El Papa reclamó un salario universal y la reducción de la jornada laboral
Lo hizo en un largo mensaje enviado al IV Encuentro Mundial de Movimientos Populares, a quienes volvió a elogiar; lanzó “pedidos” y críticas a distintos sectores, como los gigantes tecnológicos y los medios
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ROMA.- En un fuerte videomensaje que envió al IV Encuentro Mundial de Movimientos Populares, que se realizó vía Zoom y del que participaron representantes de todos los continentes de estos grupos, el papa Francisco volvió a reclamar hoy la implementación de un salario universal y la reducción de la jornada de trabajo. Revindicó, además, los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, sobre los que hay “mucha ignorancia”, según lamentó.
“[Es necesario] Un ingreso básico (el IBU) o salario universal para que cada persona en este mundo pueda acceder a los más elementales bienes de la vida. Es justo luchar por una distribución humana de estos recursos. Y es tarea de los gobiernos establecer esquemas fiscales y redistributivos para que la riqueza de una parte sea compartida con la equidad sin que esto suponga un peso insoportable, principalmente para la clase media -generalmente, cuando hay estos conflictos, es la que más sufre-”, indicó, en un videomensaje grabado en el Vaticano de unos 38 minutos, difundido por la Sala de Prensa del Vaticano.
Luego de destacar que la pandemia “transparentó las desigualdades sociales que azotan a nuestros pueblos” e invitar a no volver atrás “porque retornar a esquemas anteriores sería suicida, ecocida y genocida”, el Papa también llamó analizar seriamente la reducción de la jornada laboral.
“En el siglo XIX los obreros trabajaban doce, catorce, dieciséis horas por día. Cuando conquistaron la jornada de ocho horas no colapsó nada como algunos sectores preveían”, señaló. “Entonces, insisto, trabajar menos para que más gente tenga acceso al mercado laboral es un aspecto que necesitamos explorar con cierta urgencia. No puede haber tantas personas agobiadas por el exceso de trabajo y tantas otras agobiadas por la falta de trabajo”, agregó, al considerar, por otro lado, que se trata de “medidas necesarias, pero desde luego no suficientes”.
“No resuelven el problema de fondo, tampoco garantizan el acceso a la tierra, techo y trabajo en la cantidad y calidad que los campesinos sin tierras, las familias sin un techo seguro y los trabajadores precarios merecen. Tampoco van a resolver los enormes desafíos ambientales que tenemos por delante. Pero quería mencionarlas porque son medidas posibles y marcarían un cambio positivo de orientación”, subrayó.
En el extenso mensaje, el Papa elogió a los integrantes de los movimientos populares –cartoneros, recicladores, vendedores ambulantes, costureros, artesanos, pescadores, campesinos, constructores, mineros, obreros de empresas recuperadas, todo tipo de cooperativistas, trabajadores de oficios populares, trabajadores cristianos de diversos oficios y profesiones, trabajadores de barrios y villas-, que visibilizó desde el principio de su pontificado.
De hecho, volvió a definirlos “poetas sociales”, destacó especialmente su labor durante la pandemia, los llamó “un verdadero ejército invisible que es parte fundamental de esa humanidad que lucha por la vida frente a un sistema de muerte” y “samaritanos colectivos”. Esto último, al recordar las protestas por la muerte de George Floyd en Estados Unidos: “ese movimiento no pasó de largo cuando vio la herida de la dignidad humana golpeada por semejante abuso de poder”, sentenció.
Pedigüeño
Al reiterar que es imprescindible cambiar el sistema socio-económico actual porque ha perdido su rostro humano, como había hecho en el II Encuentro de Movimientos Populares en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, en 2015, el Papa lanzó diversos llamados, en nombre de Dios. “Me vuelvo pedigüeño”, dijo, con su humor porteño intacto.
“A los grandes laboratorios, que liberen las patentes. Tengan un gesto de humanidad y permitan que cada país, cada pueblo, cada ser humano tenga acceso a las vacunas. Hay países donde sólo tres, cuatro por ciento de sus habitantes fueron vacunados”, comenzó.
Pidió luego a los grupos financieros y organismos internacionales de crédito que permitan a los países pobres garantizar las necesidades básicas de su gente “y condonen esas deudas tantas veces contraídas contra los intereses de esos mismos pueblos”.
“Quiero pedirles en nombre de Dios a las grandes corporaciones extractivas —mineras, petroleras—, forestales, inmobiliarias, agro negocios, que dejen de destruir los bosques, humedales y montañas, dejen de contaminar los ríos y los mares, dejen de intoxicar los pueblos y los alimentos”, siguió, llamando luego a las grandes corporaciones alimentarias a “que dejen de imponer estructuras monopólicas de producción y distribución que inflan los precios y terminan quedándose con el pan del hambriento”.
Invitó asimismo a los fabricantes y traficantes de armas a cesar totalmente su actividad, “una actividad que fomenta la violencia y la guerra, y muchas veces en el marco de juegos geopolíticos que cuestan millones de vidas y de desplazamientos”.
Le solicitó luego a los gigantes de la tecnología a “que dejen de explotar la fragilidad humana, las vulnerabilidades de las personas, para obtener ganancias, sin considerar cómo aumentan los discursos de odio, el grooming, las fake news, las teorías conspirativas, la manipulación política”; y a los “gigantes de las telecomunicaciones que liberen el acceso a los contenidos educativos y el intercambio con los maestros por internet para que los niños pobres también puedan educarse en contextos de cuarentena”.
E incluso tuvo un pedido para que los medios de comunicación, “terminen con la lógica de la post-verdad, la desinformación, la difamación, la calumnia y esa fascinación enfermiza por el escándalo y lo sucio”, sino “busquen contribuir a la fraternidad humana y a la empatía con los más vulnerados”.
“Quiero pedirles en nombre de Dios a los países poderosos que cesen las agresiones, bloqueos, sanciones unilaterales contra cualquier país en cualquier lugar de la tierra. No al neocolonialismo. Los conflictos deben resolverse en instancias multilaterales como las Naciones Unidas. Ya hemos visto cómo terminan las intervenciones, invasiones y ocupaciones unilaterales; aunque se hagan bajo los más nobles motivos o ropajes”, indicó también.
Frenar la locomotora
“Este sistema con su lógica implacable de la ganancia está escapando a todo dominio humano. Es hora de frenar la locomotora, una locomotora descontrolada que nos está llevando al abismo. Todavía estamos a tiempo”, advirtió.
Pidió, finamente a los gobiernos en general, a los políticos de todos los partidos, trabajar por el bien común. “Cuídense de escuchar solamente a las elites económicas tantas veces portavoces de ideologías superficiales que eluden los verdaderos dilemas de la humanidad. Sean servidores de los pueblos que claman por tierra, techo, trabajo y una vida buena”, clamó.
Llamó además a todos los líderes religiosos que “nunca” usen el nombre de Dios para fomentar guerras y que estén junto a los pueblos; y a todos, “enfrentar los discursos populistas de intolerancia, xenofobia, aporofobia —que es el odio a los pobres—, como todos aquellos que nos lleve a la indiferencia, la meritocracia y el individualismo; estas narrativas sólo sirvieron para dividir nuestros pueblos y minar y neutralizar nuestra capacidad poética, la capacidad de soñar juntos”, afirmó.
Justamente al insistir sobre la necesidad de soñar un futuro mejor, sin caer nunca en la resignación “dura y perdedora”, citó un famoso tango: “Dale que va, que todo es igual. Que allá en el horno se vamo’ a encontrar”. No, no, no caigan en eso por favor. Los sueños son siempre peligrosos para aquellos que defienden el statu quo porque cuestionan la parálisis que el egoísmo del fuerte o el conformismo del débil quieren imponer. Y aquí hay como un pacto no hecho, pero es inconsciente: el egoísmo del fuerte con el conformismo del débil”, indicó.
Como hizo el jueves pasado en su videomensaje al Coloquio de Idea, el Papa no ocultó su malestar ante las malinterpretaciones que ha habido a lo largo de su pontificado de sus mensajes socio-económicos, en los que simplemente reiteró principios básicos de la Doctrina Social de la Iglesia.
“A veces me sorprende que cada vez que hablo de estos principios algunos se admiran y entonces el Papa viene catalogado con una serie de epítetos que se utilizan para reducir cualquier reflexión a la mera adjetivación degradatoria. No me enoja, me entristece”, lamentó, sin mencionar el hecho de que fue acusado de ser un papa marxista y comunista.
“Y a veces cuando los Papas, sea yo, o Benedicto, o Juan Pablo II decimos alguna cosa, hay gente que se extraña, ¿de dónde saca esto?”, preguntó. “Es la doctrina tradicional de la Iglesia. Hay mucha ignorancia en esto (...) Y me entristece cuando algunos hermanos de la Iglesia se incomodan si recordamos estas orientaciones que pertenecen a toda la tradición de la Iglesia. Pero el Papa no puede dejar de recordar esta doctrina, aunque muchas veces le moleste a la gente, porque lo que está en juego no es el Papa sino el Evangelio”.
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