El patriarca de “Moscú y Todas las Rusias”, uno de los pilares que sostienen las ambiciones de Putin
Líder religioso Kirill I asoció a la rama cristiana ortodoxa con una alianza cercana y mutuamente benéfica con el presidente ruso, a quien le ofreció protección espiritual mientras su iglesia recibe enormes cantidades de dinero del Kremlin
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NUEVA YORK.- En plena invasión rusa a Ucrania, el patriarca Kirill I, líder máximo de la Iglesia Ortodoxa Rusa, mantuvo una incómoda reunión por Zoom con el Papa Francisco.
Ambos líderes religiosos ya habían trabajado juntos para tender puentes entre las iglesias cristianas de Oriente y Occidente tras un cisma que ya lleva 1000 años. Pero en esa reunión de marzo, más que un cisma los separaba un abismo. Kirill se pasó 20 minutos leyendo observaciones preparadas y haciéndose eco de los argumentos del presidente ruso Vladimir Putin, para quien la guerra en Ucrania era necesaria para “desnazificar” ese país y contrarrestar la expansión de la OTAN.
Era evidente que Francisco estaba pasmado. “Hermano, no somos clérigos del Estado”, le dijo el pontífice a Kirill, según le informó al diario italiano Corriere della Sera, y agregó que “el patriarca no puede transformarse en monaguillo de Putin”.
Hoy Kirill está alejado no solo de Francisco, sino también de gran parte del mundo. Líder religioso de cerca de 100 millones de fieles, el patriarca de Moscú y Todas las Rusias ha asociado la suerte de la rama cristiana ortodoxa con una alianza cercana y mutuamente benéfica con Putin, a quien le ofreció protección espiritual mientras su iglesia –y posiblemente él mismo– recibe enormes cantidades de dinero del Kremlin, lo que le permite extender su influencia en el mundo ortodoxo.
Según sus críticos, ese arreglo convirtió a Kirill en mucho más que cualquier otro apparátchik, oligarca u operador de Putin, y pasó a ser una parte esencial de la ideología nacionalista rusa, central para los designios expansionistas del Kremlin.
Kirill calificó el largo mandato de Putin como “un milagro de Dios” y ha descrito la guerra como una simple defensa contra las conspiraciones liberales para introducir “desfiles gay” en Ucrania.
“Hoy todo nuestro pueblo debe despertar y comprender que ha llegado un momento especial donde está en juego el destino histórico de nuestro pueblo”, dijo Kirill en un sermón en abril. “A lo largo de la historia siempre nos hemos levantado por amor a nuestra patria, y estaremos listos para protegerla como solo los rusos sabemos defender a nuestro país”, dijo ante soldados en otro sermón.
El rol de Kirill es tan importante que los funcionarios europeos lo han incluido en la lista de personas a las que planean apuntar con su próxima ronda de sanciones contra Rusia, que aún está en proceso de elaboración.
Sería una medida extraordinaria contra un líder religioso, y quizás su antecedente más cercano sean las sanciones que Estados Unidos le impuso contra el líder supremo de Irán, el ayatolá Ali Khamenei.
Hace más de una década que los detractores del patriarca argumentan que su experiencia formativa de represión religiosa durante la era soviética lo había empujado trágicamente al abrazo empoderador y en definitiva asfixiante de Putin, un salvavidas de plomo que convirtió a la Iglesia Ortodoxa Rusa en la rama espiritual corrupta de un estado autoritario.
Aunque dentro de Rusia y su iglesia probablemente sean vistas como una prueba más de la hostilidad de un Occidente sin Dios, las sanciones podrían volcar la balanza del cambiante equilibrio de poder dentro de la Iglesia Ortodoxa, donde reinan los enconos y las divisiones.
“Esto es nuevo”, dice Enzo Bianchi, un prelado católico italiano que conoció a Kirill a fines de la década de 1970 durante las conferencias que organizó para promover la reconciliación con la Iglesia Ortodoxa.
A Bianchi le preocupa que imponer sanciones a un líder religioso pueda sentar un peligroso precedente de “interferencia de la política en la Iglesia”. De todos modos, la alianza de Kirill con Putin le parece nefasta.
La pregunta, entonces, es por qué Kirill se ha alineado tan completamente con el dictador de Rusia.
Según los observadores cercanos y quienes conoces a Kirill personalmente, eso responde en parte al éxito de Putin para someter al patriarca, como ya ha hecho con otros importantes actores de la estructura de poder de Rusia. Pero también se deriva de las propias ambiciones del patriarca.
En los últimos años, Kirill ha manifestado aspiraciones de expandir la influencia de su iglesia, apuntando a que Moscú se convierta en la “Tercera Roma”, reflotando la idea del siglo XV de que la Iglesia Ortodoxa tienen un “Destino Manifiesto”, donde la Rusia de Putin se convertiría en el centro espiritual de la verdadera iglesia, después de Roma y Constantinopla.
Su gran proyecto encaja a la perfección con el imperialismo teñido de misticismo de Putin y su “Russkiy Mir”, un “mundo ruso” más grande, del que fue inspiración.
“Logró venderle el concepto de valores tradicionales y del Russkiy Mir a Putin, que andaba en busca de alguna ideología conservadora”, dice Sergei Chapnin, investigador principal de estudios cristianos ortodoxos en la Universidad de Fordham que trabajó con Kirill en el Patriarcado de Moscú.
Nacido con el nombre de Vladimir Mikhailovich Gundyaev hacia fines de la Segunda Guerra Mundial, Kirill creció, al igual que Putin, en un pequeño departamento comunal de San Petersburgo durante la era soviética. Pero mientras que Putin se ha descrito a sí mismo como un joven travieso y pendenciero, Kirill proviene de un linaje de eclesiásticos, incluido un abuelo que sufrió en los gulags por su fe.
“Cuando mi abuelo regresó, me dijo: ‘No tengas miedo de nada más que de Dios’,” dijo Kirill una vez en la televisión estatal rusa.
Como prácticamente toda la élite de clérigos rusos de la época, se cree que Kirill colaboró con la KGB, donde Putin aprendió su oficio.
Kirill se convirtió rápidamente en alguien a seguir de cerca en los círculos ortodoxos rusos, y representó a su iglesia en el Consejo Mundial de Iglesias de Ginebra de 1971, donde tuvo llegada a los clérigos occidentales de otras denominaciones cristianas.
“Era un hombre siembre abierto al diálogo”, dice Bianchi, que recuerda al actual patriarca como un monje delgado que asistía a sus conferencias.
Al principio, los tradicionalistas desconfiaban del estilo reformista de Kirill, que realizaba eventos multitudinarios en estadios, al estilo de las iglesias evangelistas, y que a partir de 1994 empezó a amplificar su mensaje y su popularidad a través de un programa de televisión semanal.
Pero Kirill también manifestó signos tempranos de un profundo conservadurismo. A veces, se mostraba horrorizado por los intentos protestantes de admitir a las mujeres en el sacerdocio y por lo que describía como el uso occidental de los derechos humanos para imponer “dictatorialmente” los derechos de los homosexuales y otros valores considerados anticristianos en las sociedades tradicionales.
A fines de 2011, se sumó a las críticas contra las elecciones parlamentarias fraudulentas, defendió la “reacción negativa legal” frente a la corrupción, y dijo que sería “una muy mala señal” si el Kremlin no prestaba atención al tema.
Poco después, en los medios rusos aparecieron informes sobre lujosos departamentos que eran propiedad de Kirill y su familia. También empezaron a circular rumores no confirmados de miles de millones de dólares en cuentas bancarias secretas, yates y chalets en Suiza.
El reverendo Cyril Hovorun, un sacerdote ortodoxo que fue asistente personal de Kirill durante una década, dice que Kirill interpretó el intento de empañar su reputación como un mensaje del Kremlin para que no se metiera.
Kirill cambió drásticamente de dirección, y empezó a dar pleno apoyo y marco ideológico a las ambiciones de Moscú.
Poco a poco, la división entre iglesia y el Estado se fue desvaneciendo.
A partir de ahí, la Iglesia Ortodoxa Rusa embolsó cientos de millones de dólares para reconstruir templos y financiamiento estatal para las escuelas religiosas. La Fundación San Basilio el Grande, de Konstantin Malofeev, un oligarca ortodoxo ruso cercano a Putin, pagó la renovación de la sede moscovita del departamento de relaciones exteriores de la iglesia, antes dirigido por Kirill.
Al igual que el Kremlin de Putin, la iglesia de Kirill también hizo demostraciones de fuerza en el extranjero, prodigando fondos a los patriarcados ortodoxos de Jerusalén y Antioquía, Siria. Y esas inversiones le han rendido mucho.
Este mes, el Patriarcado de Antioquía se opuso públicamente a las sanciones contra Kirill, dándole pie al primer ministro Viktor Orban de Hungría —tal vez el líder europeo más cercano a Putin—, para que esta semana prometiera bloquear cualquier sanción contra Kirill en el seno de la Unión Europea.
Pero la guerra de Putin y el apoyo de Kirill parecen haber lesionado su gran proyecto compartido de “un mundo ruso”: cientos de sacerdotes en Ucrania han acusado a Kirill de “herejía”, las sanciones de la Unión Europea están en ciernes, y cualquier reconciliación con la iglesia occidental ha quedado totalmente descartada.
Pero Kirill no solo no ha vacilado, sino que pide apoyo público a la guerra, para que Rusia pueda “repeler a sus enemigos, tanto externos como internos”. Y el 9 de mayo, durante el desfile del Día de la Victoria rusa en la Gran Guerra patriótica, el patriarca se mostró sonriente junto a Putin y rodeado de otros fieles de su círculo íntimo.
Por Jason Horowitz
Traducción de Jaime Arrambide
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