El plan económico de Biden no fue pensado para un contexto de inflación, escasez de mano de obra e insumos en EE.UU.
La presión sobre los costos y la polarización política impiden que los demócratas puedan capitalizar el repunte económico
- 6 minutos de lectura'
NUEVA YORK.- Un presupuesto inconmovible de la política norteamericana es que para ganar elecciones es fundamental que la economía vaya bien. Hoy, el empleo y los salarios crecen velozmente, las acciones de las empresas alcanzan valores récord y la gente está contenta por sus perspectivas económicas y laborales. Pero los índices de aprobación del presidente Joe Biden están por el sótano y los demócratas acaban de perder la gobernación de un estado que le es tradicionalmente afín, como Virginia.
Parte de eso es reflejo de un electorado al que mueve menos la evidencia objetiva del estado de la economía que las razones emocionales de una batalla cultural y social. Pero también se debe a una situación económica extraña, donde el problema no es la falta de trabajo sino la escasez de suministros, la inflación y las disrupciones cotidianas que sigue provocando la pandemia. La agenda de Biden no fue pensada para lidiar con ese tipo de problemas, y en algunos aspectos, los terminó empeorando.
En octubre, la inflación alcanzó el 6,2%, cifra récord de los últimos 30 años, según informó el miércoles el Departamento de Trabajo. “La inflación atenta contra el bolsillo de los norteamericanos, y revertir esa tendencia es mi máxima prioridad”, dijo Biden en un comunicado.
Pero el mandatario enfrenta grandes escollos si pretende tranquilizar a los votantes. La visión del electorado sobre al economía solía influir en la aprobación al presidente, pero desde el gobierno de Barack Obama ocurre lo contrario: la identificación partidaria es la que motiva la opinión sobre la economía. En octubre de 2020, cuando Donald Trump todavía era presidente, un 55% neto de republicanos pensaba que la economía estaba mejorando, según una encuesta de Gallup, mientras que un 67% de demócratas pensaba que la economía iba peor. Poco después de la asunción de Biden, esos mismos porcentajes se invirtieron.
Y allí donde la economía efectivamente importa, Biden tiene otro problema: su plan económico no es apto para encaminarla. Eso se deriva de la convicción inicial del equipo de Biden de que los estímulos económicos de Obama en 2009 fueron insuficientes, y que la consecuente tibia recuperación condujo a la derrota demócrata en las elecciones de medio mandato de 2010. Por lo tanto, no bien Biden asumió, su equipo presionó para que el plan de ayuda estatal fuera lo más generoso posible.
Pero la economía de Obama sufría por falta de demanda, y la de Biden por falta de insumos. La pandemia obligó a las empresas a cerrar, las cadenas de suministros se tensaron por los cambios en los patrones de consumo, y millones de personas dejaron de trabajar debido al Covid, al cuidado de los hijos en casa, o a la ayuda social del Estado. O sea que al impulsar la demanda en una economía ya aquejada por la escasez de insumos, el paquete de estímulo de Biden terminó fogoneando la inflación. Difícil decir cuánto incidió, pero los republicanos y hasta algunos demócratas, como el senador Joe Manchin, de Virginia, no tardaron en conectar ambos hechos.
“Reconstruir mejor”
Ni la ley de infraestructura con apoyo bipartidario propuesta por Biden, ni el plan social y climático que la Casa Blanca llama “Reconstruir mejor” fueron pensados para un contexto inflacionario, pero ahora el gobierno los está encuadrando de esa manera. El proyecto de ley de infraestructura, dijo Biden el miércoles, “aliviará los cuellos de botella, facilitará el acceso a los bienes y abaratará los costos”. Y agregó que el programa Reconstruir Mejor “al reducir el costo del cuidado de niños y ancianos, permitirá que más norteamericanos salgan a trabajar”, y también reducirá los gastos en salud y medicamentos.
Pero faltan años para que se sientan algunos de esos beneficios, y a corto plazo el impacto podría ser un aumento aún mayor de la inflación. En sus primeros años, ambos planes acrecientan el déficit, o sea que representan una inyección adicional de dinero en la economía. La consultora Moody’s Analytics predice que los dos proyectos de ley aumentarán el crecimiento económico durante los próximos tres años, pero también impulsarán la inflación en un promedio de 0,3 puntos porcentuales.
A largo plazo, una mejor infraestructura puede eliminar los cuellos de botella, pero en lo inmediato, el auge de la construcción puede potenciar la demanda y fogonear la puja por los escasos materiales y la esquiva mano de obra. Un cuidado infantil más accesible puede permitir que muchas mujeres se incorporen al mercado de trabajo, pero la ampliación del crédito tributario por hijos, al haber eliminado el requisito de trabajar, puede hacer que 1,5 millones de padres que trabajan abandonen el mercado laboral, según un estudio de la Universidad de Chicago.
El aumento del precio del petróleo y el gas básicamente es un reflejo del bajo nivel de stock en algunas regiones, del comportamiento de Rusia y de la OPEP, y de la actitud de los productores estadounidenses, que dan prioridad al flujo de caja y no a la perforación de nuevos pozos. Y sin embargo, la agenda climática de Biden, que apunta a la eliminación gradual de todos los combustibles fósiles, es vapuleada por los detractores de Biden, que la consideran fuera de sintonía con las prioridades actuales.
En última instancia, mantener a raya la inflación es asunto de la Reserva Federal, y el miércoles Biden dijo que respeta la independencia de ese organismo. Pronto Biden deberá decidir si confirma en su cargo a Jerome Powell, actual presidente de la Fed. El ala más progresista de su gobierno lo insta a elegir a alguien que preste más atención a las desigualdades raciales, el clima y la regulación, algo que para muchos implicaría un ninguneo de la gravedad del problema inflacionario.
Para resolver la escasez de suministros y lograr que la gente vuelva a incorporarse al mercado de trabajo, habría que aceptar la realidad del Covid-19, pero en ese aspecto Biden también está paralizado. A partir de enero 4, su gobierno exigirá vacunación o hisopados semanales en empresas de más de 100 empleados. Si la norma sobrevive a las impugnaciones judiciales, podría acelerarse la reincorporación de trabajadores. Pero la vacunación ya es objeto de una polarización profunda, y más de un tercio de los trabajadores no vacunados encuestados por la Fundación Familia Kaiser contestaron que prefieren renunciar antes que vacunarse o tener que hisoparse semanalmente.
La buena noticia para Biden es que hasta ahora el costo político de la inflación parece ser mínimo. Según una encuesta de Gallup del mes de octubre, apenas un 5% de los votantes lo considera como el problema más grave que enfrenta el país. La mala noticia para Biden es que la polarización, que actualmente empuja al primer plano tantas cuestiones no económicas, llegó para quedarse.
The Wall Street Journal
Traducción de Jaime Arrambide
Otras noticias de Estados Unidos
Más leídas de El Mundo
Tensión en Ucrania. EE.UU. y países europeos cierran sus embajadas en Kiev ante el riesgo de un “ataque aéreo significativo” de Rusia
Reabre el 7 de diciembre. Un video muestra cómo quedó el interior de la catedral de Notre Dame tras la restauración
Derrumbe. Es uno de los hombres más ricos del mundo y perdió 12.500 millones de dólares en un día por una trama de sobornos
Adelanto de sus memorias. Angela Merkel reveló el consejo que le dio el papa Francisco para lidiar con Trump