“El padre de todas las bombas”: el día que Rusia probó su arma termobárica
Fue en 2007; su poder de daño es similar a un atómica; sin embargo, las autoridades avisaron que “no contamina”; el desarrollo idéntico de Estados Unidos
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Cuando los rusos detonaron al «padre de todas las bombas», el arma convencional más poderosa del mundo cuyo poder destructivo solo se compara con una bomba nuclear, el mundo supo, aquel 11 de septiembre de 2007, que era de temer.
La primera parte de la gestión de Vladimir Putin como primer ministro de la Federación Rusa (1999-2008) llegaba a su fin con un golpe de propaganda de nivel planetario, ejecutado el mismo día en el que se cumplían seis años del atentado terrorista a las Torres Gemelas.
El hecho confirmó que la carrera armamentística entre ambas potencias continuaba así por otros carriles, más bien alejados del apocalipsis atómico y cerca de la “conciencia ambiental”, pero en el mismo e implacable sentido del horror y la destrucción.
Rusia hizo explotar la bomba de vacío o termobárica más poderosa del mundo en su propio territorio como una respuesta directa al desarrollo de su competidor norteamericano, que había comenzado a ensayar con la MOAB (Massive Ordnance Air Blast) tras el mayor atentado terrorista de la historia, que también había golpeado al Pentágono, la sede del comando militar estadounidense.
Un explosivo termobárico consiste básicamente en una bomba que detona en dos fases casi consecutivas, separadas por una milésima de segundo. El primer estallido dispersa por todo el ambiente el combustible volátil que rápidamente se mezcla con el aire, y luego estalla. La onda explosiva es capaz de penetrar cualquier superficie por donde pase aire y genera una temperatura de hasta 3000° C.
Los resultados son devastadores.
El padre y la madre de todas las bombas
El desarrollo de los Estados Unidos, vulgarmente bautizado como “madre de todas las bombas”, llevó el nombre de GBU-43/B y fue diseñado por el Laboratorio de Investigación de la Fuerza Aérea.
La bomba termobárica impulsada por la administración del presidente George W. Bush fue diseñada para ser arrojada desde un avión como una munición con la fuerza destructiva de un arma nuclear, pero “amigable” con el medio ambiente porque, a diferencia de su par atómico, no libera radiación.
Pero más que una conciencia ecológica lo que se buscaba con la tecnología termobárica era un arma eficaz contra objetivos bajo tierra, como el complejo de cavernas y túneles donde se refugiaban los militantes de Al Qaeda en Afganistán, entre ellos su líder, Osama Ben Laden, autor intelectual del devastador ataque en Nueva York.
El 14 de diciembre de 2001 un avión F-15 despegó de la base de Florida con una bomba termobárica que arrojó sobre una red de túneles ubicada en el desierto de Nevada. El ensayo fue exitoso y demostró la capacidad del explosivo para aniquilar por asfixia o incineración a cualquier ser vivo que se escondiese bajo tierra.
“Mientras que con una bomba tradicional la onda expansiva se detiene cuando llega a una pared, con esta bomba la onda es capaz de sortear cualquier obstáculo”, dijo entonces Matthew Klee, comandante de la Marina de EE.UU.
El explosivo termobárico GBU-43/B reemplazaba así a su antecedente más directo, la vieja bomba BLU-82B, utilizada en la guerra de Vietnam para desmontar un pedazo de bosque o selva facilitando la operación de helicópteros de combate en el transporte de tropas.
Impulsados por el estilo propagandista de Putin, las fuerzas armadas rusas perfeccionaron el explosivo termobárico que venían ensayado contra la insurgencia chechena en 1999 y, al momento del estallido, que fue difundido en todo el mundo como un elemento de disuasión, lo llamaron el “padre de todas las bombas”, como una forma de espejar el desarrollo estadounidense.
“Los resultados han demostrado que en términos de efectividad es comparable a un arma nuclear”, dijo Alexander Rukshin, subjefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa, y remarcó: “Me gustaría enfatizar que la acción de esta munición no contamina en absoluto el medio ambiente, en comparación con un arma nuclear”.
La bomba aérea rusa era superior a su contraparte estadounidense, dijeron los militares rusos. “La masa del explosivo es menor, pero la bomba es cuatro veces más poderosa”, agregaron. “Esto nos brindará la oportunidad de garantizar la seguridad del Estado y al mismo tiempo resistir el terrorismo internacional en cualquier situación y en cualquier región”, dijo Rukshin.
Fue una advertencia que se concretó en el campo de batalla durante la guerra civil en Siria. Human Rights Watch denunció el uso de estos explosivos también conocidos como “incendiarios” por parte del régimen sirio y sus aliados rusos contra los rebeldes. Pero Rusia nunca confirmó ni desmintió el hecho.
Los Estados Unidos de Donald Trump en cambio celebraron su uso y dieron una conferencia de prensa oficial, cuando en abril de 2017 arrojaron la GBU-43 con 11 toneladas de explosivos por primera vez contra una red de túneles del grupo ISIS-K, la facción de Estado Islámico en Afganistán.
“Esta es la munición adecuada para reducir estos obstáculos y mantener el ímpetu de nuestra ofensiva contra el ISIS”, dijo el general John W. Nicholson, comandante de las Fuerzas Estadounidenses en Afganistán.
“Fue realmente un gran trabajo, estamos muy orgullosos de nuestro Ejército”, dijo Trump en la Casa Blanca. La bomba fue arrojada desde el cielo sobre el distrito de Achin, provincia de Nangarhar. Dejó un cráter de 300 metros y mató a 36 militantes de ISIS.
Desde que las explosiones termobáricas rusas y estadounidenses fueron oficializadas, otros países han admitido el desarrollo de esta tecnología bélica, como Irán y China.
Después del ataque en Afganistán, un funcionario de la República Islámica de Irán admitió contar con el “padre de todas las bombas”, confirmó el comandante de la división aeroespacial de los Guardianes de la Revolución iraní, Amirali Hayizadeh.
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