El regreso de la violencia política y su impredecible impacto
Mientras Jair Bolsonaro se recupera en un hospital de San Pablo, sus contrincantes debaten cómo detener su ascenso. ¿Cuáles serán las consecuencias de este atentado para las elecciones brasileñas de octubre?
Es probable que este episodio fortalezca la popularidad de quien ya venía liderando la carrera presidencial. En la última encuesta divulgada por la consultora Ibope dos días antes del atentado, Bolsonaro acumulaba 22% de la preferencia electoral, en tendencia ascendente desde agosto. Estas cifras lo colocan al frente de la primera vuelta y a cómoda distancia de Marina Silva, con 12% de apoyo. Con Lula da Silva en prisión y los escándalos de corrupción frescos en la memoria, los dos partidos históricamente ligados a la presidencia no parecen tener oportunidad alguna. Gerardo Alckmin (PSDB) acumula un 9%, mientras que Fernando Haddad (PT) tiene apenas 6% de intención de voto.
Buena parte del electorado creará lazos de empatía con un candidato que ha sido víctima de una tragedia sin sentido. Tras el atentado contra su vida en 1981, la popularidad de Ronald Reagan creció 11 puntos. Tras la inesperada muerte de Néstor Kirchner en 2010, la popularidad de Cristina creció unos 13 puntos.
Otra parte de la sociedad brasileña, sin embargo, percibe su candidatura como el retorno de la violencia a la política nacional.
Bolsonaro es un candidato del siglo XXI, que compensa su poco espacio televisivo con un mensaje controversial en las redes sociales.
Discurso polémico
Pero su discurso celebra los peores momentos del siglo XX. El candidato reivindica el golpe militar de 1964.
Como diputado, votó en favor del juicio político a Dilma Rousseff rememorando su tortura. Bolsonaro defiende la pena de muerte y justifica la violencia policial, aun cuando la policía brasileña mata 12 personas al día. En respuesta a su discurso racista y homofóbico, la procuradora general de la república lo acusó por incitar al odio. En un país en que la clase política ha perdido el rumbo, su retórica parece ganar terreno.
¿Cómo reconciliar la imagen del Bolsonaro víctima con la de quien promueve la violencia? Quienes lo admiran verán en esta tragedia la prueba de que el candidato estaba en lo cierto: ya nadie está seguro. Quienes lo desprecian encontrarán que el candidato cosechó el cereal de odio que sembró durante meses. No es tan simple. Para entender este problema, es preciso distinguir la responsabilidad por el hecho de violencia del clima que lo inspira.
La responsabilidad por un hecho de violencia es individual y tiene alcance legal. Corresponde exclusivamente a quienes cometen el acto y a quienes lo planifican.
No sabemos todavía si el perpetrador actuó solo, pero sabemos que empuñó un cuchillo en un rapto de mesianismo ideológico. No existe aquí confusión posible. La víctima -en este caso Jair Bolsonaro- nunca puede ser inculpada por su sufrimiento.
La responsabilidad por un clima de violencia es colectiva y tiene naturaleza política. En ella participan los líderes que festejan la violencia y la ciudadanía que festeja sus palabras.
El culto de la violencia sacrifica a sus mejores sacerdotes -Robespierre, León Trotski, Ernst Röhm- cuando se transforma en la religión del Estado. Y la población que lo celebra paga muy cara su devoción. Sus convencidos predicadores -como en este caso, Jair Bolsonaro- son moralmente responsables por impulsar la política de la intolerancia y la insensibilidad.
El dilema ético entre expresar solidaridad con la víctima del jueves o expresar indignación por las posibles víctimas del futuro coloca a muchos brasileños en una situación verdaderamente indeseable. El candidato emergente comanda entonces un bloque creciente de votos, pero también carga con el lastre de un fuerte voto negativo. Las encuestas anteriores al atentado mostraban un 44% de los votantes movilizados en contra de su candidatura.
Es posible entonces que, al igual que en las elecciones costarricenses de abril pasado, el electorado brasileño cierre filas en la segunda vuelta para derrotar al candidato ganador de la primera ronda.
Jair Bolsonaro quizá sea un aspirante del siglo XXI, pero los brasileños deberán definir, con su voto electrónico, si quieren dejar atrás el siglo pasado.
El autor es profesor de Ciencia Política, Universidad de Notre Dame