Daño colateral: “el peor de los monstruos” se está propagando y no es el coronavirus
NUEVA YORK.- Empieza con un poco de fiebre y malestar general, seguido de una tos imparable y problemas para respirar. Es una infección que prospera en las aglomeraciones de gente y se contagia por contacto estrecho. Para contener un brote es necesario rastrear los contactos de los infectados, aislarlos y darles tratamiento durante semanas, o incluso meses.
Esa enfermedad traicionera ha llegado a todos los rincones del planeta:es la tuberculosis, el mayor asesino infectocontagioso del mundo, que se cobra 1,5 millones de vidas al año.
Hasta este año, la tuberculosis y sus aliados mortales, el VIH y la malaria, estaban retrocediendo. El número de víctimas de cada una de esas enfermedades durante la última década había tocado su pico más bajo en 2018, último año del que hay datos disponibles.
Sin embargo, ahora que la pandemia de coronavirus azota el mundo, consumiendo los recursos sanitarios globales, esos enemigos eternamente ninguneados están haciendo su regreso triunfal.
"El Covid-19 amenaza con echar por la borda todos nuestros esfuerzos y retrotraernos 20 años", dice el doctor Pedro L. Alonso, director del programa contra la malaria de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
No es solo que el coronavirus haya desviado la atención científica de la tuberculosis, el VIH y la malaria. Las cuarentenas, especialmente en regiones enteras de África , Asia y América Latina , representan barreras infranqueables para los pacientes que deben viajar para conseguir un diagnóstico o medicamentos, según entrevistas con más de dos decenas de funcionarios de salud pública, médicos y pacientes alrededor del mundo.
El temor al coronavirus y el cierre de clínicas mantiene alejados del tratamiento médico a pacientes con VIH, tuberculosis y malaria, mientras que las restricciones a los viajes aéreos y por mar limitaron gravemente el suministro de medicamentos en las regiones más golpeadas por estas enfermedades.
Alrededor de un 80% de los programas contra la tuberculosis, el VIH y la malaria a nivel mundial experimentaron interrupciones en sus prestaciones, y 1 de cada 4 personas que viven con VIH informaron dificultades para tener acceso a la medicación, según el programa de Naciones Unidas contra el sida. La interrupción o demora de los tratamientos puede provocar resistencia a los fármacos, un problema que ya era gravísimo en muchos países.
En la India , donde se registra alrededor del 27% de los casos de tuberculosis de todo el mundo, los diagnósticos cayeron casi un 75% desde que arrancó la pandemia. En Rusia , las clínicas de VIH fueron reconvertidas en centros de testeo de coronavirus.
Y ya empezó la temporada de malaria en África Occidental, donde se concentra el 90% de las muertes de todo el mundo por esa enfermedad, pero las estrategias de prevención -las fumigaciones y la distribución de mosquiteros tratados con insecticidas- se frenaron a causa de las cuarentenas.
Según una estimación, cuarentenas de tres meses en diferentes partes del mundo y 10 meses de gradual regreso a la normalidad podrían resultar en 6.3 millones de casos nuevos de tuberculosis y 1,4 millones de muertes.
Seis meses de interrupción en la terapia antirretroviral puede conducir a 500.000 muertes adicionales de enfermedades relacionadas con el VIH, según la OMS. Según otro modelo proyectivo, la OMS predice que en el peor escenario posible, las muertes por malaria podrían duplicarse, hasta 770.000 al año.
Varios expertos en salud pública advierten al borde de las lágrimas que si la tendencia actual se confirma, el coronavirus implicará un retroceso de años, incluso décadas, en los trabajosos avances logrados contra la tuberculosis, el VIH y la malaria.
The Global Fund, un emprendimiento público-privado para luchar contra esas enfermedades, estima que para mitigar ese daño serán necesarios al menos 28.500 millones de dólares, una suma que difícilmente se materialice.
A guiarse por la historia, los efectos del coronavirus sobre los pobres se irán sintiendo mucho después de terminada la pandemia. La crisis socioeconómica en Europa Oriental de principios de la década de 1990, por ejemplo, provocó los índices más altos del mundo de un tipo de tuberculosis resistente a múltiples drogas, una dudosa distinción que la región ostenta aun actualmente.
El punto de partida de ese fatídico encadenamiento de hechos es la falta de diagnóstico: cuanto más tiempo pasa una persona sin ser diagnosticada, más tarde empieza el tratamiento, y más posibilidades hay de que la enfermedad se propague, enferme y mate.
"Cuanta más gente queda sin diagnosticar y sin tratar cada año, más enfermos habrá el año que viene", dice el doctor Lucica Ditiu, director de Stop TB Partnership, una iniciativa internacional de 1700 agrupaciones de lucha contra la tuberculosis.
La infraestructura construida para diagnosticar el VIH y la tuberculosis resultó ser una bendición para muchos países que ahora enfrentan el coronavirus. GeneXpert, una herramienta usada para detectar material genético a partir de la bacteria de la tuberculosis y a partir del VIH, también puede amplificar el ARN del coronavirus para su diagnóstico.
Pero en este momento la mayoría de las clínicas están usando esos equipos para detectar exclusivamente el coronavirus. "Como enfoque de salud pública, es muy estúpido priorizar el coronavirus por sobre la tuberculosis", dice Ditiu. "Hay que ser inteligente y hacer las dos cosas."
País tras país, la pandemia produjo una brusca disminución de los diagnósticos de tuberculosis: un 70% menos en Indonesia, un 50% en Mozambique y Sudáfrica, y un 20% en China , según la OMS.
A fines de mayo, en México , mientras trepaba el coronavirus, los diagnósticos de tuberculosis registrados por el gobierno cayeron a 263 casos, frente a los 1097 registrados esa misma semana, un año atrás.
La pandemia también está reduciendo el suministro de kits de diagnóstico de esas enfermedades, a medida que las farmacéuticas optan por fabricar tests de detección de coronavirus, que son más costosos y redituables. Cepheid, una fabricante de tests de diagnóstico para tuberculosis con sede en California, ahora se dedica enteramente a fabricar tests de coronavirus, y muchos laboratorios que producían tests para la malaria están haciendo lo mismo, según la doctora Catharina Boehme, directora ejecutiva de la Fundación para la Innovación Diagnóstica.
Los tests de coronavirus son mucho más lucrativos: cuestan unos 10 dólares, frente a los 18 centavos de dólar que cuesta un test rápido de malaria.
En este momento, esas empresas "están desbordadas de pedidos de tests para Covid-19", dice el doctor Madhukar Pai, director del Centro Internacional McGill para la Tuberculosis, con sede en Montreal. "En este escenario, veo muy difícil que las empresas le presten atención a las enfermedades de la pobreza."
La pandemia también coartó el acceso a medicamentos contra el VIH, la tuberculosis y la malaria a nivel mundial, con interrupciones en la cadena de suministros, reasignación de la capacidad productiva, e imposición de obstáculos concretos en el caso de los pacientes que deben viajar para buscar la medicación.
Y esa escasez está obligando a algunos pacientes a racionar la medicación, poniendo en riesgo su salud. En Indonesia, la política oficial para los pacientes con VIH es entregarles la medicación para un mes de tratamiento, pero fuera de Jakarta, la capital, es difícil encontrar antirretrovirales en los últimos tiempos.
Según la OMS, al menos 121 países informaron una disminución de las consultas por tuberculosis desde que empezó la pandemia.
"Es muy difícil de digerir", dice Ditiu. "Costó mucho llegar a donde estamos. No habíamos llegado a la cima de la montaña, pero tampoco estábamos en la base, y de pronto llegó la avalancha de la pandemia y nos arrastró de nuevo hasta abajo."
En algunos lugares, se dictó la cuarentena de manera tan intempestiva, que el stock de fármacos se agotó rápidamente.
Y por preparados que estén los gobiernos, y por más ayuda que tengan de agencias internacionales para comprar medicamentos con meses de antelación, el suministro global podría agotarse en pocos meses más.
"El mundo entero depende de unos pocos fabricantes de fármacos cruciales, y es fundamental diversificar esa producción", dice la doctora Meg Doherty, directora del programa de la OMS contra el VIH. "Si hubiera más laboratorios farmacéuticos y droguerías a nivel local, los medicamentos estarían cerca de donde se los necesita."
The New York Times
(Traducción de Jaime Arrambide)
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