Se trató de una iniciativa propuesta tras la liberación de diferentes regiones y países en la época independentista de Sudamérica que consistía en proclamar rey “vitalicio” al Libertador
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Era una corona digna de un soberano y aquel día de júbilo la antigua capital del imperio inca se la obsequió a Simón Bolívar. Elaborada con 47 hojas de laurel en oro, 49 perlas barrocas, 9 diamantes grandes y 274 chispas de diamantes, la llamada guirnalda cívica es considerada como una “espléndida joya” que bien parece hecha para adornar la cabeza de Napoleón o Julio César.
Era junio de 1825 y el Libertador estaba entonces en la cima de su gloria. Era presidente de la llamada Gran Colombia (una república entonces formada por las actuales Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá) y pocos meses antes había consolidado la independencia de Perú. Su llegada a Cuzco fue una especie de “marcha triunfal”.
“A lo largo del camino a la capital, las poblaciones más importantes como los humildes caseríos competían en las demostraciones de alegría al ver a su Libertador; pero nada puede compararse a la magnificencia que desplegó la antigua capital de los incas, cuando entró en ella el 25 de junio.
“Diríase que la ciudad había sufrido muy poco en el curso de la revolución, tanta era la riqueza que ostentó en este día”, contó en sus memorias Daniel Florencio O’Leary, un diplomático y militar irlandés que participó en las guerras de Independencia sudamericanas y que fue amigo personal de Bolívar.
Fue en esa ciudad donde el Libertador recibió la corona cívica elaborada en su honor, pero que él no conservó para sí, sino que la entregó al mariscal Antonio José de Sucre -comandante de las fuerzas patriotas en la definitoria batalla de Ayacucho-, quien a su vez se la regaló al Congreso de Colombia.
No era la primera vez que Bolívar declinaba usar una corona, años antes había hecho lo mismo con una de laureles que le entregaron en Bogotá en 1819.
Aunque estas coronas no venían realmente investidas de ningún poder, sí hubo varias iniciativas que plantearon la posibilidad de nombrarle rey e, incluso, una propuesta concreta en 1829 para hacerle presidente vitalicio y, tras su muerte, establecer en la Gran Colombia una monarquía constitucional regida por un príncipe europeo. ¿En qué consistió?
Negociaciones secretas
El 3 de septiembre de 1829, el Consejo de Gobierno -a cargo del poder en la Gran Colombia en ausencia de Bolívar, quien se encontraba en el sur del continente- autorizó al Ministerio de Exteriores a realizar negociaciones diplomáticas secretas ante Inglaterra y Francia para manifestarles “la necesidad que tenía Colombia para su organización definitiva de variar la forma de su gobierno, decretando una monarquía constitucional” y saber si, llegado el caso, esos países estarían dispuestos a darle su consentimiento.
La propuesta contemplaba la idea de que “el Libertador mandara mientras viviera con este título, y que después de su muerte entrara a reinar el príncipe que se eligiera de alguna de las dinastías de Europa”.
Además, previendo la alarma u oposición que este cambio podría generar en Estados Unidos y/o en otras repúblicas americanas, también se consultaba sobre la posibilidad de contar con “la poderosa y eficaz intervención de la Gran Bretaña y de la Francia, dirigida a que de ningún modo se turbara ni inquietase a Colombia por haber usado del derecho indisputable que le asistía, de darse la forma de gobierno que mejor le conviniese”.
El Consejo de Ministros también instruyó a sus representantes diplomáticos que hicieran entender al gobierno de Francia, aunque sin contraer ningún compromiso, que “en el caso de escogerse alguna rama de las Casas Reales de Europa, opinaba el Consejo que convendría a Colombia elegir un príncipe francés, que sería de nuestra misma religión, y a cuyo favor militarían otras muchas razones de política y de conveniencia”.
Así, el 8 de septiembre de 1829, se enviaron instrucciones a los representantes diplomáticos de la Gran Colombia ante Francia y Reino Unido, Leandro Palacios y José Fernández Madrid, respectivamente. Estas gestiones resultaron completamente infructuosas y, a la postre, contraproducentes.
Debido a los lazos de sangre que tenía con la Casa de Borbón en España, la realeza francesa rechazó la petición; mientras que en Reino Unido, donde la idea de la instauración de una monarquía en Colombia fue mejor recibida, los motivos de rechazo fueron otros.
Fernández Madrid envió a Bogotá un informe sobre sus conversaciones con el secretario británico de Exteriores, Lord Aberdeen, en el que señaló: “El Gobierno de Su Majestad, lejos de oponerse a que se establezca en Colombia un orden político semejante al de este país, celebraría que se verificase esta reforma, por cuanto está convencido de que ella contribuirá al orden y por consiguiente a la prosperidad de aquella parte de América. Pero me repetía que el gobierno inglés no permitiría que un príncipe de la familia de Francia cruce el Atlántico para ir a coronarse en el Nuevo Mundo”.
Además de derivar en un fracaso, estas gestiones tuvieron repercusiones negativas para el gobierno de la Gran Colombia pues pese a haberse realizado de forma reservada, al final llegaron al conocimiento público.
“El solo proyecto de una monarquía que reemplazara el esfuerzo liberal y republicano de los libertadores recorrió como grito de alerta todas las ciudades y aldeas sacudiendo de pánico la epidermis colombiana”, escribió el fallecido escritor y diplomático colombiano Diego Uribe Vargas en su libro “Colombia y su diplomacia secreta”.
“En este caso la diplomacia secreta se había utilizado contra la República y el solo intento de variar subrepticiamente la estructura constitucional con la ayuda extranjera, representaba hecho punible no sólo a la luz de las costumbres democráticas, sino como traición a la misma gesta emancipadora”.
Así, esta iniciativa habría sido uno de los últimos clavos en el ataúd de la Gran Colombia.
En palabras del historiador venezolano Carraciolo Parra Pérez: “El resultado más grave e irremediable de la operación en favor de la monarquía fue dar a los nacionalistas venezolanos, más que pretexto, razón válida para separar a su país de la Unión Colombiana, cuyos directores en Bogotá desesperaban de la República”.
Tendencias monárquicas
Pero ¿cómo es posible que tras casi dos décadas de guerra, sangre y destrucción para alcanzar la independencia de España, en la Gran Colombia hubiera quien se planteara seriamente cambiar la república por una monarquía y poner al frente a un miembro de la realeza europea?
La verdad es que, aunque la de 1829 fue la iniciativa más seria para crear una monarquía, esta idea ya se había planteado en otras ocasiones y, de hecho, no era una idea ajena al continente americano.
“Los intentos monárquicos en América Latina no fueron raros. En prácticamente todos los países de la región hubo este tipo de iniciativas”, le dice a BBC Mundo Juan Carlos Morales Manzur, presidente de la Academia de Historia del Estado Zulia.
“Hay que recordar el intento que se dio en Argentina para instaurar una monarquía en la cabeza de la princesa Carlota Joaquina de Borbón, una hermana de Fernando VII; las ideas de San Martín de establecer una monarquía en el Perú; la iniciativa del presidente Flores, que ya fuera del poder intenta constituir una monarquía en Ecuador que estaría dirigida por un hijo de la reina gobernadora de España, María Cristina de Borbón.
“México, por su parte, tuvo una monarquía y dos imperios. En Haití también hubo 3 imperios y Brasil tuvo una monarquía estable por mucho tiempo. Entonces, no es un hecho aislado que se haya pensado en una monarquía en Colombia”, agrega.
Tomás Straka, historiador de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas y miembro de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela, apunta que “la independencia no es necesariamente antimonárquica”.
Explica que aunque en la zona costera de Venezuela y de Colombia hubo posiciones particularmente radicales y desde el primer momento se pensó que la independencia de España implicaría la transformación global de la sociedad, en la mayor parte de la América española e incluso la mayor parte de los venezolanos por mucho tiempo no apoyaron la idea de república.
“Eso explica en buena medida por qué la guerra duró 10 años, pues tuvo connotaciones de guerra civil en la mayor parte del territorio. Hubo quien pensó que si el Reino de España ya no era viable, había que montar tienda aparte e independizarse como un hijo que se va de su casa -esa fue la imagen que plantearon muchos- y buscar otro rey. Que hubiera problemas en la monarquía española no significó para muchos que no fuese a funcionar la monarquía”, señala.
Una república en crisis
Pero la iniciativa de 1829 no surgía tanto de la simpatías que podían sentir hacia el sistema monárquico los miembros del Consejo de Gobierno, sino por la grave crisis interna que vivía la Gran Colombia, cada vez más cercana a su disolución.
Morales Manzur explica que para ese momento el país vivía en una situación política compleja.
“Todas las repúblicas latinoamericanas habían fracasado. Cuando se logró la independencia lo que hubo fue un clima de confrontación, de pobreza, de inestabilidad política en todos estos países y, por eso, es que algunos pensaron en la idea de la monarquía. Se consideraba que esta podía traer estabilidad”, señaló.
Tomás Straka indica que para 1829, la Gran Colombia estaba en una situación política muy deteriorada.
“Había disensiones en la Nueva Granada. Venezuela, francamente rebelde, estaba organizando juntas para separarse de Colombia y había ocurrido una rebelión poco antes en Guayaquil, que se logró resolver muy en el último minuto. Además, estaba la guerra con Perú. Entonces, buscando una solución de forma desesperada, se planteó aquello [la propuesta de la monarquía]”, apunta.
Así, la iniciativa apuntaba a conseguir una fórmula que permitiera darle continuidad a la Gran Colombia, como explicó después José Manuel Restrepo, quien era secretario de Interior en el Consejo de Gobierno.
“Al ver muchos de los hombres de experiencia y de influjo en los negocios, residentes en Bogotá, el estado alarmante que tenía la subsistencia de la Unión Colombiana; al considerar que el único vínculo que ligaba a las diferentes partes de esta hermosa República era Bolívar, su fundador, cuyas enfermedades y vejez prematura no prestaban garantías de que viviese lo bastante para dar cima a la obra comenzada, al meditar finalmente las fuertes antipatías que existían por desgracia entre granadinos y venezolanos, y las que profesaban contra ambos los hijos del Ecuador, naturalmente miraban con ansiedad el porvenir de Colombia que no podían juzgar duradero”, escribió.
Indicó que estos elementos persuadieron a algunas personas, incluyendo a los miembros del Consejo de Ministros, de que el país no iba a sobrevivir si seguía siendo una república, pues terminaría dividida “por las antipatías y rivalidades existentes” por lo que llegaron a la conclusión de que la única manera de tener garantías de orden y estabilidad era con una monarquía constitucional, regida por un príncipe traído de Europa.
Y, a todas estas, ¿qué pensaba Bolívar?
Entre la gloria y la corona
En diciembre de 1829, el Libertador dejó del todo claro que no podían contar con él para aquel proyecto de monarquía.
“Versándose el acto del Consejo Ministerial sobre fundar una monarquía, cuyo trono (cualquiera que fuese su denominación) debía ocupar S. E. el Libertador-Presidente y por el mismo sostener a todo trance sus cimientos a beneficio del sucesor, S. E. creyó de su deber improbarlo; porque su misma consagración a la causa pública sería infructuosa, desde que, mancillada su reputación por un acto contradictorio de su carrera y de sus principios, entrase en la trillada senda de los monarcas”, dice una carta enviada por su secretario, José Domingo Espinar, al ministro Estanislao Vergara.
“Convenga o no a Colombia elevar un solio, el Libertador no debe ocuparlo; aún más, no debe cooperar a su edificación ni acreditar por sí mismo la insuficiencia de la actual forma de gobierno”, agrega.
Pese a estas y a anteriores negativas explícitas y escritas, hay historiadores que creen que Bolívar sí aspiraba a ser un monarca, mientras otros consideran que su postura sobre el tema era ambigua.
“Si alguna responsabilidad puede imputársele a Bolívar es la de que conociendo el proyecto de monarquía no se apresuró a improbarlo y guardó un silencio de efectos demoledores para la unidad nacional. No sólo el Consejo de Ministros que reconoció, dimitiendo, su error, sino la opinión unánime de los historiadores achacan a esta conducta uno de los factores que más contribuyeron a la disolución de la Gran Colombia”, escribió Uribe Vargas al respecto.
Bolívar estaba en aquella época muy preocupado por el destino de la Gran Colombia, al punto de llegar a considerar ideas extremas, como solicitar un protectorado externo, para evitar su disolución.
En una carta enviada en abril de 1829 desde Quito al ministro de Exteriores, Espinar señala: “Tan espantoso cuadro como ofrecen los nuevos Estados americanos, hace prever un porvenir muy funesto, y la causa de la independencia se ve amenazada por los mismos que debieran sostenerla”.
Y, más adelante agrega: “No queda otro recurso (en concepto de S. E) que el que usted hable privadamente con los Ministros de los Estados Unidos y de Inglaterra, manifestándoles las pocas esperanzas que hay de consolidar los nuevos gobiernos americanos, y las proximidades que hay de que se desplacen recíprocamente, si un Estado poderoso no interviene en sus diferencias o toma a la América bajo su protección”.
Uribe Vargas afirma que este “cambio súbito de conducta” de Bolívar es atribuido a la enfermedad que padecía y “a la angustia del Libertador ante el espectáculo de unas facciones políticas cuya pugna ponía en peligro la suerte de la campaña emancipadora”.
El escritor y exdiplomático también señala que a partir de esta iniciativa del protectorado, el Consejo de Ministros infirió que El Libertador podría tomar una postura más favorable a la idea monárquica.
Pese a ello, fueron varias las ocasiones en las que Bolívar rechazó la posibilidad de coronarse.
Una de las más célebres ocurrió en 1826, cuando el general José Antonio Páez le envió una carta en la que comparaba la situación de la Gran Colombia con la que vivía Francia cuando mandaron a llamar a Napoleón para salvar a la nación y conminaba al Libertador a hacer lo propio.
En su respuesta, Bolívar es tajante en su postura: “Yo no soy Napoleón ni quiero serlo; tampoco quiero imitar a César, aun menos a Iturbide. Tales ejemplos me parecen indignos de mi gloria. El título de Libertador es superior a cuantos ha recibido el orgullo humano. Por tanto es imposible degradarlo”, escribió.
“Un trono espantaría tanto por su brillo como por su altura. Este proyecto no conviene ni a Ud. ni a mí, ni al país”, concluyó.
Por Ángel Bermúdez
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