El reconocimiento de Trump da orgullo a los israelíes, pero la paz parece más lejos que nunca
JERUSALÉN.- En 1948, cuando Israel declaró su independencia, el presidente estadounidense Harry Truman se apresuró en reconocerla: lo hizo 11 minutos después, y los israelíes, a punto de ir a la guerra para defender su flamante Estado, estaban eufóricos.
Ayer, setenta años más tarde, Estados Unidos abrió formalmente su nueva embajada, sobre una colina a poco más de tres kilómetros al sur del Muro de los Lamentos. El traslado de la embajada desde Tel Aviv y el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel por parte de Donald Trump , punto de inflexión con respecto a una política exterior norteamericana de muchas décadas, se producen en un momento tan tenso y cargado de orgullo nacional pero también de peligros que los israelíes tienen sentimientos encontrados.
A muchos israelíes les resulta difícil alegrarse cuando comprueban que les pasan las mismas cosas que en 1948: escuchan las sirenas de defensa civil, preparan los refugios antibombas y piden refuerzos para contener las amenazas del norte, sur y este.
La escalada de una guerra en las sombras con Irán quedó expuesta y empujó a Israel contra su adversario más poderoso de la región. El baño de sangre en Gaza volvió a colocar el conflicto israelí-palestino en la agenda global después de años entre bambalinas.
En Jerusalén Este y en el resto de Cisjordania, las tropas y la policía fronteriza israelíes se enfrentan con muestras de frustración contenida, impaciencia y enojo: contra Estados Unidos por entregar tanto y sin tapujos, contra Israel por continuar con su ocupación, contra la Autoridad Palestina por su debilidad y corrupción, y contra el proceso de paz en sí mismo, por alentar esperanzas que una y otra vez se frustran.
"Visto desde afuera, Israel es una de las historias de éxito más dramáticas del siglo XX", dice el historiador Tom Segev, autor de una nueva biografía del primer ministro fundador de Israel, David Ben-Gurion. "Es ciertamente la realización del sueño de Ben-Gurion -anota-. Pero al mismo tiempo, el futuro es lúgubre, y algunos de los problemas que nos dejó siguen sin resolverse".
Es difícil que los judíos israelíes se sientan absolutamente tranquilos cuando están tan distanciados de los casi dos millones de ciudadanos árabes que viven en el país, y de los millones de vecinos en la región: hoy por hoy, un acuerdo duradero con los palestinos parece más improbable que nunca.
Sin embargo, por más asediados que puedan sentirse muchos israelíes, objetivamente su país nunca fue más poderoso. Sus fuerzas militares arrasan habitualmente a las fuerzas opositoras con aviones de combate y baterías antimisiles. Sus espías desbaratan depósitos llenos de secretos. Sus empresas de tecnología se venden por miles de millones de dólares; su economía es la envidia de Medio Oriente; sus programas de televisión prosperan en Netflix.
Las relaciones más calurosas con Arabia Saudita y los Estados del Golfo Pérsico incluso alientan la esperanza de que Israel empiece a ampliar su minúsculo círculo de aliados de la región.
Ben-Gurion fue primer ministro durante 13 años. A mediados de 2019, si sigue en su cargo, Benjamin Netanyahu superará ese récord.
Al apoyar a Israel y a su líder de derecha, Trump fue más lejos que quizá cualquier otro de sus predecesores, amén de que ningún presidente estadounidense le ha hecho tantas ofrendas a un líder israelí: desde reconocer a Jerusalén como capital de Israel hasta retener dinero destinado a la agencia de Naciones Unidas encargada de paliar el sufrimiento de los refugiados palestinos -una agencia que Netanyahu lisa y llanamente querría eliminar-, hasta el retiro de la semana pasada de Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán.
Ivanka Trump, la hija del presidente; Jared Kushner, su yerno, y alto asesor en Medio Oriente, y el secretario del tesoro, Steven Mnuchin, son los representantes más importantes enviados alguna vez por la administración estadounidense para participar de la apertura de una embajada.
Para los palestinos, la inauguración es apenas la más concreta y reciente de una serie de provocaciones de Washington y del gobierno israelí.
Segev, el biógrafo, dijo que durante su investigación se enteró de que a Ben-Gurion nunca le había interesado mucho Jerusalén, y en 1948 se abstuvo de intentar tomar la ciudad, en parte porque sabía que sería difícil resguardar a la Ciudad Vieja de los extremistas.
En ese sentido, dice Segev, pocas cosas parecen haber cambiado. "Eso es Jerusalén", dice. "Por eso fue un problema durante los últimos 3000 años. Y probablemente por eso sea un problema durante los próximos 3000."
Traducción de Jaime Arrambide
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