El periodista canadiense que convivió con piratas de Somalia y escribió un libro que le responde a Tom Hanks
El viaje del periodista Jay Bahadur en busca de los filibusteros africanos se puede ver en la película de Bryan Buckley; desnuda el fenómeno de la piratería moderna y muestra la contracara del film Capitán Phillips
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Gracias a los cientos de relatos, novelas y películas que se hicieron sobre ellos, los piratas, reales o ficticios, que se lanzaban a las aguas del Caribe y otros puntos calientes del globo en el pasado ya son bien conocidos, un subgénero en sí mismo dentro del género de aventuras.
Más recientes que esos capitanes “con pata de palo, con parche en el ojo, con cara de malo”, como dice Sabina, son los piratas de Somalia. Hacia 2009 estaban en su apogeo: no había tripulación de carguero que se sintiera segura cuando navegaban en aguas cercanas al Cuerno de África.
Fue entonces cuando el canadiense Jay Bahadur, recién graduado de la universidad, se lanzó a la aventura en uno de los países más peligrosos del mundo. A las noticias sobre las luchas civiles que desgarraban el territorio desde mediados de los noventa, Somalia añadía la etiqueta de ser un sitio hostil para la navegación comercial.
El viaje de Bahadur a ese corazón de las tinieblas se transformó en un libro de investigación que escribió de vuelta en Canadá: The Pirates of Somalia: Inside Their Hidden World. Y ese libro, a su vez, fue la materia prima de una película de 2017, Los Piratas de Somalia, disponible en estos días en la plataforma Netflix.
La trama recrea con fidelidad, en modo ficción, lo relatado por Bahadur al cabo de sus meses de estadía en Somalia. No venía al caso quedarse en Mogadiscio, la capital: enfiló para Puntland, un estado autónomo del noreste del país, donde estaban las bandas de piratas.
Antes de salir había buscado contactos locales que pudieran darle una mano. Y el que respondió y lo alentó a viajar, quizás el único que le devolvió el email, fue un colega que resultó ser, quién lo hubiera dicho, el hijo del presidente regional, Abdirahman Mohamud Farole.
Lo que hizo diferente el viaje de Bahadur, que dejó Canadá en busca de ese exótico destino a los 24 años, fue que al momento de su aterrizaje ningún occidental se había lanzado a investigar la piratería somalí desde adentro. Más allá de los relatos de los marinos secuestrados, sobre los mismos somalíes corrían historias de segunda mano, cansadas y repetidas, que no buceaban en la riqueza de fondo.
No había intercambios cara a cara con estos hombres que ponían en jaque el comercio marítimo internacional y hacían temblar a más de un marino curtido en los siete mares.
Nadie sabía gran cosa de los somalíes, en general, salvo las noticias de la guerra civil que había fraccionado el país entre los llamados “señores de la guerra” que manejaban los territorios a su manera, con sus normas y milicias, y mantenían a raya los vecinos.
Se hablaba cada vez más de la piratería, del negocio criminal que volvía por sus fueros después de siglos de olvido. Pero siempre a distancia: nadie quería correr el destino de las tripulaciones secuestradas, que permanecían en manos de sus captores hasta el pago del debido rescate.
Bahadur viajó, investigó y escribió. Años después, la película alcanzó brillo propio. Y con el lustre añadido de Al Pacino, que hizo el papel de un célebre periodista devenido mentor de Bahadur. Si quería ser periodista, le dijo, debía viajar “al lugar más loco” que se le ocurriera, conducir una investigación en el terreno y contársela al mundo. Ningún medio ni editorial se resistiría.
“Yo no estaba para nada preparado y no tenía ni idea de en lo que me estaba metiendo, pero esa también es una lección de esta historia, que a veces sí se puede hacer algo sin estar preparado, sin ser un gran conocedor, y las cosas van saliendo de a poco”, dijo Bahadur cuando se estrenó la película, durante el Tribeca Film Festival.
El actor que hizo de Bahadur, Evan Peters, dijo que aprendió mucho durante el rodaje de la obra en Sudáfrica, y elogió a los somalíes que integraron el elenco, actores aficionados sin experiencia previa frente a las cámaras: “Son gente muy desenfadada, siempre riéndose, hablando, son muy sarcásticos, lo pasé genial con ellos”.
Ahí estaban las claves del viaje de Bahadur, un viaje iniciático, de aprendizaje y crecimiento, que el director Bryan Buckley trasladó a la pantalla, como también trasladó costumbres sociales y formas de ser de ese pueblo.
La otra cara
Piratas de Somalia fue el resultado de una aventura personal, a la vez que un estudio de las motivaciones y rasgos esenciales de sus protagonistas. Fue el otro lado de la moneda de la taquillera Capitán Phillips, una película biográfica de 2013 protagonizada por Tom Hanks.
Las dos películas cubrían las mismas aguas, hablaban de los mismos piratas y transcurrían en los mismos años. Pero Capitán Phillips se centraba en las maniobras de persecución y captura de un barco mercante, en la acción y el suspenso del enemigo al acecho.
Piratas de Somalia, en cambio, se ocupaba del lado humano de los piratas, de quiénes eran, qué querían, por qué lo hacían, cómo explicaban y justificaban esos actos delictivos.
El contraste fue deliberado. La chica somalí con la que Bahadur quiere involucrarse en Piratas de Somalia -su interés romántico- menciona más de una vez Capitán Phillips, y la cuestiona por no darle verdadera voz a los somalíes. Le asegura que no están para nada bien representados. “No había somalíes”, insiste. Y le pide que tome un punto de vista mucho más comprensivo.
Una práctica en desuso
¿Se habría imaginado Bahadur que los piratas que conoció tan a fondo, cierto día no muy lejano comenzarían a arriar sus banderas, y a dejar poco a poco ese oficio armado y peligroso que aprendieron a dominar?
Igual que en el cine, la piratería somalí también tuvo su desenlace. Para 2012 estos bandoleros de lanchas y gomones ya no eran ni la mitad de temibles. Las capturas, que en 2010, por ejemplo, fueron de 49 barcos y cerca de mil rehenes, se contaban con los dedos. La saga continuó del otro lado del continente, a la altura de Golfo de Guinea, la nueva meca de los secuestros marítimos.
Según refirió el especialista Fernando Ibáñez, consultado por LA NACION, la piratería en aguas somalíes fue menguando debido a “la mayor efectividad de la presencia militar internacional, el papel de las medidas de autoprotección, los cambios en la situación interna de Somalia y la implementación de programas de fortalecimiento de las capacidades de los países de la región”.
Profesor de la Universidad a Distancia de Madrid y del Campus Internacional para la Seguridad y la Defensa (CISDE), Ibáñez subrayó que la acción que demostró “una eficacia del 100%” fue el despliegue de vigilantes de seguridad armados en los barcos, que desalentaron a los piratas y desactivaron la industria del secuestro.
Bahadur siguió vinculado a Somalia. Instalado en Nairobi, capital de la vecina Kenia, continúa investigando e informando sobre asuntos somalíes. El ministro de Finanzas de Somalia, Mohmaud Hayir Ibrahim, lo acusó en agosto pasado de hackear su email y “conspirar para matarlo”, en medio de investigaciones sobre pesca ilegal en la costa del Océano Índico cuya difusión, además de implicarlo, habría puesto en riesgo su vida.
Según relató el Daily Nation, de Kenia, “el ministro somalí está en el centro de la investigación de Bahadur sobre la North East Fishing Company, que es uno de los mayores exportadores de productos del mar de la región a China”. La investigación reveló que la mayor parte de la captura se obtiene ilegalmente y con ayuda de funcionarios. Siempre habrá a quién denunciar. Porque Bahadur sabe que los piratas, hoy en día, vienen en muchos colores.
“Basado en hechos reales” es una serie de notas que describe el contexto histórico detrás de ficciones internacionales. En este link podrás acceder a todos los artículos.
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