A fines de 1917, el Gobierno francés el encomendó a un ingeniero la tarea de construir “una capital entera camuflada” para evitar un inminente ataque, que nunca llegó
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El 4 de octubre de 1920 apareció una historia corta con un titular intrigante en el periódico británico The Globe: “Un París simulado: plan francés para engañar a los invasores alemanes”.
La artimaña, explicaba el diario, acababa de salir a la luz y era casi demasiado fantástica para ser verdad.
“Calles, fábricas, viviendas, ferrocarriles, con estaciones y trenes completos, de hecho una capital entera camuflada, era la gigantesca tarea a la que estaban dedicados los ingenieros franceses cuando el Armisticio puso fin a las operaciones militares”, decía el reportaje.
Se trataba de una creación de un ingeniero eléctrico llamado Ferdinand Jacopozzi; una forma de alejar a los aviones alemanes de la capital y llevarlos a una conurbación falsa donde las bombas podrían caer sin causar muerte ni destrucción.
París fue bombardeada por primera vez por aviones alemanes el 30 de agosto de 1914, la primera vez que una ciudad capital fue atacada de esa manera.
Las bajas fueron mínimas, pero el daño psicológico fue profundo.
El cielo era ahora un frente de batalla, y las mujeres y los niños ya no estaban a salvo del fuego enemigo.
Muerte desde arriba
Hubo otros ataques esporádicos en los 18 meses siguientes, incluido el primer ataque de Zeppelins (llamado así por su inventor, el conde Ferdinand von Zeppelin) en marzo de 1915.
Las aeronaves procedían de sus bases en Bélgica, pero ninguna causó bajas graves.
Sin embargo, el 29 de enero de 1916, dos zepelines aparecieron en el cielo gris invernal de la capital francesa. Sus bombas causaron estragos, matando a 24 e hiriendo a 30.
Los funerales de los muertos se celebraron el 7 de febrero de 1916 en un servicio que paralizó París.
Miles de dolientes se alinearon en las calles mientras seis carruajes llevaban los ataúdes a la iglesia de Notre-Dame de la Croix, y los políticos y otros dignatarios caminaban detrás.
El servicio estuvo a cargo del cardenal Leon Adolphe Amette, arzobispo de París, quien pronunció lo que un periódico británico describió como una “oración conmovedora”.
“Ante ti yacen las víctimas de la barbarie alemana, que no cayeron en ningún campo de batalla”, proclamó.
“Su muerte ayudará a la causa de la humanidad y fortalecerá la vigorosa determinación de conquistar, reducir al enemigo a la impotencia e impedir que se repita su crimen”.
Pero la impotencia fue toda francesa a medida que los ataques aéreos aumentaron en los meses siguientes.
París tuvo un respiro en 1917 cuando los alemanes cambiaron el foco de sus ataques aéreos a Londres, utilizando su nuevo avión bombardero, el Gotha. Una redada en junio dejó 162 británicos muertos.
Los franceses sabían que les llegaría el turno. ¿Cómo podrían defenderse?
El otro París
Jacopozzi pensó que tenía una solución.
Florentino de nacimiento, había trabajado anteriormente en la Exposición Internacional de París en 1900, una feria mundial que celebró los logros del siglo pasado y anticipó lo que depararían los siguientes 100 años.
Convencido de que sería un siglo de progreso, que podría resultar lucrativo para un ingeniero eléctrico como él, permaneció en París y, según un periódico contemporáneo, “hizo un estudio especial sobre la iluminación eléctrica”.
Por razones obvias no está claro cómo Jacopozzi se involucró en este proyecto secreto, pero en algún momento a fines de 1917, la DCA (Défense contre Avions, el departamento de la Oficina de Guerra encargado de proteger a Francia de los ataques aéreos) le encargó que construyera un París falso para engañar a los bombarderos alemanes.
Por extravagante que suene para las mentes modernas, el plan tenía sentido en ese momento.
Los aviones enemigos encontraban su camino a la capital por la noche no con ayudas tecnológicas sino con la topografía.
Sencillamente, seguían el río Sena y luego lanzaban sus bombas.
Pero el Sena es un río serpenteante que, una vez que atraviesa el corazón de París, pasando por debajo de sus famosos puentes y lugares históricos como la Torre Eiffel, se dobla sobre sí mismo no una, sino dos veces, como las jorobas de un camello.
En la segunda de estas “jorobas”, en el suburbio de Maisons-Laffitte, era donde Jacopozzi construiría su ciudad falsa.
Y habría otras dos “zonas de objetivos falsos”: se crearía una zona industrial falsa en Vaires-sur-Marne, situada a 16 kilómetros al este de la capital, mientras que el suburbio de Saint-Denis se trasladaría a Villepinte en el noreste.
Juegos de luces
Jacopozzi comenzó su trabajo en Villepinte en 1918, construyendo una réplica de la estación de tren Gare de l’Est, una de las más concurridas de París, e incluso fabricando un tren en movimiento.
Basándose en sus años de estudio de la iluminación eléctrica, el italiano utilizó tablas de madera para los vagones del tren e instaló un ingenioso sistema de luces en una cinta transportadora. Desde el aire parecía que el tren se movía.
La zona industrial fue la siguiente. Jacopozzi volvió a utilizar tablas de madera para el armazón de las fábricas y para los techos utilizó lienzos hábilmente moteados con varios tonos de pintura.
Con una astuta combinación de lámparas de diferentes colores -blancos, amarillos y rojos- recreó los fuegos y vapores que emite una fábrica. La clave era la sutileza; no quería despertar las sospechas de los alemanes iluminando sus creaciones falsas como un árbol de Navidad.
Fue un trabajo arduo, pero Jacopozzi casi había terminado cuando el avión alemán Gotha voló sobre la capital el 16 de septiembre, arrojando 22.000 kilos de bombas que dejaron seis muertos y 15 heridos.
La próxima vez que los bombarderos regresaran, se pondría en marcha el subterfugio.
Pero no hubo una próxima vez.
Dos meses después, la guerra terminó y Jacopozzi nunca supo si su ingenio había burlado a los pilotos alemanes.
No obstante, el gobierno francés creía que lo creado era una importante forma de defensa en caso de que aparecieran bombarderos enemigos sobre París en una guerra futura.
Se arrojó un velo de secreto sobre la creación de Jacopozzi, que se levantó en 1920 cuando la prensa británica publicó la historia.
The Globe tuvo la primicia a principios de octubre, pero fue The Illustrated London News en su edición del 6 de noviembre de 1920 lo que realmente dio vida al invento de Jacopozzi en un ensayo fotográfico titulado: “Un falso París fuera de París: una ‘ciudad’ creada ser bombardeada”.
Había fotografías, mapas y explicaciones, todo lo cual equivalía a lo que el periódico llamó “revelaciones notablemente interesantes”.
El iluminador
Lo que no revelaron, sin embargo, fue el nombre del hombre detrás de la ciudad falsa.
Jacopozzi fue honrado por el gobierno francés con la presentación de la Legión de Honor, y disfrutó de un gran éxito en la década de 1920.
Tras iluminar la Torre Eiffel, también instaló reflectores en la Place de la Concorde e iluminó varios otros lugares populares de la ciudad. El mundo empresarial vio el potencial del talento de Jacopozzi y Citroën lo contrató para crear un gran anuncio luminoso de uno de sus automóviles en la Torre Eiffel.
Jacopozzi murió en París en 1932.
“Atrajo el interés mundial por su iluminación de la Torre Eiffel y contribuyó mucho para hacer de París la Ciudad de la Luz”, comentó el periódico The People en un breve párrafo sobre su fallecimiento.
No se mencionó su contribución al esfuerzo bélico francés ni su París falso.
Gavin Mortimer
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