El relato de dos sobrevivientes argentinas en una zona afectada por el terremoto en Turquía: “Lo más angustiante es la falta de organización”
Yanina Castagnino y Silvia Killian vivieron una pesadilla en la madrugada del terremoto que le costó la vida a más de 35.000 personas; ambas están en la ciudad de Adana, al sur del país
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“Eran alrededor de las 4 de la mañana. Ese día me había levantado más temprano que la primera llamada al rezo del día. De repente, todo a mi alrededor empezó a moverse, sin darme tiempo a reaccionar. Sentía que el edificio era de goma”, relata Yanina Castagnino, una argentina 41 años, compositora de música y profesora de español, inglés y portugués. Ella vive en Adana, provincia del sur de Turquía en donde se sintió la réplica de 7,5 grados en la escala de Richter el 6 de febrero, cuando todo el país todavía estaba estremecido por el terremoto más potente en dos siglos, de 7,9.
Adana es conocida por sus inviernos cortos y veranos calurosos, el aroma de los naranjos floreciendo en primavera y, en especial, por su famoso Adana kebab. Pero ahora, solo se piensa en rescates, duelo y reconstrucción.
“En mi edificio ya no queda nadie”, cuenta Silvia Killian, también argentina, de 60 años y arquitecta, quien vive en aquella ciudad con su familia hace más de 30 años y en la zona ella es conocida por el amor que les dedica a los perros de la calle. Para ella no es su primer terremoto: “A diferencia del que ocurrió en 1998, en este no se cortó ni la luz ni la calefacción”.
Ellas no se conocen, pero las dos vivieron en la misma ciudad las consecuencias de este terremoto, que ya se cobró la vida de más de 35.000 personas en Turquía y Siria, y que aún tiene en alerta a cientos de miles de habitantes en la ciudad.
Durante el invierno en Adana -como el que se vive este mes, con un frío gélido-, existen dos tipos de aromas el del olor a las castañas asadas de los puestos ambulantes en las esquinas y a la quema de pilas de desechos plásticos; sin embargo, en la madrugada del 6 de febrero esto quedó tapado por los escombros.
Yanina Castagnino es de Entre Ríos. Cuenta que vivió muchas inundaciones en su provincia natal, que perdió todas sus pertenencias en un incendio, pero aclara: “Nunca viví este tipo de catástrofe”.
“Acá lo más angustiante es la falta de organización”, dice la entrerriana, al revivir su desesperación al no saber a dónde ir a refugiarse y ver que a sus vecinos les pasaba lo mismo. “Miraba que cargaban a los abuelos y los metían en los autos, pero no sabía a dónde estaban yendo. Pensaba que tal vez se escapaban a un punto de encuentro o a un refugio tal como se muestran en las películas, pero no sabía que se iban sin rumbo”, agrega. Hasta que comprendió que tenía que hacer lo mismo, irse de su casa: “Agarré una mochila y me dije ‘no sé a dónde voy, pero me tengo que ir’”. Le habían dicho que vaya a un colegio: “Pero no había nada ahí, el aire acondicionado solo tiraba aire frio”.
Castagnino describe cómo la hospitalidad de la gente fue la que la ayudó a sobreponerse del shock: “La gente es la que te da un té, que te comparte un plato de sopa y para mí las personas son lo más valioso que tiene Turquía, pero como está actuando el gobierno deja mucho que desear”, cuenta la compositora y profesora. A la vez, agrega que la embajada de Argentina en Turquía envió a una empleada turca, quien la visitó para preguntarle en inglés cómo estaba y si quería volver al país.
Este lunes, a una semana del terremoto, Yanina recibió a inspectores quienes le informaron que puede volver a su casa, a pesar de las rajaduras en paredes y ventanas. “No creo que supere otro terremoto, es como si viviera en una casa de cristal”, dice.
Ayuda
Ahora, está a la espera de que todo vuelva a la normalidad para retomar sus clases como profesora de idiomas y recuperar su fuente de ingreso. Sin embargo, no deja de pensar en todo lo ocurrido y que muchos alumnos perdieron sus familias: “Todos estamos en shock todavía, agradecemos que estamos vivos, pero con el nerviosismo de que va a volver a pasar”.
El propósito de Castagnino es ayudar a las personas que le compartieron un espacio alrededor de la fogata en la calle cuando no se animaba volver a su casa; un pedazo de pan y un plato de sopa. “No me dejan asistir a los rescatistas, me siento discriminada”, denuncia, y remarca que a pesar de necesitar traductores y que ella hable turco, español, inglés y portugués, la borraron del grupo de WhatsApp de traductores para los operativos de rescate diciéndole que quieren a personas que sean nativos turcos.
“Me llegan mensajes de gente avisando que hay personas vivas bajo los escombros. Yo se los voy pasando al equipo y ellos tratan de ir al sitio’, explica Silvia, la otra argentina que vivió el temblor.
Ella también posee ciudadanía española y cuenta que ese mismo día el consulado se puso en contacto con ella para saber cómo estaba: “Les confirmé que estábamos bien y que estaba dispuesta a ayudar en el caso de que haya algún español que desde acá necesite algo. Finalmente me llamaron para decirme que el grupo de rescate iba a venir esa semana y me pidieron si podía ayudarlos a movilizarse”. Al igual que Yanina, Silvia también contó sobre lo difícil que fue para ella unirse cómo traductora a los grupos de rescate.
Los usuarios de Twitter y hasta celebridades turcas se quejaron de la tardanza en que la asistencia y víveres llegaba al lugar de la catástrofe, también de la reacción tardía del presidente Recep Tayyip Erdoğan y la falta de organización por parte de la autoridad de gestión de desastres y emergencias del ministerio del Interior turco (AFAD, por sus siglas en turco).
Castagnino y Killian sienten la urgencia de asistir a los grupos de rescate con el objetivo de facilitarles la tarea de sacar los cuerpos de los escombros, de ordenar los recursos y acompañar a la que gente, que si bien agradecen haber sobrevivido, no dejan de sentir el estrés de las réplicas. Si bien rondan los 4 grados en la escala de Richter, para las personas son un recordatorio del constante miedo.
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