El paisaje parece desolador, hay una extensión de tierras azotadas por el viento, de color marrón arenoso, salpicadas de arbustos marchitos
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Es una mañana de finales de otoño cuando partimos de Ereván, la capital de Armenia. Después de conducir durante aproximadamente media hora por las tierras altas del país, el conductor detiene el auto y mi guía, Sofya Hakobyan, me hace una señal para que nos bajemos del vehículo.
A mi izquierda, el macizo nevado de cuatro picos del monte Aragats se alza en la distancia, sus contornos confusos bajo el sol brumoso. Las tierras altas se extienden desde los bordes de la carretera hasta la base de la montaña más alta de Armenia.
El paisaje parece desolador: una extensión de tierras azotadas por el viento, de color marrón arenoso, salpicadas de arbustos marchitos. Pero, una serie de esculturas de piedra de tamaño humano sobre las laderas le dan un toque misterioso al desolado terreno.
“Estamos en el Parque del Alfabeto. Fue construido en 2005 para conmemorar el 1600 aniversario de nuestro alfabeto armenio”, me explica Hakobyan.
Las estatuas, talladas en piedra de color rosa descolorido, amarillo pastel y negro claro, están grabadas con flores y símbolos. Algunas de ellas están en grupos, otras solitarias, y mi guía me lleva a una estatua en forma de U con un delicado adorno en la parte inferior derecha.
“Esta es nuestra ‘A’ armenia en mayúscula”, me dice con un amplio movimiento de la mano. “Lo que ves a nuestro alrededor son las otras letras de nuestro alfabeto, que fue inventado por ese hombre, Mesrop Mashtots, hace poco más de 1.600 años”.
Sigo su mirada hasta una majestuosa escultura de un anciano barbudo. Envuelta en una túnica suelta, la enorme estatua rosada tiene la expresión de un asceta: tranquilo y ligeramente hastiado. Me acuerdo del hombre. Hace dos días vi su estatua en la entrada de Matenadarán.
Lugar sagrado
Ubicada sobre una colina en el extremo norte de la avenida Mashtots en Ereván, la imponente estructura de basalto de Matenadarán parece una fortaleza, pero en realidad es un scriptorium (una biblioteca de manuscritos antiguos) que también funciona como instituto de investigación.
Había caminado de puntillas por la silenciosa solemnidad de las salas que exhibían muestras permanentes dispuestas por tema, que incluían literatura traducida, filosofía, teología, artes liberales con ciencias matemáticas y humanidades, poesía, derecho, historia y artes.
Emma Horopyan, directora de relaciones públicas de Matenadarán, me dijo que la biblioteca de manuscritos es uno de los depósitos más grandes del mundo de valiosos documentos de archivo y de los primeros libros impresos. Aquí se conservó cuidadosamente una amplia gama de manuscritos medievales en idiomas como el griego, árabe, persa, siríaco, latín, etíope, georgiano y hebreo. “Este es un lugar sagrado para nosotros”, me dijo Grigor Stepanian.
Me encontré con Stepanian mientras me maravillaba con un mapa dibujado a mano del antiguo reino armenio en el gran Salón Central de Matenadarán, y ahora el afable arquitecto de Ereván me estaba guiando por la fachada rectangular de la estructura de cinco pisos, adornada con estatuas de filósofos, poetas y eruditos medievales que colectivamente han dado forma al legado literario y cultural de Armenia. “Pero él (Masohtots) sigue siendo el más importante de todos”, señala Stepanian.
La estatua de piedra inmaculadamente tallada de Mashtots se encontraba en la entrada, con las manos levantadas en la postura eterna de un maestro que aclara un punto a su discípulo (una estatua de piedra más pequeña) que escucha atentamente a sus pies.
Nueva identidad
Me daba curiosidad saber por qué la invención del alfabeto armenio por parte de Mashtots se encuentra entre los acontecimientos más importantes de la historia de Armenia. “Mashtots diseñó el alfabeto para que pudiera usarse para traducir la Biblia al armenio”, me explicó Stepanian, mientras disfrutábamos de un espeso y fuerte café armenio en una cafetería cercana.
En el año 301 d.C., Armenia se convirtió en la primera nación del mundo en adoptar el cristianismo como religión oficial. Pero, casi durante un siglo después, los métodos para convertir a sus ciudadanos a esta religión, que desde hace un largo tiempo adoraban a la naturaleza, seguían siendo con frecuencia crueles, me explicó Stepanian.
Mashtots trabajaba como traductor en la cancillería real armenia en los últimos años del siglo IV d.C. Él había sido testigo de las formas coercitivas y a menudo violentas de obligar al pueblo de esta nación caucásica a adoptar una fe patrocinada por el Estado, que era marcadamente diferente de su sistema de creencias politeísta.
“Lo que Mashtots hizo fue bastante ingenioso”, me dijo Stepanian. El lingüista comprendió que la aversión de sus compatriotas al cristianismo se debía a su desconocimiento: las traducciones griega y siríaca de la liturgia y la teología cristianas, incluido el Nuevo Testamento, eran muy extrañas para los armenios, que habían sido introducidos a la Biblia y a la liturgia oralmente durante los servicios religiosos de los targmanicks (término que significa traductor y comentarista).
Mashtots creó su nuevo alfabeto en un estilo fonético, por lo que a los armenios les resultó fácil adaptarse a la forma escrita de un idioma que ya hablaban, señaló Stepanian. “Las letras estaban diseñadas con formas muy distintivas, con un carácter independiente, muy diferente a las letras de otras lenguas escritas de la época”, añadió. Su lengua le dio así una nueva identidad a los armenios.
Opresión
Por los siguientes 1500 años, el alfabeto seguiría siendo un motivo de orgullo nacional en el centro de la identidad cultural armenia, un emblema de solidaridad para la tierra devastada por la guerra que fue casi continuamente gobernada y colonizada por fuerzas extranjeras: los romanos, los bizantinos, los persas y los turcos otomanos.
Esta saga casi continua e implacable de opresión y subyugación terminaría finalmente en 1991, cuando el régimen soviético de 69 años colapsó y Armenia se convirtió en una república independiente. “Sin nuestro alfabeto, habríamos sido un pueblo perdido”, sostiene Stepanian.
Hakobyan coincide. “Nuestro país ha sido invadido, fragmentado y saqueado, una y otra vez”, me dice mientras conduce a través del laberinto de letras dispuestas en medio de la naturaleza como un rompecabezas gigante y desordenado. “Pero, una de las razones por las que pudimos aguantar fue quizás porque siempre supimos que tenemos un hermoso lenguaje, encerrado por un hermoso conjunto de letras”.
Mientras caminamos por el Parque del Alfabeto, el sol de media mañana brilla sobre las delicadas curvas de las letras, talladas a mano en roca de toba volcánica. En conjunto, me dice Hakobyan, la riqueza y flexibilidad de este hermoso grupo de letras han ayudado a sostener una tradición literaria ininterrumpida desde el inicio de su forma escrita.
Sabía que las formas estéticamente elocuentes de las letras armenias, con su uso prolongado en el arte popular, y la caligrafía, están en las Listas del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco. Pero, no tenía idea de que estos delicados y artísticos diseños también están imbuidos de códigos secretos y criptógrafos, y dotados de propiedades ocultas.
Cálculos y fechas
“Para empezar, el alfabeto formaba la estructura de un sistema numérico complejo, pero sofisticado”, dice Hakobyan, y me explica que las letras mashtotianas también se utilizaban para hacer cálculos matemáticos. Además de ser parte del alfabeto, las 36 letras originales también tienen un valor numérico asignado según su orden en el alfabeto.
Cuando se organizan en cuatro columnas y nueve filas, las letras de cada columna representan respectivamente dígitos en unidades individuales, decenas, centenas y millares. Incluso pueden usarse para determinar fechas según el calendario armenio, añade Hakobyan.
Terminamos nuestro recorrido cerca de la estatua de Mesrop Mashtots. Situado sobre un pequeño montículo, el sabio anciano observa sus pies, con una mirada bondadosa y contemplativa, sorprendentemente realista.
Había llegado el momento de retomar nuestro viaje. Un fuerte viento soplaba sobre el valle iluminado por el sol y lentamente volvemos sobre nuestros pasos hacia el coche estacionado al costado de la carretera. Antes de entrar, miro hacia atrás pensando en el increíble legado de este antiguo alfabeto. Espesas nubes suben por las laderas nevadas del monte Aragats.
Una familia armenia está llegando al parque. Dos niñas, vestidas con chaquetas de color amarillo limón, comienzan a revolotear juguetonamente entre las letras gigantes, un legado lingüístico y cultural que heredaron de un sagaz erudito, cuya estatua se encuentra a solo unos metros de ellas en el paisaje azotado por el viento.
*Por Sugato Mukherjee
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