Con su historia de colonización e inmigración, con su clima, con su cultura, con su imán para jóvenes, Australia es una especie de paraíso perdido para algunos argentinos.
Muchos de ellos ven en Australia la promesa irrealizada de lo que debía ser la Argentina. Los australianos tienen –para ellos- la nación que nosotros deberíamos haber tenido y no logramos tener.
Hoy, más que de un espejo roto, Australia le sirve a la Argentina de receta para cómo –o cómo no- navegar el orden mundial pospandemia complejo y demandante, minimizando el costo para sus intereses y maximizando el éxito para cubrir sus necesidades, que son tantas. La Nación de Oceanía es también un reflejo de cómo enfrentar a una de las dos superpotencias que dominan ese orden y el precio que tiene hacerlo. Australia lo vive con China en la Organización Mundial de la Salud (OMS); la Argentina lo experimenta con Estados Unidos en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
1) El dilema australiano
Con la irrupción del coronavirus, crecieron las diferencias que alimentan la añoranza argentina de lo que no fue. Australia y la Argentina tienen climas, geografías y recursos naturales similares. Pero la primera, habitada por 25 millones de personas, cuenta con un PBI de 1,45 billones de dólares, una cifra 3,5 veces mayor a la de nuestro país, que cuenta con casi el doble de población.
Por primera vez en 30 años, Australia sufrirá, en 2020, una recesión, como casi todos los países del mundo. Pero mientras su economía se reducirá en 4,5%, la de la Argentina tendrá una contracción mayor a 10%.
No solo el impacto económico fue menor en Australia; también lo es, hasta ahora, el costo sanitario. Mientras que el Covid-19 dejó ya más de 10.000 muertos y de 530.000 infectados acá, en la Nación de Oceanía los decesos son 797 y los contagiados, 25.000.
Australia es hoy, sin embargo, una de las naciones más expuestas a la rivalidad que ya caracterizaba al orden mundial –la incipiente bipolaridad entre Estados Unidos y China-. Como la Argentina hizo con Estados Unidos en el Banco Interamericano de Desarrollo, Australia se le plantó a China en la Organización Mundial de la Salud (OMS) y lideró el lobby para forzar una investigación sobre su gestión inicial del brote de coronavirus, un manejo de por sí sospechado por Washington. Hoy sufre, con fuerza, las consecuencias de esa decisión.
La relación de China y Australia es, desde hace varias décadas, una asociación beneficiosa para ambos países. Más de un millón de personas de origen chino viven en Australia; unos 200.000 ciudadanos chinos estudian en las universidades australianas, y el comercio bilateral no hizo más que alimentar ambas economías.
El gigante asiático necesita de la canasta que tiene Australia para ofrecerle, que es, de hecho, bastante parecida a la de Argentina: carne, cereales, minerales. La relación comercial de 172.000 millones de dólares, con un superávit de 51.000 millones para la Nación anglosajona.
En abril, cuando decidió forzar la investigación sobre China, el gobierno del premier australiano, el conservador Scott Morrison, respondía no tanto a un pedido de su aliado Donald Trump, con cuyo país Australia tiene una estrecha relación de seguridad, sino más bien a una inquietud que aumenta desde hace un par de años entre los australianos.
De acuerdo con un informe oficial de hace dos años, la injerencia china destinada a influir en la política local crece día a día y el gobierno de Morrison –en especial el ala de los halcones- cree que Pekín amenaza su soberanía y su democracia. No por nada Australia fue el primer país que prohibió el polémico servicio de 5g de la empresa china Huawei.
Australia es más influyente y está hoy en una situación económica más sólida que la Argentina por lo que tiene más recursos para enfrentarse a una de las dos superpotencias globales. Con su lobby, logró alinear un bloque de más de 130 naciones para apoyar la investigación; fue una alianza bastante más rotunda que la tenue sociedad que forjó la Argentina para enfrentarse a Estados Unidos por la conducción del BID, confiando en exceso en un aliado que ya había dado muestras de su complicidad estratégica con Washington: el México de Andrés Manuel López Obrador.
Sin embargo, las represalias de Pekín no tardaron en llegar y fueron directo a donde más les duele a los australianos, a sus exportaciones de carne, cebada y vinos a China.
El gobierno australiano apunta ahora a forjar nuevas alianzas con potencias regionales de Asia del sur, en especial India, que le ayude a contrarrestar la tensión con Pekín y a buscar alternativas a la alineación excluyente con Estados Unidos o China. Es decir, que le permita mantener un balance diplomático pragmático para enfrentarse con mayor flexibilidad geopolítica al orden global pospandemia. Pragmatismo y alianzas alternativas son dos de las recetas que Australia le presta a la Argentina en su experiencia de cómo un país mediano o pequeño puede enfrentar a los superpoderosos.
2. China vs. Estados Unidos
Ese orden no es un flamante diseño del poder global, es el mismo del año pasado y el de la última década. Solo que emerge de la pandemia con mayor agresividad y una brecha más profunda entre sus dos protagonistas excluyentes, ambos dañados en su reputación global por el deficiente manejo de la irrupción del virus (China) y del transcurso de la pandemia (Estados Unidos).
"No es un nuevo orden. El mundo estaba entrando en un sistema bipolar antes de la pandemia. El futuro no cambia. El coronavirus aceleró y profundizó la primera ronda de desacople entre Estados Unidos y China. Ambos se usaron como chivos expiatorios y las relaciones se agriaron", advirtió Cliff Kupchan, de la consultora Eurasia, en un informe de esta semana a sus clientes.
El desacople, que viene en la forma de guerra comercial, batalla tecnológica o guerra de acusaciones por el virus, se acelera, se visibiliza y acumula un incidente en el mayor teatro de operaciones, hasta ahora, de la competencia estratégica entre China y Estados Unidos: Asia.
Con la tensión en el mar del Sur de China, los escarceos bélicos entre Pekín e India, la desconfianza de Japón, ese es el escenario de mayor intensidad geopolítica hoy.
Otras regiones sufren menos la intensidad, pero también los beneficios: África, Medio Oriente o América latina.
Con menos atención de la que le dedican a otras áreas, Washington y Pekín tienen aún su atención puesta en nuestra área. "América latina seguirá alineada con Estados Unidos en su cultura política y en temas de seguridad. Pero China es hoy el mayor socio comercial de América latina", agregó Kupchan, en su informe.
Hasta ahora más estratégica y menos ideológica, la competencia entre Estados Unidos y China admite matices y posturas que la Guerra Fría hacía difíciles y peligrosos. Permite, por ejemplo, fidelidades compartidas: cada país puede mantener sus propias alianzas, sus equilibrios y balance entre sus valores y sus necesidades económicas. El Brasil de Bolsonaro, por ejemplo, mantiene casi un romance político con la administración Trump sin descuidar su relación comercial con China.
Pero, relegada en las prioridades geopolíticas de las dos superpotencias, América latina –a su vez- no puede darse el lujo de prescindir de ninguno de esos gigantes, ni del resto del mundo.
Agobiada por curvas de contagios notablemente más prolongadas que las de Estados Unidos, Asia o Europa, América latina es el epicentro del virus hoy y será la región más golpeada en términos económicos: se contraerá un 9,4% este año, luego de ser, en 2019, la zona de menor crecimiento del mundo.
La región acumula malas noticias y, según la Cepal, se enfrenta a una década perdida, en la que podría perder los avances del siglo.
"La región va a salir muy golpeada social y económicamente y vamos a necesitar desesperadamente dinero; vamos a necesitar mucho del mundo", dijo a LA NACION Federico Merke, director de las carreras de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés.
Con un PBI que ya estaba en recesión desde hacía más de dos años y que, en 2020, se reduciría en más de un 10%, la Argentina está entre los más necesitados de la región más necesitada. Y, como tal, se verá forzada al equilibro constante entre China y Estados Unidos. "El país no puede darse el lujo de elegir", añadió Merke.
El equilibrio pragmático, como muestra la elección de las nuevas autoridades del BID, no será fácil y no estará exento de consecuencias.
"Los Estados Unidos tienen muchísimos lazos económicos y culturales con la región que padece China en su relación con América latina. Hoy en día, la política exterior de China no es muy ideológica. Por ejemplo, aunque Macri fue un aliado clave de la Casa Blanca, él podía mantener una relación cercana con Pekín. Pero siempre existe la posibilidad de choques diplomáticos con Pekín o Washington, por ejemplo, si países latinoamericanos optan para el 5G de Huawei, se suman a la nueva Ruta de la Seda o rompen relaciones con Taiwán. Por eso, con respecto a sus relaciones con las dos superpotencias, todos los líderes de la región caminan por la cuerda floja", opinó Benjamin Gedan, director del Proyecto Argentina en el Wilson Center, en Washington, en diálogo con LA NACION.
En efecto, ninguna de las dos superpotencias parece dispuesta a ceder terreno en su competencia, no importa si el escenario de la disputa es prioritario o marginal. Eso tampoco sucederá si el presidente de Estados Unidos cambia de nombre el próximo año.
Si el gobierno argentino especuló con que una Casa Blanca guiada por Joe Biden sería menos exigentes en sus demandas anti China en la región, tal vez tuvo un error de cálculo.
El entorno del exvicepresidente cuestionó varias veces la embestida de Trump por imponer su candidato, Mauricio Claver Carone, en el BID; eso no significa que un Estados Unidos de Biden vayan a ser más displicente ante el avance de China en la región.
Hoy ambas campañas se acusan de no ser lo suficientemente duras con China, señal de que la creciente rivalidad no es un capricho de Trump, sino el indicio de que la potencia asiática quiere disputarle a Washington la preponderancia global sin disimulo y avanzar sobre sus intereses desparramados por el mundo.
"Las señales de que China se prepara para desafiar el liderazgo global norteamericano están por todos lados", escribió en mayo, en la revista Foreign Policy, Jake Sullivan, exasesor de seguridad nacional de Biden, cuando era vicepresidente de Obama, y pieza esencial en su equipo de asuntos internacionales.
El de Biden será, en caso de que el exvicepresidente sea elegido el 3 de noviembre, un cambio de estilo, tono y modos, más que de objetivos y ambiciones.
La China expansiva y asertiva de Xi Jinping cambiará poco y nada pospandemia. Su gobierno – o él mismo, en realidad- ya dejaron en claro que no se distraerá ante nada ni nadie en su ambición de convertirse en una superpotencia global y de proteger y agrandar sus intereses nacionales. Menos aún se detendrán ante las críticas por los temas que China considera propios y el resto del mundo cuestiona: el avance autoritario sobre Hong Kong, las pretensiones sobre Taiwán, la presencia en el mar del sur de China, el avasallamiento de los derechos humanos de la minoría uigur, en la provincia de Xinjiang, y el proyecto de 5G.
3. Las opciones de la Argentina y la región
Esa ambición china se acentuó en los últimos años, con la evidencia de que Xi se transformaría en el nuevo Mao, el líder chino capaz de cambiar las normas para apuntalar sus intereses propios tanto como los de su país. Y junto con esa ambición emergió, ya sin disimulo, la diplomacia coercitiva que hoy sufre Australia, antes padecieron otros y muchos experimentará, crecientemente en el futuro.
Un estudio del Instituto Australiano de Políticas Estratégicas, publicado hace 10 días advierte que China apela a la diplomacia coercitiva para lograr sus objetivos –sean comerciales, tecnológicos o de seguridad- desde hace años. Pero desde 2018, esa táctica creció exponencialmente. El informe detectó por lo menos 150 incidentes de diplomacia coercitiva en el mundo en los últimos dos años; de ellos, 29 fueron en Europa; 20 en Australia y Nueva Zelanda; 19 en México y Canadá; 16 en el este de Asia y cinco en África, entre otros. En América del Sur, solo registró uno.
En una columna publicada el jueves en la revista Foreign Policy, Andrés Malamud y Luis Schenoni, investigadores argentinos de política y relaciones internacionales, postulan que esa falta de presión coercitiva de China en América latina se debe, simplemente, a que la región se cayó del mapa geopolítico y perdió toda relevancia global, incluso más que África, hoy un centro de dinamismo económico.
Esa indiferencia relativa de las dos superpotencias tiene una contracara positiva: le quita a la región la presión por tomar partes que sí está latente, por ejemplo, en Asia. Y la Argentina y sus vecinos pueden aprovechar ese espacio para construir alternativas al peligroso alineamiento automático y reforzar los recursos del pragmatismo estratégico, para –entre otras cosas- evitar errores de cálculo como los del BID.
"Tener a la Unión Europea como mercado alternativo, por ejemplo, te da flexibilidad de buscar más allá de China Y Estados Unidos. Además la mayor ventaja la tendrán los países que tienen un conocimiento sofisticado de las dos potencias," dijo a LA NACION Oliver Stuenkel, profesor de relaciones internacionales de la Fundación Getulio Vargas, en Brasil.
Stuenkel es escéptico sobre la capacidad actual de los países regionales de conocer y entender a las potencias, un rasgo decisivo para la inserción global de la región, o de su habilidad para reintegrarse.
"La región va a tardar en recuperarse de la crisis porque tenés presidentes que solo miran hacia adentro. Nosotros [por Brasil y la Argentina] tenemos dos presidentes que no se hablan y esto va a ser peor. Vamos a ver una fase de inestabilidad política e integración," opinó Stuenkel.
Es decir que la Argentina pierde una oportunidad de ampliación de recursos y horizontes si su presidente, Alberto Fernández, no se habla con el mandatario del mayor socio de la Nación en el período democrático, Jair Bolsonaro. Pero, de la misma manera, dio un paso adelante al aliarse con Chile, cuyo gobierno no comparte ideología con el de Fernández, en su ofensiva por evitar la jugada norteamericana en el BID.
"La Argentina tiene que activar sus vínculos comerciales, tener aliados económicos para poder posicionarse en el mundo, tiene que jugar en equipo, y sus socios naturales son Chile y Brasil", dijo a LA NACION Marcelo Elizondo, consultor en negocios internacionales, que cree que además de alianzas el país puede buscar nuevos mercados en Asia, más allá de China.
Elizondo advirtió que "jugar el juego geopolítico" puede ser esencial para la Argentina porque la debacle lo demanda. Para graficarlo tienen un número: el stock de inversión extranjera directa en el mundo creció un 400% entre 2000 y 2020; en el país, el aumento fue de apenas 2%.
Como en muy pocas otras ocasiones, con la protesta policial y la decisión de Fernández de reducir la coparticipación porteña, el país fue testigo esta semana de cómo la falta de recursos no solo afecta la vida diaria económica de los argentinos sino la política y, en definitiva, profundizó la polarización que tanto lo tensa. En el comercio y las inversiones, pero también en la comprensión del orden internacional pospandemia y en el pragmatismo para ser parte de él podría estar una de las respuestas a la falta de recursos.
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