El otro exilio: los rusos huyen de su país en un éxodo silencioso, temerosos del presente y del futuro
Miles de personas escapan de Rusia hacia países tales como Turquía, Armenia, Georgia, Uzbekistán, Kirguistán y Kazajstán, impulsados por el miedo de quedar atrapados bajo el régimen de censura y persecución del Kremlin
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ESTAMBUL.- Hacen fila en los cajeros automáticos, desesperados por conseguir efectivo desde que Visa y Mastercard suspendieron sus operaciones en Rusia, y se pasan el dato de la ubicación de máquinas que todavía entregan dólares. En los cafés de Estambul, se sientan en silencio para ponerse al día con los chats de Telegram o consultar Google Maps en sus celulares. Y organizan grupos de apoyo para otros rusos que buscan alojamiento en el exilio.
Decenas de miles de rusos han huido a Estambul desde que Rusia invadió Ucrania, el mes pasado, indignados por una guerra que consideran criminal, y preocupados por la posibilidad de ser reclutados, de que cierren las fronteras, o de que en su país ya no puedan vivir como vivían.
Y son apenas la punta del iceberg. Otras decenas de miles se fueron a Armenia, Georgia, Uzbekistán, Kirguistán y Kazajstán, países tradicionalmente considerados como punto de origen de migrantes hacia Rusia, y no a la inversa. En la frontera terrestre de Rusia con Letonia —solo abierta para quienes tienen visa de la Unión Europea—, los viajeros informan que hay largas horas de espera para cruzar.
Aunque el éxodo de unos 2,7 millones de ucranianos de su país arrasado por la guerra hizo que el mundo centrara su atención en la crisis humanitaria en ciernes, el descenso de Rusia a estas nuevas profundidades del autoritarismo hace que muchos rusos se desesperen por su futuro. Y así se gestó este éxodo, más reducido que el de Ucrania, pero que muchos comparan con el de 1920, cuando más de 100.000 opositores de los bolcheviques huyeron de la Guerra Civil Rusa y se refugiaron en la entonces Constantinopla.
“Nunca hubo nada parecido en tiempos de paz”, dice Konstantin Sonin, economista ruso de la Universidad de Chicago. “No hay guerra en territorio ruso, y este éxodo, como hecho en sí mismo, es algo enorme”.
Algunos de los escapados son blogueros, periodistas o activistas que temen ser arrestados bajo la nueva ley draconiana que criminaliza todo aquello que el Estado considere “información falsa” sobre la guerra.
Otros son músicos y artistas que en Rusia no ven futuro para su actividad. Y también están los profesionales, como abogados y programadores, que de la noche a la mañana vieron esfumarse su estilo de vida de clase media, y que están muy lejos de poder tolerar moralmente lo que está haciendo su gobierno.
Atrás dejaron empleos, familia y su dinero atrapado en cuentas de bancos rusos, a las que ya no tienen acceso. Temen cargar con el estigma de “rusos en el extranjero” mientras Occidente aísla a su país por la cruente invasión a Ucrania, y se enloquecen de solo pensar que todo lo positivo de su identidad rusa quede borrado de un plumazo.
“No solo nos robaron nuestro futuro, sino también nuestro pasado”, dice Polina Borodina, una dramaturga oriunda de Moscú, en relación con la guerra del gobierno ruso en Ucrania.
La velocidad y la escala del éxodo reflejan el cambio tectónico que provocó la invasión dentro de Rusia. A pesar de la represión de la disidencia del presidente Vladimir Putin, hasta el mes pasado Rusia seguía siendo un lugar con amplias conexiones de viaje y rutas aéreas con el resto del mundo, un Internet mayormente sin censura que funcionaba como plataforma para los medios independientes, una próspera industria tecnológica y una escena artística de nivel mundial. Además, había amplio acceso a rebanadas del estilo de vida de la clase media occidental, en comercios como Ikea, Starbucks, y autos importados bastante asequibles.
Pero el 24 de febrero muchos rusos se desayunaron con la noticia de que todo eso se había terminado. Al día siguiente, Dmitry Aleshkovsky, un periodista que pasó años fomentando la incipiente cultura de la beneficencia en Rusia, se subió a su automóvil y puso rumbo a Letonia.
“Me quedó totalmente claro que si había cruzado esa línea roja, ya nada lo detendría”, dice Aleshkovsky en referencia a Putin. “Y todo va a empeorar.”
En los días posteriores a la invasión, Putin obligó a los medios independientes que quedaban a dejar de funcionar. También ha puesto en marcha un feroz operativo de represión contra los manifestantes que se oponen a la guerra: desde el 24 de febrero, fueron arrestadas más de 14.000 personas en todo el país, según el grupo de derechos humanos OVD-Info.
Por supuesto que hay muchos rusos que apoyan la guerra, pero muchos de ellos ignoran por completo el alcance de la agresión de Rusia, porque se informan exclusivamente a través de la televisión estatal.
Pero otros han escapado en masa a lugares como Estambul, que al igual que en 1920 se ha convertido otra vez en un refugio de exiliados. Si bien la mayor parte de Europa ha cerrado sus cielos, Turkish Airlines siguió volando desde Moscú hasta cinco veces al día. Sumando el resto de las aerolíneas que siguen funcionando, algunos días salen desde Rusia unos 30 vuelos.
“La historia es como una espiral, sobre todo la historia de Rusia”, dice Kirill Nabutov, de 64 años, un comentarista deportivo de San Petersburgo que huyó a Estambul con su esposa. “Todo vuelve y vuelve al mismo lugar.”
Como en 1920, toda una nueva generación de exiliados rusos enfrenta la abrumadora perspectiva de empezar de cero, y la dura realidad de ser vistos como ciudadanos de un país que lanzó una guerra de agresión, a pesar de que muchos de ellos se han pasado la vida oponiéndose a Putin.
En Georgia, donde según el gobierno han llegado 20.000 rusos desde el comienzo de la guerra, los exiliados enfrentan un ambiente hostil, lleno de grafitis antirrusos y comentarios de odio en las redes sociales.
Muchos georgianos advierten un claro paralelismo entre la invasión de Ucrania y la guerra de Rusia contra Georgia en 2008. Y aunque la mayoría ha dado la bienvenida a los recién llegados, algunos no distinguen entre los disidentes rusos que han huido de Rusia por razones morales o de integridad física y los que apoyan a Putin.
Según el gobierno de la vecina Armenia, varios miles de rusos están ingresando diariamente a ese país, donde los exiliados informan ser muy bien recibidos. Davur Dordzheir, de 25 años, dice que renunció a su trabajo como abogado del banco estatal ruso Sberbank, puso en orden sus finanzas, hizo testamento, se despidió de su madre, se tomó el primer vuelo a Ereván, la capital armenia, por temor a que sus anteriores comentarios públicos contra el gobierno lo convirtieran en un objetivo del Kremlin.
“Me di cuenta de que desde el comienzo de esta guerra, yo y otros miles de rusos somos considerados enemigos del Estado”, dice Dordzheir.
Algunos autoexiliados rusos están organizando grupos de ayuda mutua y buscan contrarrestar el sentimiento antirruso. Aleshkovsky, de 37 años, dice durante los primeros cinco días de la guerra que lloraba sin parar y tenía ataques de pánico. “Cuando me recuperé, supe que tenía que hacer lo que sé hacer”. Él y varios colegas tienen una iniciativa cuyo nombre tentativo es “OK Russians”, para ayudar a los que se ven empujados al exilio y para producir contenido en inglés y en ruso para distintos medios.
El magnate petrolero Mikhail Khodorkovsky, que está en el exilio tras pasar 10 años en una cárcel de Rusia, está financiando un proyecto llamado Kovcheg —”El Arca”— que proporciona alojamiento en Estambul y Ereván, y también recluta psicólogos para brindar apoyo emocional. “El Arca” zarpó el jueves y ya ha recibido unas 10.000 consultas.
Muchos dicen que el dolor de dejar todo atrás es casi intolerable, a lo que se suma la culpa de quizás no haber hecho lo suficiente para derrotar internamente a Putin. La antropóloga Alevtina Borodulina tiene 30 años y es uno de los 4700 científicos rusos que firmaron una carta abierta contra la guerra. Pero mientras caminaba con sus amigos por el Boulevard Ring, en el centro de Moscú, uno de ellos sacó un bolso de mano que decía “no a la guerra” y fue arrestado de inmediato.
Borodulina no lo dudó ni un minuto más: el 3 de marzo voló a Estambul, donde conoció a rusos de ideas afines en una protesta de apoyo a Ucrania y ahora es voluntaria del proyecto Kovcheg, para ayudar a otros exiliados.
Por Anton Troianovski y Patrick Kingsley
Traducción de Jaime Arrambide
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