El pueblo alemán donde la mitad de la gente es pariente de Trump y nadie quiere admitirlo
KALLSTADT, Alemania (The New York Times).- Herbert Trump no quiere hablar del tema. Ilse Trump tampoco. Ursula Trump, que maneja la panadería Trump en un poblado vecino, finalmente accedió a decir algo, y con las palmas de las manos hacia arriba y un suspiro, exclamó: "Nadie elige a sus parientes, ¿no?".
El pariente en cuestión no es otro que Donald Trump , presidente de Estados Unidos, megamillonario, el hombre más poderoso del mundo y primo en séptimo grado del marido de Ursula, aunque en Kallstadt, una apacible aldea anidada en las colinas vitivinícolas del sudoeste alemán, lo llaman simplemente "Donald".
Eso es para evitar confusiones con los otros Trumps (o "Drumps", como se pronuncia el nombre en el antiguo dialecto del Palatinado), que figuran en la guía telefónica de la zona: por ejemplo Beate Trump, podóloga en un poblado vecino, o Justin Trump, un adolescente a quien según sus amigos a veces lo cargan por su cabello medio anaranjado.
Pero los Weisenborn y los Geissel y los Bender y los Freund de Kallstadt también están emparentados con Trump. "En realidad, casi la mitad del pueblo es pariente de él", reconoce el alcalde de la ciudad, Thomas Jaworek, antes de apresurarse a aclarar: "Yo no".
Los dos abuelos paternos de Trump, Friedrich y Elisabeth Trump, nacieron en Kallstadt, donde actualmente residen 1200 personas. Friedrich y Elisabeth crecieron en casas vecinas, ambos fueron bautizados en la iglesia de la aldea, y se casaron a pocos kilómetros de ahí, antes de emigrar a Estados Unidos.
El presidente Trump comparte en todo sentido varias de los rasgos claves de su abuelo alemán, entre ellos, su preocupación por el cabello: Friedrich trabajó como barbero en Nueva York, antes de hacer fortuna manejando un restaurante y, según dicen, un burdel destinado a los mineros del Yukón.
Al igual que su nieto, Friedrich era abstemio y esquivó el servicio militar. Pero a diferencia de su nieto, se enorgullecía de haber pagado impuestos por los 80.000 marcos que poseía en 1904 –un monto equivalente al de un millonario actual–, según consta en los registros públicos.
En la protestante Kallstadt, donde los voluntarios se ocupan diligentemente del parquizado y los vitivinicultores manejan una cooperativa desde hace 116 años, Friedrich Trump era un tipo muy popular. Sus contemporáneos lo describían como un hombre "educado" que llevaba "una vida tranquila y retirada" y que tenía "un estilo de vida intachable".
Pero la relación de Kallstadt con Donald Trump es más problemática, lo que tal vez explique por qué no hay carteles que señalen el camino hacia el hogar ancestral de la familia, una modesta propiedad de techo a dos aguas y reja azul sobre una de las principales calles de la aldea, y menos aún una placa conmemorativa.
Y aunque la oficina de turismo local se jacta del mondongo de cerdo como especialidad culinaria regional y del órgano de la iglesia, que data de los días de Juan Sebastián Bach, poco y nada, más allá de algunas lápidas en el cementerio local, da cuenta del insigne nieto de esta aldea.
"No usamos el nombre de ninguna forma para fomentar el turismo", dice Jörg Dörr, de la oficina de turismo local. "Es un tema demasiado controvertido."
Pero mantener un perfil bajo no ha alejado ni a los turistas ni a los medios, ni tampoco ha disuadido al ocasional imitador de Trump que a veces se pasea por las calles. Todo lo contrario: "Tengo gente espiando por mi ventana o golpeándome a la puerta todo el tiempo, para preguntarme dónde queda la casa de Trump", se lamenta Manuela Müller-Wohler, que maneja una guardería en la casa natal de la abuela de Trump.
A veces la molestan tanto que los manda en la dirección equivocada, o a la casa de un vecino que le cae mal. Hace unos días, cuando quiso salir a hacer las compras, encontró su salida de autos bloqueada por un micro con turistas.
Sus vecinos de enfrente, que compraron la casa del abuelo de Trump, y que al igual que Manuela no conocían su historia antes de adquirirla, están tan exasperados que ya han intentado venderla, pero sin éxito.
Al igual que el propio presidente norteamericano, la presencia ancestral de los Trump también es disruptiva.
Tras su elección, los hoteles locales recibieron amenazas de boicot y algunas cancelaciones de clientes de muchos años. También se redujeron los pedidos de vino a los viñedos locales. Y llegaron emails desde todos los rincones de Alemania desafiando a la "aldea Trump" a tomar posición frente a la elección del presidente.
Ahora en Kallstadt cunden los rumores de una posible visita del propio Donald Trump a la aldea.
En enero, el alcalde se reunió con el cónsul general de Estados Unidos en Alemania, quien quiso conocer la casa ancestral de los Trump, y mientras cenaba mondongo de cerdo y jugo de uva, anunció que el próximo en visitar el lugar sería el mismísimo embajador norteamericano.
Y cuando la canciller Angela Merkel visitó a Trump en la Casa Blanca, en abril de este año, le regaló un mapa de la región del Palatinado, donde está situada la aldea de Kallstadt.
Todos los presidentes norteamericanos de las últimas décadas han visitado la base aérea de Ramstein, cuartel general de las tropas norteamericanas en Europa, que se encuentra a apenas 45 minutos en auto de la aldea, según comenta el alcalde Jaworek.
Pero si el presidente visita Stallstadt, tal vez sea el único Trump presente.
"Estoy pensando en irme de vacaciones", dice Ursula Trump.
Traducción de Jaime Arrambide
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