presencia militar y en las medidas de seguridad”, cuenta.
Karina recuerda cómo era su vida antes del 7 de octubre. “Nuestras preocupaciones eran otras”, dice. La rutina en el kibutz incluía trabajo agrícola, actividades comunitarias y un flujo constante de turistas que disfrutaban de la tranquilidad del lugar. Incluso Karina manejaba un centro de visitantes, que ahora lo mantiene cerrado: “Hasta que no termine la guerra, no creo que podamos reabrirlo. No viene nadie”.
Ahora las calles están vacías, el portón del kibutz se mantiene cerrado y monitoreado por soldados del Ejército, y constantemente se ven columnas de humo por el impacto de los misiles.
Al llegar a Israel, Karina y su marido querían emprender y en 2006 decidieron aprovechar los frutales característicos de la zona para abrir un pequeño local: la chocolatería De Karina. Con el tiempo, esta chocolatería se convertiría en la más conocida de la región. “Después de la guerra del Líbano en 2006, la comunidad nos apoyó comprándonos chocolates y regalos, lo que nos permitió crecer,” cuenta. Hoy, su fábrica abarca 1200 metros cuadrados y emplea a 30 personas. Karina se encarga del desarrollo y control de calidad. Según dicen sus colegas, es “el alma del negocio”, mientras que su marido ocupa el puesto de gerente general.
“Los primeros diez días después del ataque del 7 de octubre estuvimos en shock, sin saber si volveríamos a trabajar o no. Pero entendimos que debíamos seguir con nuestra rutina, no solo por nosotros sino también por nuestros empleados, ya que teníamos una responsabilidad con ellos”, cuenta.
La ausencia de turismo golpeó la economía local: “Estamos intentando mantenernos en pie. Cerramos una parte importante de nuestra actividad económica, así que ahora nos enfocamos en desarrollar otras áreas, como las ventas por Internet”.
La guerra afectó gravemente la economía de Israel. El producto bruto interno (PBI) cayó un 19,4% anual en el cuarto trimestre del año pasado y las exportaciones cayeron un 18,3%, según cifras oficiales. La calidad de vida también cambió; el mes pasado, una clasificación anual de la revista The Economist reveló que la ciudad israelí de Tel Aviv cayó 20 puestos, más que cualquier otra, hasta terminar en la posición 112 de 173 del ranking.
A la vez, la gestión del primer ministro Benjamin Netanyahu es un tema de debate en el país, donde cada vez más personas salen a manifestarse en reclamo de un acuerdo para la liberación de los más de cien rehenes que siguen en manos de Hamas. “Es un tema muy polémico -opina la mujer-. No estoy de acuerdo con muchas de las cosas que hace”. Su mensaje es similar al de muchos otros que denuncian, por ejemplo, que el gobierno no ha sido capaz de garantizar la seguridad adecuada para todos sus ciudadanos.
Una encuesta de opinión pública realizada por el medio israelí Maariv reveló que el 80% del público dijo que el ataque de Hamas representaba un fracaso del gobierno de Netanyahu, quien hoy tiene una orden de arresto por la Corte Penal Internacional por el costo de la vida de civiles de su ofensiva en Gaza.
A medida que la tensión escala entre Hezbollah y el Ejército israelí en el norte, la tranquilidad aparente se mezcla con la tensión constante. “Esta guerra no nos hace bien”, comenta. “Como madre, me solidarizo con las familias de los secuestrados”, dice. “Mi hijo es reservista, fue al frente durante meses y ahora tiene que volver. Es una realidad muy difícil de aceptar”, agregó.
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