El papa Francisco volvió a la isla de Lesbos: “¡Detengamos este naufragio de civilización!”
Como había hecho en abril de 2016, visitó un centro de migrantes de la isla griega para poner bajo los reflectores del mundo una crisis humanitaria cada vez más dramática “que nos concierne a todos”
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ROMA.- “¡Detengamos este naufragio de civilización!”. Al volver hoy a pisar un campo de refugiados de la isla griega de Lesbos, símbolo de la crisis de migrantes y que ya había visitado en 2016, el papa Francisco nuevamente levantó su voz sobre esta tragedia olvidada y reclamó “acciones concertadas” para resolver “un problema del mundo que concierne a todos”.
“Cierres y nacionalismos -nos enseña la historia- llevan a consecuencias desastrosas. La historia, repito, nos enseña, pero todavía no hemos aprendido. Que no se vuelvan las espaldas a la realidad, que termine el continuo rebote de responsabilidades, que no se delegue siempre a los otros la cuestión migratoria, como si a ninguno le importara y fuese sólo una carga inútil que alguno se ve obligado a soportar”, clamó, en un fuerte y apasionado discurso que pronunció en el Reception and Identification Centre de Mytilene, la capital de esta pequeña isla del Mar Egeo ubicada a apenas 20 kilómetros de Turquía, a la que llegó en avión desde Atenas. “Hay que enfrentar las causas remotas, no a las pobres personas que pagan las consecuencias, siendo además usadas como propaganda política. Para remover las causas profundas no se puede sólo resolver las emergencias. Se necesitan acciones concertadas”, indicó, hablando antes unas 200 personas de este campo de recepción formado por contenedores y arreglado para la ocasión. Este lugar reemplazó al tristemente célebre campo de Moria, que el papa Francisco había visitado el 16 de abril de 2016, llevándose de allí tres familias sirias, dándole una lección de humanidad a las grandes potencias europeas, incapaces de ponerse de acuerdo en cuanto a este drama. Rodeado de alambrados de púas y parecido a una prisión a cielo abierto, pese a estar ubicado en una colina de olivares idílicas de la isla, Moria, que se convirtió en el más grande campo de prófugos de Europa, existió hasta septiembre de 2020, cuando fue totalmente destruido por un incendio.
“Han pasado cinco años desde la visita que realicé”, recordó el Papa, que constató con amargura que desde entonces poco cambió sobre la cuestión migratoria. Aunque agradeció y destacó la labor de muchos voluntarios, asociaciones e incluso del gobierno griego –también estuvo en la ocasión la presidenta Ekaterini Sakellaropoulou-, denunció la falta de respuesta de la Unión Europea. “En Europa sigue habiendo personas que persisten en tratar el problema como un asunto que no les incumbe. Esto es trágico. Y, ¡cuántas condiciones indignas del hombre! ¡Cuántos puntos críticos donde los migrantes y refugiados viven en situaciones límite, sin vislumbrar soluciones en el horizonte!”, deploró. “Y, sin embargo, el respeto a las personas y a los derechos humanos —especialmente en el continente que no cesa de promoverlos en el mundo— debería ser salvaguardado siempre, y la dignidad de cada uno debería ser antepuesta a todo”, advirtió. “Es triste escuchar que el uso de fondos comunes se propone como solución para construir muros, para construir alambres de púas”, siguió, aludiendo al creciente número de países europeos con barreras para detener los flujos de migrantes, como Polonia, Hungría, Croacia, España, Noruega, Lituania y Estonia.
“Estamos en la época de los muros y de los alambres de púas. Ciertamente, los temores y las inseguridades, las dificultades y los peligros son comprensibles. El cansancio y la frustración, agudizados por la crisis económica y pandémica, se perciben, pero no es levantando barreras como se resuelven los problemas y se mejora la convivencia, sino uniendo fuerzas para hacerse cargo de los demás según las posibilidades reales de cada uno y en el respeto de la legalidad, poniendo siempre en primer lugar el valor irrenunciable de la vida de todo hombre, de toda mujer, de toda persona”, subrayó.
Así como el viernes pasado, en un encuentro con migrantes que tuvo en la isla de Chipre –primera etapa de esta gira que terminará mañana-, en otro discurso muy fuerte habló de los “campos de concentración” para refugiados, que comparó a los de los nazis y los de Stalin, en su discurso citó dos veces al premio Nobel de la Paz, sobreviviente del Holocausto, Elie Wiesel: “Cuando las vidas humanas están en peligro, cuando la dignidad humana está en peligro, los límites nacionales se vuelven irrelevantes”.
Según datos del Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados, en Lesbos hay 2487 refugiados y solicitantes de asilo, de los cuales 2144 viven en el campo de Mavrovouni. La mayor parte, el 68 por ciento, llegó de Afganistán, aunque hay muchos de Somalia (11%) y de la República Democrática del Congo. Los niños representan al 27%, tres de cada cuatro tienen menos de 12 años y hay un 8% que está solo.
El Papa, que había quedado muy impactado en su visita anterior, en la que se había llevado dibujos que le habían regalado los cientos de chicos del campo de refugiados, también esta vez, en la que se tomó su tiempo para recorrer el lugar y saludar, volvió a referirse a ellos. “Si queremos recomenzar, miremos el rostro de los niños. Hallemos la valentía de avergonzarnos ante ellos, que son inocentes y son el futuro. Interpelan nuestras conciencias y nos preguntan: ‘¿Qué mundo nos quieren dar?’”, afirmó. “No escapemos rápidamente de las crudas imágenes de sus pequeños cuerpos sin vida en las playas. El Mediterráneo, que durante milenios ha unido pueblos diversos y tierras distantes, se está convirtiendo en un frío cementerio sin lápidas. Esta gran cuenca de agua, cuna de tantas civilizaciones, ahora parece un espejo de muerte. ¡No dejemos que el mare nostrum se convierta en un desolador mare mortuum, ni que este lugar de encuentro se vuelva un escenario de conflictos!”, pidió. Y fue más allá: “No permitamos que este ‘mar de los recuerdos’ se transforme en el ‘mar del olvido’. Hermanos y hermanas, les suplico: ¡detengamos este naufragio de civilización!”.
Y recordó: “Ofendemos a Dios despreciando al hombre creado a su imagen, dejándolo a merced de las olas, en la marea de la indiferencia, a veces justificada incluso en nombre de presuntos valores cristianos”. “No es ideología religiosa, son raíces cristianas concretas. Jesús afirma solemnemente que está allí, en el forastero, en el refugiado, en el que está desnudo y hambriento; y el programa cristiano es estar donde está Jesús. Sí, porque el programa cristiano, escribió el Papa Benedicto, «es un corazón que ve»”.
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