Además de garantizar la supervivencia de su legado y de cimentar su valor literario, también fue crucial en establecer la figura y grandeza del poeta, y de difundirlas por el mundo
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*Por William Márquez
En un cuarto reservado para lectura de la Biblioteca Británica, en Londres, estoy esperando apreciar de cerca el ejemplar de un libro publicado hace 400 años que solo antes he visto expuesto a través de una gruesa vitrina.
El director del acervo impreso de la biblioteca, Adrian Edwards, entra empujando un carrito metálico, abre una compuerta bajo llave, saca de su funda un grueso volumen de más de 30cm de alto y 20cm de ancho, lo recuesta en un atril sobre la mesa y lo abre a su página titular:
Mr. William Shakespeares Comedies, Histories & Tragedies (Las comedias, historias y tragedias de don William Shakespeare), la primera edición de la obra completa del dramaturgo más famoso del mundo, publicada en noviembre de 1623.
Más allá de la emoción de ver en minucioso detalle sus páginas amarillentas con el paso del tiempo y el relieve del grabado de la icónica imagen del bardo, es difícil exagerar la importancia y significado de este libro histórico conocido hoy como el Primer Folio.
“El significado principal es que contiene 36 obras de Shakespeare, 18 de las cuales nunca habían sido impresas antes y no sobrevive ningún manuscrito de estas obras”, dice Adrian Edwards pasando delicadamente las páginas.
“No existen copias de archivo de los Actores del Rey [el nombre de la compañía de Shakespeare bajo auspicio real], nada, solo los textos que están en el Primer Folio”, añade.
Sin este libro se hubieran perdido clásicos como Macbeth, Julio César, Antonio y Cleopatra, Noche de reyes, La fierecilla domada y La tempestad, entre otros.
Además de garantizar la supervivencia de su obra y cimentar su valor literario, el Primer Folio también fue crucial en establecer la figura y grandeza de Shakespeare y de difundirlas por el mundo.
Las copias existentes han sido cuidadosamente estudiadas por expertos, revelando detalles sobre las prácticas teatrales de la época, las técnicas de impresión y el mercado de los libros de principios del siglo XVII. También han dado pistas y generado polémica sobre la identidad del dramaturgo.
El propio libro ha creado su propia historia, acumulando las huellas, marcas y anotaciones de sus diferentes dueños a lo largo de los siglos, aumentando exponencialmente su valor con el traspaso de mano en mano entre bibliófilos, filántropos, instituciones y museos. El más reciente ejemplar fue vendido en subasta por casi US$10 millones.
Un proyecto riesgoso y complejo
Siete años después de la muerte de Shakespeare, dos colegas de su compañía actoral, John Heminges y Henry Condell, se asignaron la tarea de reunir todos los manuscritos del autor, negociar los derechos de publicación y editar en un gran tomo las obras completas.
Era una empresa inusual para la época, como me contó Emma Smith, profesora de Estudios de Shakespeare de Hertford College, Oxford, y autora de varios libros sobre el tema.
“Debido a que el teatro era una forma de entretenimiento popular, no había mucho interés en leer los libretos”, explica.
“Es como ahora que estamos en una era de narrativa dramática en televisión, pero no tenemos una cultura de producir los libretos de [series como] ‘Sucesión’ o ‘Juego de Tronos’, lo mismo ocurría con el teatro entonces”.
Solo el contemporáneo de Shakespeare Ben Jonson había publicado con anterioridad un volumen de obras de teatro completas, las suyas propias, que incluía sus poemas también.
Pero la iniciativa de Heminges y Condell era un proyecto enorme, complejo, costoso y arriesgado.
En primer lugar estaba la tarea de recopilar los textos fidedignos de las obras, seguramente de los archivos de la compañía actoral. No obstante, algunas obras también circulaban individualmente en versiones alteradas en pequeños libros o cuartillas, en panfletos y en copias pirateadas.
Pero en la página introductoria Heminges y Condell aseguran que su folio sigue “las copias verdaderas y originales”.
Luego había que negociar los derechos. No existía la propiedad intelectual como tal, las obras pertenecían a la compañía teatral para montarlas en el escenario, pero su publicación estaba regida por un ente conocido como la Compañía de Impresores.
“Los impresores tenían un sistema de registro mediante el cual sus miembros podían ingresar ciertos títulos en una gran bitácora y los derechos de muchos de estos se aseguraban así”, dice la profesora Emma Smith.
“Lo que tuvieron que hacer [Heminges y Condell] era convencer a quienes hubieran comprado esos derechos a que se los vendieran”.
Una prueba de esa dificultad podría encontrarse en el hecho que la pieza Troilo y Crécida, incluida en el Primer Folio, no aparece descrita en el índice de obras, seguramente porque sus derechos fueron negociados a última hora, después de que la página de índice ya estuviera impresa.
El alto costo del papel en esa época hacía prohibitivo la reimpresión de dicha página. También implicaba que el texto de las 36 obras tenía que caber apretado en el menor número de páginas posibles, que llegó a ser de aproximadamente 900.
Teniendo en cuenta que la tipografía tenía que ser compuesta letra por letra se puede uno imaginar el largo trabajo de impresión.
¿Una empresa comercial o un acto fraternal?
No se sabe, entonces, por qué los dos actores colegas de Shakespeare decidieron embarcarse en esta empresa, ni cuál era su objetivo final.
Está el ángulo comercial, por supuesto. Presumiblemente, los editores colocaron de primera la obra La tempestad, que no había sido publicada antes, igual que Cimbelino, que está al final de la colección, para que de cualquier lado que un cliente potencial abriera el libro se encontrara con algo nuevo, algo que no había sido impreso antes y así estimular la necesidad de comprarlo.
Para algunos expertos, el hecho que Shakespeare haya mencionado a Heminges y Condell en su testamento de 1616 y dejado dinero para comprar anillos en su memoria implica de alguna manera que los había comisionado para producir su legado literario, señala la profesora Smith.
“Pudo tratarse de un acto fraternal hacia su amigo y colega. Otra, que quisieran presentar la compañía Actores del Rey a una audiencia más amplia. Tal vez a una audiencia más sofisticada tanto con un teatro escenificado como impreso”, dice la académica.
Adrian Edwards, de la Biblioteca Británica, plantea la posibilidad que la influencia de Shakespeare estaba declinando frente a nuevos dramaturgos y esta publicación pretendía rehabilitarlo ante las nuevas generaciones.
“Su obras no se estaban presentando con la frecuencia de antes. El teatro era algo que se presentaba un par de veces y luego se olvidaba. Tal vez un grande y costo volumen era parte de la propaganda para establecer a Shakespeare como una importante figura cultural”, especula Edwards.
El libro, que con la opción de una pasta en cuero de cabra se vendía a 20 chelines, unos US$200 de hoy día, no fue lo que se llamaría un best seller, pero con el tiempo fue adquiriendo clientela, hasta el punto de que salieron tres ediciones más en el siglo XVII; de ahí que a la primera edición se la conozca como el Primer Folio.
El tamaño y peso del Primer Folio aseguró su permanencia, indica Emma Smith. “No es un libro que se pierda fácilmente y en los períodos históricos cuando el teatro se ha interrumpido ha sido la misma presencia física de este ejemplar de Shakespeare lo que ha permitido que su obra ingrese otra vez al repertorio”.
El polémico retrato de Shakespeare
Otro aspecto que ha contribuido a la trascendencia de este volumen es el retrato que lo acompaña, algo muy poco usual para un libro de la época.
En la página titular, que lee “Las comedias, historias y tragedias de don William Shakespeare”, hay un gran grabado con la imagen del autor que se ha vuelto icónica y nos ha permitido visualizarlo a él y relacionarlo con su obra.
“Pienso que lo que el Primer Folio sugiere es que, al leer las obras, estamos leyendo la mente de un individuo y, naturalmente, una mente interesante”, resalta la profesora Smith.
El ilustrador y artista Martin Droeshout fue quien creó el grabado, pero los expertos han detectado cambios en el retrato en diferentes ejemplares. Hay por lo menos tres versiones del grabado y la copia del folio que Adrian Edwards me muestra en la Biblioteca Británica es la original.
“Sólo sobreviven cuatro copias [del folio] en todo el mundo con esta versión del retrato”, me muestra. “La sospecha es que, después de unas impresiones [Droeshout] no estaba satisfecho y empezó a hacerle cambios. Le añadió bastante sombra alrededor del cuello y después decidió agrandar el tamaño del bigote de Shakespeare”.
Por el alto costo del papel, esas pruebas preliminares no se desecharon y fueron incluidas en los primeros ejemplares del folio. Esos cambios en el grabado de Shakespeare han contribuido a generar todo tipo de teorías que cuestionan la real autoría de las obras.
Una es la “teoría oxofordiana” que dice que el Shakespeare de Stratford upon Avon que nos da la historia era analfabeto, un actor de segunda sin preparación alguna que en realidad fue testaferro del aristócrata contemporáneo Henry De Vere.
No obstante, la profesora Emma Smith apunta a una triangulación de pruebas que deja pocas dudas de quién es el verdadero autor.
“Diría que hay bastante evidencia contemporánea que vincula a Shakespeare el actor, Shakespeare el dramaturgo y el Shakespeare que vive y muere en Stratford upon Avon”, asegura.
“Así que no hay espacio para la idea de que él fuera la marioneta de algún noble que no era capaz de admitir la autoría de las obras”.
Un talismán
Se estima que la tirada del Primer Folio en 1623 fue de unos 750 ejemplares, de los cuales han sobrevivido unos 325 debidamente autenticados por expertos. Estas copias se encuentran distribuidas por todo el mundo, en bibliotecas, instituciones, museos y colecciones privadas.
Curiosamente, ninguna copia es igual a la otra. Además de los cambios mencionados al retrato de Shakespeare, durante el proceso de impresión se descubrieron errores de tipografía que se fueron corrigiendo sobre la marcha, produciendo libros con una mezcla de páginas de errores y correcciones.
“Todos estos libros son diferentes en varias formas y fueron diferentes desde el mismo principio”, indica Emma Smith.
“Probablemente han sido alterados más bajo la presión de sus diferentes dueños que los han reencuadernado, remendado, o ‘mejorado’ a su manera”.
A algunos les han cambiado el orden de las obras, a otros arrancado páginas y reemplazado estas con copias facsimilares. Varios están anotados por sus dueños con comentarios, tachones, interpretaciones, poemas adicionales y firmas. También hay dibujos, garabatos, marcas de una copa, manchas de té, comida y otras huellas.
“Nos ofrecen una conexión con el pasado”, dice la profesora Smith. “Si ves que alguien ha subrayado una frase en particular eso deja entrever una visión del mundo de alguien más, la mente de otra persona y eso puede ser muy conmovedor”.
La procedencia de estos ejemplares sobrevivientes y cómo se han distribuido a través del mundo se ha vuelto un aspecto importante de las investigaciones shakesperianas, añade la académica de Oxford.
En la biblioteca Morgan de Nueva York, por ejemplo, hay un ejemplar que se sabe que estuvo en una escuela de Alemania a mediados del siglo XVIII, lo que apunta a que hubo una recepción extraordinaria de Shakespeare entre los poetas y estudiosos alemanes mucho antes de que el dramaturgo volviera a ser popular en el mundo angloparlante en ese siglo.
Además de haber preservado para la posteridad 36 obras de Shakespeare y de revelar aspectos sociales, culturales y económicos de su época, algo extraordinario ha pasado con el Primer Folio que le ha dado su propia identidad más allá de su contenido y que lo ha vuelto tan cotizado que la última copia se subastó en US$9.978.000 en 2020.
“En parte se ha convertido en un talismán para todo tipo de cosas asociadas con Shakespeare”, concluye la profesora Emma Smith. “Pero en parte pienso que se ha convertido en un libro que es valioso por su propia historia y sus propios 400 años de existencia”.
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