El reflejo de una Iglesia más evangélica y testimonial
¿Qué habría comentado Jorge Luis Borges de haber sabido que sería citado en un documento pontificio? La breve mención, más poética que ceñida al tema, se suma a otras (incluso al recordado film La fiesta de Babette o a figuras como Erich Fromm y Martin Luther King) que le dan a la exhortación apostólica Amoris Laetitia un tono abierto al diálogo y más cercano con quienes vivimos la realidad actual, con sus bellezas y sus conflictos. Se trata de algo extraordinariamente nuevo en este espacio. La primera aproximación es altamente positiva, desde el mismo título: la alegría del amor.
Los comentarios periodísticos, en general, se centran en la cuestión (muy importante, ciertamente) de la comunión a los divorciados en nueva unión, que había creado una gran expectativa en muchas personas. Pero quizá corresponda señalar antes que también este tema se inscribe en esa perspectiva espiritual y existencial que marca el acento más novedoso de toda la reflexión del papa Francisco. La misma dimensión erótica del amor nunca había sido expresada tan específicamente por el magisterio, si bien ya la había observado Benedicto XVI. Lo que despierta interés es que desde su introducción el texto advierte sobre lo complejo del tema a tratar y la hondura que exige el hacerlo.
Como señala el teólogo Gustavo Irrazábal, el documento sabe apartarse de las meras cuestiones jurídicas y canónicas, al tiempo que advierte sobre el peligro de toda idealización del matrimonio (una interpretación demasiado rígida de la analogía con el amor de Cristo por la Iglesia), que impidió a veces un enfoque más analítico y diversificado.
El texto dado a conocer ayer está fechado en la fiesta de San José -por quien Jorge Bergoglio siempre tuvo una particular devoción, curiosamente similar a la admiración que la figura del patriarca suscita en el escritor agnóstico Erri De Luca, que nos visitó hace poco-, y se publica cuando en el evangelio del día Juan narra la multiplicación de los panes, episodio que preanuncia la cena del Señor a la que todos estamos llamados.
La exhortación recoge muchas de las cuestiones animadamente debatidas el año pasado y el anterior en los dos sínodos sobre la familia. Además, tal como se preveía, desplaza la pastoral sobre los católicos divorciados hacia las Iglesias locales, llama al discernimiento de las parejas y de los pastores, y entiende que el magisterio universal no puede descender en lo concreto y específico de casos tan diferentes, en culturas muy disímiles.
A veces con un estilo que los especialistas definen como un poco confuso, porque mezcla temas sin un desarrollo claro, oscila entre darle valor objetivo a lo particular y en otros momentos a señalar su dimensión subjetiva (el grado de responsabilidad personal o imputabilidad), pero acierta en ser atractivo para el lector no especializado.
Los moralistas deberán explicar mucho, los canonistas no tendrán tarea fácil, a los pastores les corresponderá ejercer la escucha y el discernimiento.
Puede pasar inadvertido para algunos, pero definir que las situaciones irregulares en este campo (o complejas, o imperfectas) no deben ser consideradas necesariamente situaciones de pecado grave abre camino para una moral de la gradualidad. En este sentido vuelve a ciertas posiciones de Pablo VI. También la determinante incorporación de la conciencia personal en el ámbito de la teología constituye una crítica a muchos enfoques del pasado y encierra una enorme potencialidad a futuro. Como, además, cuando se refiere a la paternidad responsable. El Papa insiste en que los sacerdotes deben ser facilitadores de la gracia sacramental y no controladores, porque la eucaristía no es el premio de los fuertes, sino el remedio de los débiles.
La exhortación suscitará muy probablemente críticas en los sectores más conservadores, cuando no ultramontanos. En cambio, el párrafo sobre las parejas homosexuales, que no pueden ser consideradas como matrimonios, irritará a otros. No porque carezca de razones para decirlo, sino porque siempre resulta molesto definir algo por lo que no es.
Como oportunamente observa el Episcopado argentino al presentar el documento, "sin escuchar la realidad no es posible comprender las exigencias del presente ni los llamados del Espíritu". En este sentido, la infatigable tarea del Papa por alcanzar una Iglesia más evangélica y testimonial encuentra en el presente texto un nuevo signo de su misión.
El autor es director de la revista Criterio
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