El párroco argentino que logró regresar a Gaza en plena guerra: “Hay barrios enteros que desaparecieron”
El padre Gabriel Romanelli, que cuando comenzó el conflicto estaba afuera de la Franja, logró la autorización para volver; su iglesia aloja a 500 personas
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ROMA.- Se oyen explosiones, el ruido de los drones es incesante, la guerra sigue sembrando destrucción y muerte. Pero el padre Gabriel Romanelli está feliz. Después de siete meses y diez días de frustración por no poder estar con su gente, el jueves este sacerdote argentino del Instituto del Verbo Encarnado (IVE) logró, finalmente, el único y gran objetivo que tuvo desde el 7 de octubre: regresar a la iglesia de la Sagrada Familia de Ciudad de Gaza, de la que es párroco desde 2019.
El asalto de Hamas a Israel del 7 de octubre, en efecto, sorprendió a Romanelli, de 54 años, fuera de Gaza. Después de haber viajado a Roma para el consistorio en el que Francisco designó cardenal a Pierbattista Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén, había vuelto a Belén, donde estaba esperando un remedio para una monja que vive con él en Gaza. Esa demora le valió quedarse afuera de su parroquia en los primeros siete meses de la peor guerra jamás vista en la Franja de Gaza.
Después de meses de gestiones, consiguió la autorización de las Fuerzas de Defensa de Israel para volver a entrar, junto a una delegación liderada por el patriarca Pizzaballa, máxima autoridad católica de la zona, el jueves pasado, y caballeros de la Orden de Malta que llevaron ayuda humanitaria.
“El patriarca hizo una visita pastoral que esperaba desde hace tiempo y yo me quedé y traje refuerzos: ahora somos tres argentinos en Gaza”, reveló a LA NACION el padre Romanelli. También obtuvieron permiso para entrar a Gaza, en efecto, el padre Carlos Ferrero, superior del IVE en Medio Oriente, de 67 años, y la hermana María Maravillas, de 34, ambos de Buenos Aires. En una videollamada, Romanelli y los otros dos argentinos sorprendieron por sus sonrisas y entusiasmo, pese a haber ingresado a un infierno.
Aunque no pudo dar detalles del operativo para ingresar a la Franja de Gaza, el padre Romanelli sí pudo describir lo que se encontró al entrar al enclave, donde la represalia de Israel, que busca eliminar al grupo terrorista Hamas -responsable del bárbaro asalto del 7 de octubre-, aún no ha terminado y ha causado pavorosa destrucción y al menos 35.000 muertos, según cifras palestinas.
“La ciudad está hecha trizas… Donde mires, es muy poco lo que quedó en pie. No hay rincón de la ciudad que esté sano, hay barrios enteros que están desaparecidos y la gran parte de las viviendas están destruidas… Así y todo, se ve gente que sacó los escombros y que está viviendo entre las casas destruidas. Se calcula que al menos medio millón de personas están en la ciudad de Gaza”, contó este sacerdote porteño, que vive desde hace más de 25 años en Medio Oriente y habla y escribe perfectamente en árabe.
El predio de la parroquia a la que pudo finalmente volver, que había quedado en manos de su segundo, el padre egipcio Yussuf, desde el principio de la guerra se convirtió en un refugio para la minoría cristiana de la Franja de Gaza y muchísimos vecinos musulmanes. El predio incluye una escuela primaria y media, otro edificio que tiene tres pisos, un jardín de infantes, otro salón multiuso y la iglesia, la única católica del enclave.
Ningún lugar seguro
“A la parroquia paradójicamente la encontré bien”, dijo. “En Gaza éramos 1017 cristianos, la mayoría ortodoxos, un centenar católicos y al principio le dimos refugio a 700 personas, y ahora a 500. En siete meses de guerra murieron 36 cristianos, 20 en bombardeos y los demás, por falta de medicinas y atención médica; y 240 que podían o tenían doble pasaporte, han emigrado. Pero la mayoría quiere quedarse: no tienen ningún lugar seguro en ninguna parte de la Franja”, subrayó Romanelli.
Para poder alojar a 500 personas en la parroquia -a la que todos los días, puntualmente, a la noche, llama el papa Francisco para preguntar cómo va todo y dar una palabra de consuelo-, por supuesto hubo que arreglarse. Las familias pasaron a vivir en las aulas de la escuela y demás espacios del predio donde no queda un rincón libre. Y para la convivencia se organizaron en comisiones para los niños, la seguridad, el agua, la comida.
Como “gracias a Dios y la sabiduría de los ancianos”, la iglesia fue construida justo sobre un manantial y con una cisterna debajo, nunca les faltó agua. Como ésta no es potable, tienen un sistema de purificación, que no evitó, sin embargo, que hubiera enfermedades por pestilencias.
“La ciudad está muy destruida, hay montañas de basura por todos lados, en nuestra zona no están reventadas las cloacas porque nosotros estamos en una parte dentro de todo alta, es la parte vieja de la Ciudad de Gaza, pero en otras partes sí se reventaron las cloacas… Y afuera hay un olor nauseabundo”, describió este sacerdote, nacido en Villa Luro.
Para poder comer, y vistas las dificultades para que entren camiones con mercadería y ayuda humanitaria en la Franja, donde organismos internacionales denuncian riesgos de hambruna, en la parroquia tratan de conseguir comida “donde sea y al precio que sea”.
“Se cocina tres veces a la semana para todos. Al día siguiente se hace pan. Y al horno del pan se le puso un sistema de caños adentro para que caliente agua y con baldes numerados según el número de las aulas, se identifican las familias y usan el agua caliente para poder bañarse al estilo campamento”, explicó Romanelli. “Salvo que ahora, como está mejor el clima, algunos con una manguera se arreglan”, sumó.
De vuelta a clases
Pese a la guerra, en la parroquia -donde también trabajan las hermanas Pilar y Socorro, mellizas peruanas, y tres monjas de la Madre Teresa que tienen en el mismo predio una estructura para niños discapacitados y para adultos mayores-, la vida sigue. “Hacemos oratorio, hay actividades espirituales, se reza, se canta, se juega, se instruye a los chicos y ahora quiero empezar con las clases de nuevo”, aseguró Romanelli, con ojos iluminados y mucha energía.
En medio de la enorme alegría de haber podido regresar a abrazar a su gente después de siete meses de impotencia, Romanelli no ocultó su sorpresa por el humor general que encontró.
“Hay algo que dijo el Patriarca, que visitó a todos los enfermos e hizo una reunión con la gente adulta, que comentó que, aunque la situación también en Cisjordania está muy mal -más de 100.000 personas han perdido el trabajo en estos últimos meses-, llamaba la atención que en esta comunidad no veía que hubiera bronca, sino gente serena. Y la gente dice ‘y bueno, estamos en las manos de Dios, qué podemos hacer’. Para mí fue una gran consolación”, contó.
“Yo no estoy ni con miedo, ni angustiado ni nada, ciertamente, no soy inconsciente, sé el peligro que significa estar acá, estoy hablando y los drones se escuchan constantemente, las explosiones se escuchan porque hay operaciones en Jabalia, que está a unos tres kilómetros, pero la guerra te curte también”, añadió.
“La gente está en un lugar de guerra, no es la primera guerra que ha pasado, no obstante que esta no tiene parangón, nunca se vio algo igual, pero tiene una serenidad que a nosotros incluso nos cuesta entender. Pero es así y esto da también gran alegría. Por otro lado, ellos están muy agradecidos de estar acá, saben que la ciudad está en ruinas y que la guerra está activa y si bien hay algún momento de calma, de repente cambia todo y no se puede salir durante días”, agregó.
¿Ve una salida a la guerra? “Salida siempre hay: toda tormenta termina, siempre que llovió, paró, las guerras siempre han parado y han de parar en algún momento”, comentó. Y concluyó: “Creo que todos, la sociedad israelí, la sociedad palestina, están más que deseando que esto termine. Ya están todos cansados. Es complicado, pero no es imposible”.
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