El recuerdo de sus dos visitas a la Argentina
En 1982 estuvo 31 horas, cuando finalizaba la Guerra de las Malvinas, y en 1987 permanecióseis días y visitó nueve provincias; en ambas ocasiones convocó multitudes nunca vistas.
Juan Pablo II estuvo dos veces en la Argentina, en circunstancias notablemente contrastantes.
La primera visita duró sólo 31 horas, entre los días 11 y 12 de junio de 1982, y coincidió con las postrimerías del conflicto bélico con Gran Bretaña por las Malvinas.
El viaje a la Argentina, en realidad, fue determinado y urgido por la lucha armada en el Atlántico Sur, y preparado, casi improvisado, bajo el dramático apremio del enfrentamiento cruento.
Sucedió que el Vaticano había organizado con mucha anticipación una histórica visita a las protestantes Inglaterra, Escocia y Gales, prevista para fines de mayo y con seis días de duración.
Desatada la contienda, el Papa intentó postergar el peregrinaje a Gran Bretaña, pero la presión de las iglesias locales lo impidió. Así lo explicó en una carta fechada el 25 de mayo que de puño y letra dirigió al pueblo argentino para anunciar una visita que, si bien sería breve, respondería a la tradición católica del país, equilibraba la posición de la Santa Sede ante el conflicto y alentaba personalmente iniciativas de paz ante las autoridades de los países en lucha.
Juan Pablo II tenía 62 años y sólo se ausentó de la Capital Federal para celebrar la Eucaristía en el santuario de Luján; esa ceremonia y la misa del día siguiente en Palermo convocaron a multitudes nunca vistas hasta entonces en el país.
Su segundo viaje atendió plenamente a las consignas pastorales que informaron sus numerosos peregrinajes por el mundo –la permanencia en el país se extendió del 6 al 12 de abril de 1987– e incluyó visitas a Bahía Blanca, Viedma, Mendoza, Córdoba, Tucumán, Salta, Corrientes, Paraná y Rosario.
Esta vez, el "peregrino de los momentos difíciles", como se llamaba a sí mismo, halló un país que había cambiado de humor, recuperado su democracia y caminaba hacia su consolidación.
Esperanzado dolor
La lluvia primero y el sol después que se sucedieron en el trayecto que el viernes 11 de abril de 1982 recorrió el Papa desde Ezeiza hasta la Catedral parecieron simbolizar los sentimientos de un pueblo golpeado por el rigor de una guerra desigual, que se aferraba a un hilo de esperanza por la llegada de quien venía a clamar por la paz junto con él.
Ya lo había hecho en Gran Bretaña, donde el mismo mensaje fue repetido una y mil veces por el vicario de Cristo.
En Ezeiza, tras haber sido recibido por el presidente de la Nación, general Leopoldo Fortunato Galtieri, dirigió su primer saludo a los argentinos, en el que pronunció cuarenta veces la palabra "paz".
Y como para que no quedasen dudas acerca de la naturaleza de su misión, dijo: "Permitidme que desde este momento invoque la paz de Cristo sobre todas las víctimas, de ambos bandos, del conflicto bélico entre la Argentina y Gran Bretaña; que muestre mi afectuosa cercanía a todas las familias que lloran la pérdida de algún ser querido; que solicite de los gobiernos y de la comunidad internacional medidas aptas para evitar daños mayores, sanar las heridas de la guerra y facilitar el restablecimiento de los espacios de una paz justa y duradera".
Las horas del Papa en el país fueron pocas, pero intensas. En todos sus recorridos por la ciudad fue flanqueado por densas columnas humanas, que tuvieron su máxima expresión en las misas que celebró frente al santuario de la Virgen de Luján en la tarde de su llegada –desde Morón viajó en ferrocarril hasta la histórica ciudad– y al pie del Monumento a los Españoles, en Palermo, cerca del mediodía del día siguiente. Cuatro horas más tarde emprendió el regreso a Roma y tres días después se rendían las tropas argentinas en el Atlántico Sur.
Al editorializar sobre el acontecimiento, La Nacion dijo que "el entusiasmo fervoroso de las multitudes que aclamaron al Papa y oraron con unción junto a él, estuvo, incuestionablemente, impregnado por la angustia y el dolor derivados de la guerra, si bien la presencia física del sucesor de Pedro infundió una suerte de gozo paralelo, especialmente perceptible en la irradiación afectuosa del recibimiento común".
Fue la primera visita de un Papa reinante a la Argentina; los antecedentes más aproximados a tal circunstancia en estas tierras se remontan a 1824, cuando estuvo en Buenos Aires de paso para Chile el humilde canónigo Giovanni María Mastai Ferreti, de la familia de los condes de Mastai, que años más tarde ocuparía el trono de Pedro como Pío IX, y a 1934, cuando el cardenal Eugenio Pacelli, luego Pío XII, asistió como legado pontificio al Congreso Eucarístico celebrado en Buenos Aires.
Otro viaje, otro país
El segundo contacto de Juan Pablo II con los argentinos, encuadrado como visita apostólica o pastoral, fue mucho más prolongado, pues se extendió del 6 al 12 de abril de 1987, en la presidencia democrática de Raúl Alfonsín.
En esos seis días, el Papa estuvo en nueve ciudades del interior, que se constituyeron en escenarios reiterados del fervor despertado por la presencia del ilustre viajero. Atrás habían quedado las contrapuestas sensaciones de 1982 y ahora las aclamaciones surgían plenas, cálidas, sin atisbos de tristeza. La noche militar tuvo que dar paso a la alborada democrática y la gente volvía a sentirse protagonista.
En las tribunas del nuevo peregrinaje, el Papa dirigió 26 mensajes pastorales y reunió a casi cuatro millones de personas. Sus alocuciones no eludieron ningún tema de estos tiempos, aun los más conflictivos, y en la pluralidad de tantos tratamientos mantuvo incólume su línea pastoral, teológica y evangélica.
El nutrido programa de actividades comprendió, además de las multitudinarias celebraciones públicas, contactos particulares con obispos, sacerdotes, religiosos, laicos consagrados y agentes de pastoral; diplomáticos, políticos, sindicalistas y trabajadores, campesinos, inmigrantes, enfermos, aborígenes, empresarios, representantes de otras confesiones religiosas y del mundo cultural.
Notas distintivas de sus mensajes fueron las catequesis sobre la vida, la unidad familiar, la paz, el amor, la justicia, la reconciliación, la dignidad del hombre y la evangelización.
Acostumbrado a disfrutar del diálogo con los jóvenes, el Pontífice vivió en sus últimas horas en el país acaso los máximos acontecimientos de su itinerario peregrino. En la noche del sábado 11 se realizó el Encuentro con los Jóvenes y al día siguiente, Domingo de Ramos, presidió la III Jornada Mundial de la Juventud.
Durante muchas horas, la multitud cubrió la avenida 9 de Julio desde Santa Fe –en ese lugar se levantó un gigantesco altar– hasta varias cuadras más allá del Obelisco.
En esa imponente celebración eucarística –asistieron entre 750.000 y 800.000 personas– respaldó abiertamente a los obispos por todo lo actuado durante el gobierno militar, en lo que constituyó un apoyo al cuerpo episcopal, criticado horas antes por dirigentes de entidades defensoras de los derechos humanos.
A las 19.30 despegó de Ezeiza el avión que lo llevaría de regreso a Roma. Alfonsín y su esposa habían encabezado una cálida y prolongada despedida. Concluía una fiesta inolvidable.
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