El presidente filipino, al frente de una despiadada guerra contra el narcotráfico
MANILA.- Una foto, una gorra, un reloj ensangrentado y el informe de la autopsia. Todo lo que guarda Jocelyn Bellarmino de su expareja Macario cabe en un altar improvisado sobre una tabla. No guarda nada de Vicente, su anterior pareja, muerto unos meses antes. Ni en su cuchitril, un puñado de metros insalubres sin agua corriente que subliman el aprovechamiento de espacios con bolsas colgantes y literas, ni en su cabeza, atareada con llenar el cuenco de arroz para sus hijos, hay espacio para más de un duelo.
La guerra contra la droga en Filipinas mata a más velocidad de la digerible. El presidente Rodrigo Duterte cumplió la promesa de dar trabajo a las funerarias. La policía mató a casi 4000 drogadictos y traficantes desde julio del año pasado, según cifras oficiales. Otros 2000 murieron en crímenes relacionados con la droga y unos miles más fallecieron en circunstancias no aclaradas. Cuesta orientarse en una tipología tan variada como confusa.
La policía alega que sólo dispara a los criminales que se resisten al arresto, las organizaciones de derechos humanos hablan de asesinatos por vigilantes o escuadrones de la muerte y la oposición política denuncia crímenes contra la humanidad. El debate se simplifica a una guerra de siglas en inglés: DUI (muerte bajo investigación) para unos, EJK (ejecuciones extrajudiciales), para otros.
Vicente repartía pescado cuando fue sorprendido por una patrulla policial en septiembre pasado. La litúrgica versión oficial asegura que él y sus amigos dispararon a los agentes y estos respondieron hasta matar a los cinco. "Cómo iba a comprar Vicente una pistola si ni siquiera podíamos comer", enfatiza Jocelyn. El altísimo número de tiroteos declarados y las escasísimas muertes policiales certifican a los delincuentes filipinos como los de peor puntería del mundo.
Vicente fue enterrado como ordena la casuística. Su cuerpo recibió una inyección de formaldehído para que aguantara las suficientes semanas o meses al aire libre mientras la familia organiza bingos y timbas de cartas entre amigos para pagar el entierro. Jocelyn conoció poco después a Macario, que se deslomaba en su triciclo para alimentar a sus hijos y a los ajenos. Compraba cigarrillos en julio cuando siete tipos preguntaron a un vecino por los dealers de la zona y le señaló a él. Recibió cinco balas antes de negarlo y Jocelyn tuvo que volver a activar el bingo.
"Vicente consumía drogas muy esporádicamente. A Macario le hice prometer que eligiera entre ellas o yo y creo que las había dejado", desvela Jocelyn con mucha comprensión por su vicio. El ubicuo y baratísimo shabu o metanfetamina es un vehículo para huir de la árida cotidianeidad y un suplemento energético para los trabajos extenuantes.
Jocelyn gana 100 pesos filipinos diarios (alrededor de dos dólares) limpiando mejillones en la planta de pescado. Sus hijos usan la misma ropa desde hace un año y comen cuando su madre consigue ayuda de los vecinos. La guerra contra la droga se cebó en arrabales de pobreza dolorosa como Nabotas o Caloocan, en las afueras de Manila.
El paisaje remite al paso de un tsunami. Alpargatas desparejadas, plásticos, troncos y piedras se mezclan en el lodazal. Chicos semidesnudos juegan entre gallinas y perros huesudos. Los hombres se higienizan en la calle con baldes. Y en ese ambiente abundan las sonrisas por esa capacidad tan asiática de mirar adelante y sin lamentos porque la supervivencia diaria reclama toda la energía. En las puertas se lee "Dios está contigo", escrito en tiza y otros mensajes de aliento.
En barrios como este apuntaló su victoria Duterte. Rosita Opiasa, trabajadora social, sólo recuerda haber visto a un político. Fue después de que todas las viviendas ardieran por el descuido de dos drogadictos. "El político vino, se paró en la carretera sin atreverse a entrar y prometió ayuda para reconstruir las casas", cuenta. Nunca regresó y los vecinos las rehicieron con sus manos.
En ese secular olvido de la clase política de Manila retumbaron las promesas de un advenedizo como Duterte. El apoyo se mantiene a pesar de que las clases bajas soportan todo el castigo. No hay noticias de grandes capos de la droga detenidos y tampoco es difícil encontrar marihuana o cocaína en los boliches más elitistas de la capital. Las encuestas sugieren esquizofrenia: el 75 % de los filipinos está convencido de que existen las EJK y el 90% apoya la campaña de Duterte, según un estudio de octubre de Pulse Asia. Ocurre que muchos creen que todo vale en un país castigado por las drogas y el crimen, y valoran el incremento de seguridad en las calles.
"Es peligroso, llegamos y nos disparan", se defiende el oficial de policía Fernández, de 26 años. "La gente que critica no sabe las dimensiones del problema. Los adictos violan a niños. Perdí el contacto con mis amigos del barrio porque se hundieron en las drogas", añade, mientras fuma de madrugada en la comisaría central de Manila en espera del siguiente homicidio.
Los lugareños de Caloocan sostienen que se acabó la impunidad de los traficantes, pero lamentan la factura. Son constantes las redadas nocturnas de enmascarados y una moto sin matrícula basta para desatar el pánico. Protegerse en casa es inútil porque los tablones no frenan a los pistoleros.
"Ya perdí la cuenta de las veces que vinieron este año. Quizá una veintena. La última fue anoche, hubo otro muerto. Cuando escuchamos disparos, nos metemos en casa y esperamos que acabe", señala Jocelyn. El ciclo comprende una semana con varios muertos seguida de dos o tres de calma para los entierros.
María se disculpó con su hijo Danilo por dejarlo ahí, besó su frente y salió de la funeraria. Una semana atrás había muerto su hijo Aljon y aún cavilaba cómo pagaría su entierro. Pasaron los tres meses reglamentarios y Danilo fue a la fosa común con los cuerpos no reclamados. María gana entre 500 y 900 pesos filipinos diarios (10 y 17 dólares) cortando pescado y su marido recibe 400 por descargarlo (ocho dólares). Los 35.000 pesos filipinos (casi 680 dólares) que cuesta un funeral son una bomba nuclear en esas economías familiares de pura supervivencia.
Sólo los directamente afectados abominan de Duterte. María participó en su campaña electoral y hoy entiende que sus hijos estarían vivos sin él. Aljon, de 23 años, veía la televisión cuando tres enmascarados entraron en casa, la golpearon desoyendo las súplicas maternas y se lo llevaron. María lo encontró esa noche con dos balazos junto a las aguas turbias del río Pasig. Danilo, de 33 años, reparaba las tuberías en casa de un amigo cuando fue abordado por un grupo de enmascarados. Apareció en el río con veinte balazos.
"Danilo consumía, pero Aijon nunca lo hizo. Trabajaba duro, ayudaba en casa y me prometía que jugaría en la NBA para sacarnos de la pobreza. Alguien pasó un dato equivocado", sospecha María.
El único recuerdo que guarda María de Aljon es la ampliación de la foto del carné de identidad que le dio el párroco para que no usara la del funeral. La foto, muy pixelada y descolorida, cuelga de la pared más noble de su choza. No tiene ninguna de Danilo.
La receta de Duterte es audaz: pretende terminar con la droga acabando con los drogadictos. El último informe de Amnistía Internacional se titulaba "Si eres pobre, estás muerto", y hablaba de más de 13.000 muertos. La guerra de Duterte es una fábrica de huérfanos y viudas en los barrios que le esperaban como el salvador.
Antonio Trillanes: "Duterte es responsable de los asesinatos extrajudiciales"
MANILA.- El senador filipino Antonio Trillanes es atildado, de refinamiento británico y camisa blanca bien planchada: también sus formas se oponen a las del brutal presidente. Trillanes es el castigo de Rodrigo Duterte desde que éste era alcalde en Davao. Relevó a la senadora Leila de Lima, encarcelada por unas acusaciones de narcotráfico que la oposición juzga de políticas. Duterte ya adelantó cómo acabará su litigio con Trillanes: "Él me destruirá a mí o yo a él. No hay más". Las gruesas cortinas del despacho del senador siguen corridas cuando fuera luce un sol envidiable.
-¿Teme por su seguridad?
-Sí, todos sabemos que es muy vengativo y que mató a rivales políticos en Davao. También influyó en la Justicia para encarcelar a la senadora de Lima. He recibido información directa de diferentes fuentes de que Duterte ha ordenado asesinarme.
-¿Cree que pretende una dictadura como la de Ferdinand Marcos (1965-1986)?
-Sí. Dijo que quiere establecer un gobierno revolucionario, que Marcos es el líder al que quiere emular y que la Ley Marcial fue la época gloriosa de Filipinas. En eso cree y todas sus acciones van en esa dirección.
-¿Cuáles son sus similitudes con Marcos?
-Su propensión al régimen autoritario. Pero en el resto hay una brecha enorme: en estrategia política, en perspicacia o en delicadeza para conseguir los fines. Marcos nunca fue populista, el se veía como un visionario pero actuó como un régimen autoritario. Duterte sí lo es. Es un antiguo alcalde de una pequeña ciudad que ajusta su discurso a las demandas del pueblo sin tener intención de cumplirlas.
-¿Cómo explica que arrasara en las elecciones?
-Lo principal fue la falta de alternativas. Todas tenían un mensaje muy pálido en comparación con sus promesas. Y hubo un aluvión de propaganda, fue la primera vez que las fake news llegaron a Filipinas. Se dijo que venía de una familia pobre, se mostraron fotos donde dormía dentro de una casucha y muchos filipinos se vieron representados. Pero en realidad es millonario. También se insistió en que Davao es una de las ciudades más seguras del mundo cuando es de las más inseguras. Prometió acabar con el crimen, las drogas y la corrupción en seis meses. Esas promesas de cambio radical inminente calaron en la gente, que no esperaban que sólo fueran mentiras.
-¿La clase política filipina ortodoxa que durante décadas no ha ofreció respuesta a los problemas enquistados no debería hacer autocrítica?
-La incapacidad de los gobiernos para conectar con las masas también explican el éxito de Duterte. Pero yo estaba en las elecciones y le aseguro que todo se reduce a la propaganda. Su mensaje llegó a los filipinos y el del resto no.
-En los barrios más deprimidos dicen que la droga era un problema muy serio antes.
-Todos es propaganda. Tenemos acceso a las estadísticas. Filipinas no está cerca de México o Colombia. Ni siquiera de Estados Unidos, donde los consumidores alcanzan el 10 %.
-Cualquier líder occidental mataría por la popularidad de Duterte (80 % de apoyo, según la última encuesta).
-Pero viene del 92% y la caída se produjo en un solo año. Y sigue bajando cada día. Lo puedo sentir en las calles. Yo era uno de los filipinos más odiados el año pasado por popularidad de Duterte y ahora mucha gente me expresa su aprecio por lo que hacemos
-¿Qué responsabilidad tiene en los asesinatos extrajudiciales?
-Es responsable directo. En la campaña electoral dijo que mataría a los que consumieran drogas. Gracias a esas declaraciones tenemos a miles de filipinos muertos simplemente por ser sospechosos de consumir o de traficar.
-Él asegura que la policía los mató en defensa propia.
-Eso dice ahora pero meses atrás afirmó abiertamente que merecían morir, que no eran humanos. Ahora sufre presiones internacionales y cambia el mensaje, introduce algún matiz de negación, promete que no ordenó los asesinatos, que se resistieron a los arrestos y que la policía tuvo que disparar. Hemos investigado varios casos y las víctimas nunca respondieron, fueron asesinatos a sangre fría.
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