El origen del Covid reaviva el fantasma de Tiananmen y el vicio chino de borrar el pasado incómodo
Frente a los temores de Xi Jinping de que se investigue el inicio de la pandemia, los líderes estudiantiles de 1989 recordaron a LA NACION los esfuerzos del régimen por ocultar también lo ocurrido en la sangrienta represión de aquella revuelta
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“Después de la revuelta de Tiananmen, el gobierno chino vive con terror cualquier señal de inestabilidad. Por eso trabó las investigaciones de la OMS, y el año pasado condenó a cuatro años de prisión a la periodista Zhang Zhan que cubrió el inicio del brote de coronavirus en Wuhan en 2019. Son las mismas mañas y el mismo régimen que me puso a mi en la cárcel 30 años antes″, recordó Zhou Fengsuo, uno de los líderes estudiantiles de las históricas manifestaciones de 1989.
Zhou, hoy de 53 años, el fotógrafo norteamericano Jeff Widener, de 65 años, que tomó una de las históricas fotografías del hombre que enfrenta al tanque, y el activista chino Yang Jianli, de 58 años, otro de los estudiantes que participó de la revuelta, ayudaron a LA NACION a reconstruir las dramáticas jornadas en las que por última vez el mundo se ilusionó con la democratización del gigante asiático, un sueño que ahora parece adormecido por el progreso económico. Las nuevas generaciones chinas ignoran lo que sucedió en 1989, tema tabú borrado por completo de la historia oficial. La fecha del 4 de junio solo es recordada en Hong Kong, Taiwán y en la diáspora.
Zhou, Widener y Yang estaban en distintos lugares de la plaza Tiananmen esa noche de junio de 1989 cuando, luego de dos meses de protestas -inicialmente de estudiantes, pero luego masivas, incluso de policías-, el gobierno decidió poner fin al clima de inestabilidad y descontrol, y aplastó la revuelta con una sangrienta represión que dejó centenares de muertos, un número nunca conocido.
En aquel momento como ahora el régimen chino sigue viviendo la inestabilidad y la pérdida de control como una de sus mayores amenazas.
“¡Sin estabilidad y unidad, nada es posible!”. La frase pronunciada en mayo de 1989 es la única cita que se conoce en referencia a las protestas de Tiananmen por parte de quien entonces, a los 35 años, era un alto funcionario de la provincia Fujian, Xi Jinping. Tres décadas más tarde, ya como presidente de China, el año pasado volvió a advertir en una reunión con los máximos líderes del partido, que la epidemia de coronavirus también era “una amenaza para la estabilidad social”.
Por eso, no solo encarceló a los periodistas que publicaron información sobre el origen del coronavirus en Wuhan, sino que sancionó a Li Wenliang, del Hospital Central de Wuhan, que fue el primer médico que en diciembre de 2019 alertó sobre el Covid. Li tuvo que firmar un documento en el que se arrepentía de haber “alterado el orden social gravemente” con su publicación.
Los testigos de la revuelta de Tiananmen recordaron a LA NACION, cómo se vivió aquel estallido social, versión china, un fantasma siempre presente en el recuerdo de la dirigencia comunista.
Zhou, que reside actualmente en Estados Unidos, estuvo viviendo y durmiendo en la gigantesca plaza de 44 hectáreas durante esos dos meses, como uno de los líderes del Comité de Estudiantes Autónomos de Pekín. Widener recordó cómo vivió los hechos desde la perspectiva de un fotoperiodista extranjero, y Yang, que también reside en Estados Unidos y es frecuentemente citado como “el arquitecto para una China democrática”, habló de los sueños que sigue manteniendo vivos desde sus épocas de estudiante.
Zhou reconoció que hoy podría resultar aventurado el concepto pero que en 1988, un año antes de la revuelta de Tiananmen, tomó con mucha naturalidad la idea de impulsar en la Universidad de Tsinghua, en Pekín, las primeras elecciones libres e independientes para el centro de estudiantes. “El secretario general del Partido Comunista, Hu Yaobang -entonces número dos del régimen, detrás de Deng Xiaoping- había empezado en 1982 una serie de reformas democratizadoras, e incluso puso en libertad a muchos disidentes. Por eso, en aquellos años en las facultades había un ambiente abierto y teníamos espacio para conversar sobre el rumbo que debía tomar el país”, recordó Zhou.
Al año siguiente, luego de la inesperada muerte de Hu el 15 de abril de 1989, se produjeron manifestaciones populares espontáneas de dolor y luto, que terminaron convirtiéndose en un reclamo masivo, ya no solo en Pekín sino en unas 400 ciudades, para seguir adelante con las reformas emprendidas por el líder desaparecido.
“Yo llegué a Pekín desde Bangkok a mediados de mayo, cuando las protestas ya llevaban un mes”, recordó a LA NACION el fotoperiodista norteamericano Jeff Widener que entonces trabajaba para la agencia United Press International. “Una de las primeras imágenes que fotografié en la Plaza Tiananmen fue la construcción de la estatua de la Diosa de la Democracia, que estaba justo frente al enorme retrato de Mao”, señaló.
La estatua de unos diez metros de alto, hecha por los estudiantes de la Academia de Bellas Artes con poliestireno y papel maché sobre una estructura metálica, que luego fue aplastada por los tanques durante la represión, representaba las aspiraciones de aquel momento.
“Esa estatua, con el fondo del cuadro de Mao, resumía toda la historia de lo que se debatía en esa plaza. Por un lado el reclamo de libertad de expresión, de prensa y de religión, y por otro el comunismo que quería tener todo bajo control apelando a la censura y a la violación de los derechos básicos”, agrega Widener.
Por su parte Yang Jianli estaba desde 1986 cursando el doctorado en Matemáticas en la Universidad de California en Berkeley, cuando se enteró de las noticias de su país, y decidió regresar a Pekín para sumarse a las protestas. “Necesitaba ser parte de eso, creía que eso representaba el futuro de China, simplemente no podía evitar unirme a ellos”, recordó Yang.
Zhou, por su parte, recordó: “Durante esas semanas dormíamos en carpas o al aire libre en la Plaza. Durante largos períodos hicimos huelga de hambre. Éramos miles de personas, la mayoría estudiantes. Nuestras demandas más importantes eran referidas a la libertad de prensa, tener nuestras propias publicaciones, sin censura, y la segunda demanda era contra la corrupción. Los altos funcionarios eran personas muy ricas gracias a sus corruptos negocios en el Estado”.
Luego de 40 días de protestas en las calles, el 20 de mayo el gobierno declaró la ley marcial, lo que enardeció aún a más a los habitantes de Pekín, que bloquearon las carreteras para evitar que las tropas, hasta ese momento desarmadas, avanzaran hacia la plaza.
Los ancianos del partido comunista, liderados por Deng Xiaoping, redoblaron entonces la apuesta y en los primeros días de junio decidieron poner fin a las protestas por medios militares en la noche del 4 de junio.
Cuando en la tarde del 5 de junio los tanques seguían avanzando hacia la plaza, Widener se dirigió al Hotel Beijing, que tenía puntos estratégicos cerca de la acción, y allí se encontró al estudiante norteamericano, Kirk Martsen, que le permitió subir a su habitación del sexto piso.
“Empecé a tomar fotografías de los blindados, cuando un hombre salió de entre la multitud con bolsas de compras y se puso frente a los tanques. Mi primera reacción fue enojarme porque esta persona estaba arruinando mi fotografía. Pero después vi que realmente estaba siendo el protagonista de la escena”, recordó Widener.
Luego de bloquear y frenar el avance de los tanques, el desconocido se subió a la torreta del vehículo para conversar con un miembro de la tripulación. Finalmente, fue sacado del lugar por dos hombres de azul, cuyas identidades, tampoco fueron nunca reveladas.
“Como llevaba en sus manos bolsas de compras, yo pienso que era un pequinés común y corriente, y que los que lo alejaron eran personal del ejército vestidos de civil. Nunca se supo nada de su identidad. Pero el mundo nunca olvidará su increíble hazaña”, señaló Widener. Para evitar que el personal policial en el hotel le secuestrara eventualmente los rollos de fotos, Widener se los entregó a Martsen, el estudiante norteamericano, quien los escondió bajo sus calzoncillos y los llevó hasta las oficinas de AP en Pekín.
Zhou recordó cómo se vivió la represión desde la plaza Tiananmen. “Cuando comenzaron a entrar los tanques fue como una guerra. Se oían disparos en todas las direcciones. Enseguida empezó a caer gente herida y otros, muertos. No puedo calcular la cantidad, pero cuando salimos corriendo la plaza estaba llena de cadáveres”.
Zhou huyó entonces a la casa familiar en la provincia de Shaanxi, 1000 kilómetros al norte de Pekín, y los días siguientes el régimen lo incluyó entre las cinco personas más buscadas del país como uno de los líderes de la revuelta. En esa vivienda fue arrestado diez días más tarde.
Después de un largo año en la cárcel bajo condiciones inhumanas, Zhou fue trasladado, gracias a la presión internacional, a una granja rural de la provincia de Hebei para ser “reeducado”. Finalmente, en 1995 logró exiliarse a Estados Unidos, donde vive actualmente.
En un salto al presente, Zhou considera que la tecnología, el mismo factor que garantiza hoy el control del gobierno sobre la población, es el que finalmente llevará a China a la democratización. “Yo no creo que la prosperidad pueda tapar todo. Los chinos son conscientes de las restricciones sobre sus libertades. Pero hay cámaras por todos lados, y uno sabe que con cualquier comentario o crítica contra el gobierno, puede llegar a perder lo que tiene. Sin embargo, creo que la misma masificación de la tecnología va a permitir que la gente encuentre cada vez más canales para expresarse. Y eso no se va a poder detener”.
Por su parte Yang, que pasó cinco años en una cárcel china, hizo también un paralelo entre el ocultamiento de lo ocurrido en Tiananmen y el inicio de la pandemia. “La naturaleza de este régimen no ha cambiado. Cuando comenzó el brote, la primera reacción fue el encubrimiento. Reprimieron la libertad de expresión, y persiguieron a quienes denunciaban. Algunos expertos estimaron que se retrasó al menos tres semanas la reacción necesaria, lo que provocó que se propagara por todo el mundo”.
Sin embargo Yang, que junto a otros líderes en el exilio creó la Fundación para China en el siglo XXI, una organización pro-democrática, es optimista respecto del futuro. “El progreso económico no puede ocultar que China es un estado criminal. En primer lugar, necesitamos consolidar una oposición democrática viable y luego, obtener el reconocimiento internacional de esa oposición. Si realmente logramos conformar una oposición y lograr reconocimiento, creo que habrá una grieta en el liderazgo. Con esos tres elementos podremos elaborar un calendario para la democratización en China”.
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