El régimen chino transforma el modelo de negocios y les corta las alas a los empresarios
El gobierno busca reducir la deuda pública, la desigualdad social y la influencia extranjera
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NUEVA YORK.– Las empresas tecnológicas chinas se tambalean por culpa de las regulaciones, los preocupados acreedores esperan que el gobierno chino rescate al mayor desarrollador inmobiliario del país, y cada vez son más los ejecutivos que terminan presos. Toda una industria en proceso de cierre.
Pero para el líder chino, Xi Jinping, es todo parte del plan.
Bajo el mando de Xi, China está transformado a fondo su modelo de negocios y limitando las atribuciones de los ejecutivos de las empresas. Lerda en llegar, pero expedita en su ejecución, esa política es impulsada tanto por un deseo de control estatal y autodependencia nacional como por la preocupación que generan la deuda pública, la desigualdad social y la influencia extranjera, entre otras, la de Estados Unidos.
Envalentonado por el auge nacionalista en su país y por su éxito contra el Covid-19, Xi está remodelando el mundo empresario chino a su imagen y semejanza. Y en ese nuevo modelo de tinte personal, nada es más importante que el control. En ese país donde hasta hace poco los ejecutivos tenían luz verde para crecer a cualquier costo, ahora los funcionarios quieren dictar qué industrias crecen, cuáles caen y de qué forma. Y esos cambios permiten entrever la visión de Xi sobre el futuro manejo de la economía en vísperas de una cumbre política que seguramente consolide la agenda de gobierno de su inédito tercer mandato.
El objetivo es corregir los problemas estructurales de la economía china, como el sobreendeudamiento y la desigualdad, y propiciar un crecimiento más equilibrado. Consideradas en conjunto, las medidas marcan el final de la “edad de oro” de la empresa privada que convirtió a China en una potencia manufacturera y en un foco de innovación. Los economistas advierten que los gobiernos autoritarios tienen un flojo historial con este tipo de transformaciones, aunque reconocen que pocos las han abordado con tantos recursos y planificación como China ahora.
El mes pasado, en el transcurso de apenas una semana, ocurrieron varios hechos que dan cuenta de la aceleración de ese proceso. Para empezar, los acreedores temieron por el futuro del mayor desarrollador inmobiliario de China, Evergrande, y el gobierno ni siquiera sugirió un rescate de la empresa. El Banco Central anunció que todas las transacciones con criptomonedas pasaban a ser ilegales. Y las autoridades detuvieron a los dos máximos ejecutivos del Grupo HNA, un conglomerado de logística que está acuciado por las deudas, y condenó a prisión perpetua al presidente del Grupo Kweichow Moutai por aceptar sobornos.
La semana pasada, en la Conferencia Mundial de Internet de China, un funcionario señaló que los intentos por poner límites a los gigantes de internet no han terminado, y advirtió contra “la descontrolada acumulación de capital”. Hasta hace poco una vidriera del poderío emprendedor de China, la conferencia de este año se convirtió en un escenario para las demostraciones de lealtad para con los esfuerzos del Estado para repartir la riqueza.
Y las ondas de choque se han sentido en toda la economía china, la segunda más grande del planeta. Los analistas sostienen que desde hace tiempo China debía aplicar correcciones, como reducir el endeudamiento y frenar las prácticas anticompetitivas de las plataformas de internet. Pero les preocupa que las nuevas políticas puedan dañar la competitividad y favorecer al ineficiente y monopólico sector estatal.
Natasha Kassam, directora del Instituto Lowy, un grupo de expertos australiano, dice que las nuevas medidas podrían afectar la vitalidad del sector privado. Kassam compara los cambios actuales con la campaña anticorrupción de Xi al comienzo de su mandato, hace nueve años, que frenó la corrupción desenfrenada pero que también concentró el poder.
“Durante la campaña anticorrupción, nadie sabía quién iba a ser el próximo blanco”, dice Kassam. “Y eso condujo a la inercia, porque a los funcionarios los aterraba tomar una decisión que resultara ser equivocada, y ahora veremos un miedo similar en el sector privado”.
Antes, para las empresas chinas las pautas eran claras: darle la razón al gobierno de la boca para afuera, ganar dinero y globalizarse todo lo posible, con contratos y adquisiciones en el extranjero. Si bien en China los megamillonarios siempre se sintieron vulnerables –suele decirse a modo de broma que la lista de los más ricos del país es un catálogo de objetivos–, también mantenían una relación de cercanía con los funcionarios, que les permitía desobedecer solapadamente las reglas e influir en las políticas públicas.
Pero el éxito ya no garantiza la seguridad: las bajas de alto perfil se van acumulando y nada indica que Xi y los reguladores a los que ha empoderado les tiemble el pulso o los intimide la carnicería. Desde febrero, los inversores han hecho caer en más de 1 billón de dólares el valor de mercado de las grandes tecnológicas chinas que cotizan en bolsa.
Los efectos colaterales también afectan a los ciudadanos y pueden terminar causando disturbios sociales. Los funcionarios ya han dado directivas a las autoridades y empresas locales para que estén atentos al creciente malhumor social y a las protestas relacionadas con el atribulado sector inmobiliario.
Pero el mensaje que intenta enviar Pekín es que ninguna empresa es demasiado grande para quebrar. Y según Dinny McMahon, analista de Trivium, una consultora especializada en el mercado chino, la campaña anticorrupción de Xi y el consiguiente embate para frenar el exceso de endeudamiento ya lograron imprimir un cambio. “Ahora el comportamiento de los ejecutivos del sector financiero es más conservador”, dice McMahon. “Ya no están buscando la manera de salirse con la suya, sino que se esfuerzan por adherir a lo que quiere Pekín”.
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