El proceso de paz, ausente en las votaciones casi simultáneas de israelíes y palestinos
Los resultados definitivos difundidos ayer confirman que le será difícil formar gobierno a Netanyahu; los territorios árabes votan en mayo
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BARCELONA.– El azar y la inestabilidad política han querido que Israel y los territorios palestinos celebren sus elecciones generales con un corto plazo de diferencia, dos meses concretamente, algo inédito. Mientras el Estado judío celebró sus comicios el martes pasado, las elecciones legislativas palestinas serán el 22 de mayo, y las presidenciales a finales de julio.
Los ciudadanos de ambas entidades políticas afrontaron sus respectivas contiendas con un estado de ánimo muy diferente. Los israelíes, hastiados de la polarización y la incapacidad de sus representantes de formar un gobierno estable. No en vano han sido ya convocados a las urnas en cuatro ocasiones en solo dos años. Los otros, los palestinos, lo hacen con expectativa, pues estas son las primeras elecciones desde 2006.
Los resultados definitivos en Israel fueron anunciados hoy viernes y auguran nuevo un período de parálisis política e incluso, quizás, una quinta convocatoria electoral. Ninguno de los dos grandes bloques políticos–el de la derecha, liderado por el actual primer ministro, Benjamin Netanyahu, y el de la centroizquierda– han obtenido la mayoría absoluta de la Knesset, cifrada en 61 diputados.
Durante las próximas semanas, se iniciará otra vez una maratónica negociación a diversas bandas para fraguar una heterogénea coalición que difícilmente logrará sostenerse los cuatro años que debería durar la legislatura. Si bien el bloque de centroizquierda cuenta con mejores cartas que sus adversarios (57 diputados frente a 52), no se puede descartar un giro inesperado fruto de alguna treta de Netanyahu, un auténtico superviviente de la política que ocupa el cargo de forma ininterrumpida desde 2009, tras cinco elecciones y varios procesos por corrupción.
Ahora bien, sea cual sea la forma que adopte el nuevo gobierno israelí nada hace pensar que ayudará a impulsar el moribundo proceso de paz con los palestinos, atascado desde la Segunda Intifada en el año 2000. De hecho, a diferencia de lo que sucedía hace una década, la posición de los diversos partidos respecto del conflicto, el más enquistado y cargado de simbolismo del mundo, no ocupó un espacio central en la campaña. Más bien, ha sido un elemento secundario.
En parte, la razón es que Netanyahu y su futuro, que oscila entre consolidarse como sempiterno líder del país o terminar en el banquillo de los acusados, hace varios años que se ha convertido en el eje de la política israelí. Este tema ya monopolizó los anteriores comicios. El maquiavélico Netanyahu es una figura que suscita una gran polarización en la sociedad israelí, por su ideología y personalidad, pero sobre todo por su comportamiento oportunista.
Ahora bien, tampoco la desaparición de la escena política de Netanyahu, durante años el campeón de los colonos israelíes, serviría para reconducir el conflicto árabe-israelí. La sociedad israelí hace dos décadas que ha experimentado un imparable proceso de “derechización” que hace imposible imaginar el ascenso de un Ejecutivo con la voluntad y la capacidad de realizar las concesiones mínimas necesarias para esbozar la solución al conflicto preferida por la comunidad internacional, basada en la creación de dos Estados contiguos y viables.
De hecho, el histórico Partido Laborista, que dominó durante décadas la escena política y en los 90 firmó los Acuerdos de Paz de Oslo, ya ni tan siquiera aspira a ser el más votado en la Knesset y se ha visto reducido a la mínima expresión, tan solo siete diputados de 120.
La victoria israelí en la Segunda Intifada y en los recurrentes estallidos de violencia en la Franja de Gaza, controlada por el movimiento islamista Hamas, ha llevado a una mayoría de la población israelí a apostar por mantener el actual statu quo, es decir, el de unos territorios palestinos sometidos y tutelados indefinidamente. Además, la reciente firma de acuerdos de normalización con diversos Estados árabes sin necesidad de hacer concesión alguna no ha hecho sino consolidar esta lectura de la realidad.
Así las cosas, no parece que las elecciones palestinas, independientemente de su resultado, puedan alterar de forma sustancial la ecuación del conflicto. En juego está cuál es la facción palestina más poderosa: Hamas o Al-Fatah, el histórico movimiento de Yasser Arafat. Su pugna descarnada por el poder es lo que explica que se haya aplazado incontables veces la cita con las urnas. Y de hecho, no hay ninguna garantía de que esto no volverá a suceder este vez. El mejor escenario para los palestinos sería la emergencia de nuevos liderazgos que pusieran las bases de la ansiada unidad palestina.
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