Por más de 60 años, él sospechó que su padrastro había sido algo más que un guardia de seguridad.
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Una investigación de la BBC reveló que un presunto criminal de guerra nazi, que sentó residencia en Reino Unido, pudo haber trabajado para los servicios de Inteligencia británicos durante la Guerra Fría.
Antes de que ocurriera su muerte, funcionarios alemanes estaban investigando a Stanislaw Chrzanowski por el asesinato de judíos en tiempos de guerra en Bielorrusia.
El hombre había sido interrogado previamente por la policía británica, pero nunca había sido acusado de un crimen.
Ahora, Chrzanowski, quien se había jactado delante de su hijastro de tener ‘un secreto inglés’, ha aparecido en registros fílmicos tomados en Berlín en la década del 50.
Y líderes judíos piden una investigación para descubrir si Chrzanowski -y otros como él- no fueron acusados de crímenes de guerra porque habían operado como espías para el gobierno de Reino Unido.
Por más de 60 años, John Kingston sospechó que su padrastro había sido algo más que un guardia de seguridad del edificio de gobierno municipal en su ciudad natal del Este de Europa durante la Segunda Guerra Mundial.
Tanto así, que tenía la certeza de que Stanislaw “Stan” Chrzanowski había sido un criminal de guerra nazi que había logrado evadir a la justicia.
Y en varias ocasiones trató de persuadir a las autoridades británicas para que lo investigaran. Pero nunca lo logró.
Kingston logró reunir gran cantidad de evidencia -fotos, documentos y conversaciones telefónicas secretas-, que por más de 20 años estuvieron almacenadas en su ático.
Conocí a Kingston en 2016 y de ese modo inicié mi propia investigación sobre Chrzanowski y sus actividades durante los tiempos de guerra.
Pero solo cuando Kingston murió -y todo el material que tenía almacenado en el ático me fue entregado- comenzó a aparecer posibles nuevas evidencias para explicar por qué Chrzanowski nunca había sido llevado ante la justicia.
Las historias antes de dormir
La madre de Kingston, Bárbara, conoció a Chrzanowski en 1954, en un club polaco en Handswortg, Birmingham.
Y quedó encantada con aquel extranjero al que le gustaba bailar.
Chrzanowski le contó que había llegado, junto a otros soldados polacos, al puerto de Liverpool en 1946, un año después del fin de la guerra.
Le contó también que se había criado en Slonim, una ciudad ubicada dentro de Polonia al comienzo de la guerra pero que ahora pertenece a Bielorrusia.
Bárbara estaba tan cautivada por Chrzanowski que le pidió que se fueran de vacaciones ese mismo verano, junto a sus dos hijos.
Kingston, que en ese momento tenía 9 años, llamó a esas vacaciones “el momento en que todo cambió”.
Al principio el niño estaba asombrado por esta nueva figura paterna.
“Mucho de él era fascinante y extraño”, explicó Kingston.
“En cierto modo lo admiraba y quería ser como él”.
Chrzanowski le dijo a su nueva familia que él estaba trabajando en un aserradero en Slonim cuando comenzó la guerra, hasta que en 1943 los Nazis lo obligaron a trabajar como guardia de seguridad.
Según su relato, había logrado escapar de su país en 1944, después había sido prisionero de guerra y finalmente se había unido a las filas polacas para combatir junto a los Aliados.
No había ninguna razón para dudar de su historia.
Poco después, Chrzanowski se mudó con los Kingston a su casa de Birmingham.
La amenaza en casa
En casa, Chrzanowski le enseñó a su hijastro John a saltar muros con las técnicas de los paracaidistas y le compró una pistola alemana de juguete para que pudiera jugar en los escombros que habían dejado las bombas alemanas durante la guerra en varios puntos de la ciudad.
Pero poco a poco, otro Chrzanowski comenzó a revelarse. Y eso afectó la adolescencia de Kingston de manera profunda, tanto mental como físicamente.
“Fue una pesadilla crecer con él. Era un tipo muy peligroso”, me confesó Kingston.
Chrzanowski tenía un temperamento muy fuerte y traía pedazos de goma flexible del trabajo para azotar a sus hijastros y al perro de la familia.
“Yo estaba cubierto de moretones”, reveló Kingston.
Cuando se iban a dormir, Chrzanowski le contaba historias de guerra. Al principio sonaban entretenidas, pero gradualmente se volvieron siniestras.
Chrzanowski describía eventos horrendos para los oídos de los niños de cuando los nazis habían llegado a Slonim.
Según los recuerdos de Kingston, hablaba de personas que eran torturadas e interrogadas.
“A veces hablaba de bebés a los que agarraban de los tobillos para estrellarlos contra la pared”, dijo.
“Y nos demostraba cómo lo hacían”, añadió.
El hombre les dijo que había visto estas atrocidades a través de unos binoculares, en su rol de guardia de seguridad.
Pero Kingston decía que el modo en que narraba esas historias era tan vívido que parecía que Chrzanowski hubiera cometido esos crímenes.
Todo este entorno hizo que la salud mental de Kingston sufriera bastante mientras vivió con su padrastro y, apenas se hizo adulto joven, lo que más deseó era mudarse a otro sitio.
Por ese entonces también comenzó a cuestionar la historia de su padrastro antes de llegar al Reino Unido: ¿Tal vez Chrzanowski había trabajado para los nazis?
Con el tiempo, Kingston conoció a Sheila, se casaron y se fueron a vivir más al norte de Inglaterra, en la localidad de Holmfirth. Pero su matrimonio atravesaría varias tragedias: cuatro de sus seis hijos murieron jóvenes.
Particularmente la muerte de uno de ellos, a los 17 años y debido a una meningitis, golpeó a John profundamente.
Todo este duelo acumulado lo llevó a un punto donde se vio agobiado por lo que él consideraba era una gran injusticia.
¿Cómo era posible que la única figura paterna que él había tenido hubiese hecho cosas horribles -incluso a niños- y aún así siguiera adelante con su vida?
Pronto descubrió una oportunidad para hacer algo al respecto.
“¿Conocés a un criminal de guerra?”
En marzo de 1988, vio un aviso en un diario de circulación nacional.
El anuncio señalaba que estaban buscando información sobre supuestos criminales que vivieran en Reino Unido y que hubiesen sido responsables de “genocidio y asesinato de personas en Alemania o los territorios que ocuparon los alemanes”, durante la Segunda Guerra Mundial.
El gobierno había iniciado una investigación formal después de que miembros del Centro Simon Wiesenthal, que se encargaba de perseguir nazis prófugos, le dio una lista de sospechosos.
El gobierno de Margaret Thatcher dijo entonces, de acuerdo al experto en seguridad Anthony Glees, que el no haber corroborado los antecedentes de quienes ingresaron a Reino Unido después de la guerra “nos hizo ver como una república bananera”.
Kingston estaba convencido de que Chrzanowski era uno de esos hombres y que no había sido solo “un guardia de seguridad” del edificio administrativo de Slonim, como él sostenía.
Así, le escribió al grupo investigador varias cartas donde transcribió las historias de terror que Chrzanowski le había contado durante su niñez. Y varios agentes de policía fueron a interrogar a su padrastro.
Pero luego no se tomó ninguna acción en su contra por falta de pruebas.
Sin embargo, Chrzanowski ahora sabía que su hijastro sospechaba algo y el interrogatorio de la policía ciertamente lo asustó. Entonces comenzó a solicitar varias visas de viaje a países como Rusia, Polonia y Canadá, donde tenía amigos del tiempo de la guerra y algunos familiares.
Mientras las investigaciones continuaban, tres viejos amigos de Chrzanowski, que habían venido a Reino Unido como él, murieron.
Uno de ellos, sospechoso de ser criminal de guerra y que había escogido a Chrzanowski como padrino de boda, se suicidó.
Convencido de que su padrastro era un criminal, Kingston comenzó su propia investigación.
Y un día, mientras lo visitaba en su casa, logró hacer una copia de todas las fotos del tiempo de la guerra que Chrzanowski guardaba bajo su cama.
Los pozos de la muerte
“Lo conocimos como un carnicero. Eso era lo que hacía: matar gente”, le dijo Alexandra Daletski a la BBC en 1996, mientras observaba una foto de Chrzanowski.
Después de haber compartido sus sospechas con BBC News, Kingston y el entonces periodista de la BBC Jon Silverman estuvieron caminando por las calles tapadas de nieve de Slonim, preguntándole a la gente si reconocían al hombre de la foto.
En ella, Chrzanowski luce el uniforme de la Policía Auxiliar de Bielorrusia, una fuerza civil armada que cumplía órdenes a nombre de los nazis.
La foto estaba fechada, de acuerdo al testimonio de Kingston, en marzo de 1942.
Daletski señaló que su esposo, Jan, había sido una de las 200 personas que Chrzanowski y esta policía local habían arrestado ese año.
Y describió como Chrzanowski -o Stasic, como era conocido en Slonim- le había disparado a Jan después de que este había tratado de huir de una ejecución inminente.
Chrzanowski jamás negó que los nazis lo hubiesen reclutado. Pero siempre afirmó que había sido después de 1943 -tras la masacre de judíos en Slonim- y que su papel había sido el de un simple guardia de seguridad.
Y siempre negó pertenecer a esa fuerza de policía bielorrusa.
Otro testigo en Slonim, Kazimir Adamovich, diácono de la iglesia local, señaló que había visto desde su granja cómo Chrzanowski le disparaba a 50 personas durante tres días.
Adamovich dijo que matar ponía de buen humor a Chrzanowski. Y añadió que le había escuchado decir que le resultaba “tan fácil como escupir”.
Estos testimonios sugerían que Chrzanowski había estado presente en las masacres de Slonim, donde decenas de miles de judíos y otros habitantes de la zona fueron asesinados.
Estas matanzas masivas comenzaron hacia mediados de 1941, como parte del plan de la Alemania nazi de exterminar a la población judía.
Hombres, mujeres y niños fueron llevados a los bosques más cercanos, donde les ordenaban que se quitaran la ropa y después le disparaban.
Sus cuerpos caían sobre los cadáveres de otros que ya se encontraban en las “fosas de la muerte” que se habían cavado para este plan.
Kingsman y el equipo de la BBC también descubrieron más datos que refutaban la historia original de Chrzanowski.
Entre ellos, que no había escapado de los nazis para unirse directamente a las milicias polacas.
Al contrario, mientras huía de Slonim cuando los alemanes comenzaron su retirada en junio de 1944 -y los rusos llegaban por el otro lado-, había sido arrastrado junto a otros colaboradores hacia el este de Francia para luchar en las unidades de combate alemanas.
Mientras la defensa alemana se desmoronaba, Chrzanowski fue tomado prisionero de guerra. Recién allí fue que cambió de bando y se unió a las fuerzas polacas.
De nuevo en Reino Unido, Kingston y la BBC se acercaron a entrevistar a Chrzanowski.
Durante una corta confrontación -después de su viaje semanal a la iglesia-, Chrzanowski comenzó a negarlo todo a los gritos y amenazó con llamar a la policía.
Esa fue la última vez que Kingston y Chrzanowski hablaron.
A la luz de la evidencia que había conseguido la BBC, detectives de la policía interrogaron de nuevo a Chrzanowski. Pero el Servicio de Acusación de la Corona (CPS) concluyó que no había “suficiente evidencia” para presentar cargos.
“Fue muy deprimente. Scotland Yard cerró de repente todas las opciones”, me dijo Kingston.
Él entonces decidió dejar la investigación. Su padrastro, creyó, se había salido con la suya.
Y no fue sino hasta cuando nos reunimos de nuevo -20 años después- que vio otra oportunidad de llevar a Chrzanowski ante la justicia.
El viejo caso
Mi trabajo con BBC Radio se centra en la localidad de Shropshire, en el centro de Reino Unido. Y Chrzanowski vivía por mi zona.
Hace unos cinco años leí varias noticias de alemanes ancianos que estaban siendo juzgados por supuestos crímenes de guerra cometidos unos 70 años antes.
Recordé la historia de Chrzanowski de los años 90 y me contacté con Kingston. Él estuvo de acuerdo con que comenzara mi propia investigación sobre su padrastro.
Ahora Chrzanowski tenía unos 90 años y Kingston, alrededor de 70.
Con este fin logré convencer a Stephen Ankier, un experimentado investigador sobre el nazismo, para que me ayudara.
Stanislaw “Stan” Chrzanowski fue uno de los cientos de nombres reportados a la policía de Reino Unido cuando se hizo el pedido público de sospechosos de crímenes de guerra en 1988.
Pero al final solo un hombre fue condenado.
Anthony Sawoniuk, un recolector de boletos de tren jubilado del British Rail, fue condenado en 1999 por el asesinato de judíos.
Murió en prisión, cuando cumplía una condena de doble cadena perpetua.
Como Chrzanowski, Sawoniuk había sido miembro de la Policía Auxiliar de Bielorrusia, de las Waffen-SS alemanas y luego de las fuerzas polacas que lucharon junto a los Aliados.
De acuerdo al historiador Martin Dean, quien trabajó en la Unidad de Crímenes de Guerra de Scotland Yard, unos 50.000 colaboradores nazis lograron infiltrarse en las fuerzas polacas en los últimos tramos de la Segunda Guerra Mundial.
Y cerca de un tercio de ellos recalaron en Reino Unido tras el fin del conflicto.
“Habían tenido diferentes grados de relación con los nazis. Pero algunos eran policías locales de lugares como Bielorrusia”, señaló.
A través de algunas fuentes en Bielorrusia, Ankier logró obtener documentos de la agencia de inteligencia rusa, la KGB, con una lista de algunos de los exmiembros de la Policía Auxiliar bielorrusa que habían trabajado en Slonim durante la guerra.
Y el nombre de Chrzanowski y su fecha de nacimiento 7862824071. Lo que probaba que había mentido sobre su verdadero trabajo durante el conflicto.
La lista también nos ayudó a rastrear a otros sospechosos que habían estado en Slonim y ahora vivían en varias partes de Reino Unido.
Y confirmó nombres que Chrzanowski había mencionado a su hijastro John lo largo de los años.
En total, más de 30 sospechosos de haber colaborado con los nazis en Slonim se habían instalado en Inglaterra y Gales después de la guerra. Pero de acuerdo al historiador, la mayoría de ellos están muertos.
Entonces, al saber del trabajo que estábamos adelantando, nos contactaron los ‘cazadores de nazis’ de la unidad especial alemana de crímenes de guerra.
Basados en los poderosos testimonios reunidos por Kingston y la BBC, en 1996, el fiscal Thomas Will nos dijo que consideraría armar un caso en contra de Chrzanowski, utilizando la evidencia que había sido rechazada previamente por la CPS.
Y el Tribunal Federal de Justicia de Alemania dictaminó que los procedimientos contra Chrzanowski podían continuar, a pesar de que ni él ni sus víctimas eran alemanes y sus presuntos delitos habían ocurrido en Bielorrusia.
“Debido a que trabajaba para una unidad alemana, podría verse como un crimen alemán”, dijo Will.
Los investigadores estaban llevando la ley alemana hasta el límite. Y tenían poderes legales mayores que los que inicialmente tuvieron para los juicios de Nüremberg (donde se juzgó a los líderes nazis tras el fin de la guerra).
Y en un caso que se convertiría en un punto de referencia, Chrzanowski sería el primer ciudadano británico en ser investigado por Alemania por presuntos crímenes de guerra.
Los fiscales centraron el caso en la sospecha de que había ejecutado a más de 30 civiles en Slonim en 1942.
Pero en octubre de 2017 -mientras la policía alemana esperaba la autorización para realizar un operativo en su casa- Chrzanowski murió, a los 96 años.
Quienes lo conocieron en la ciudad de Telford recuerdan que solía repartir las frutas que sembraba en su huerto en la puerta de las casas de sus vecinos. Otros recordaron su temperamento fuerte e impredecible.
Para ese momento, Bárbara estaba separada de Chrzanowski. Su ex mujer lo describió como un hombre “brutal” que había amenazado con matarla.
Pero también dijo que nunca había registrado el abuso que había sufrido su hijo.
La investigación hecha por los alemanes le trajo gran alivio a Kingston. Pero menos de seis meses después, él murió. Nunca me contó que le habían diagnosticado leucemia.
Su muerte, sin embargo, fue seguida de un carta, que me llegó de la nada unos meses después, en la que me daba permiso para utilizar toda la evidencia que él tenía recopilada.
Me pregunté si encontraría algo en esas carpetas que pudiera ofrecer una nueva perspectiva sobre Chrzanowski y otros colaboradores nazis.
Y luego, mientras trepaba a su ático, encontré las grabaciones de audio de Chrzanowski, en un casete rotulado “Crímenes de guerra”.
Los audios
Kingston grabó sus conversaciones con Chrzanowski durante varios meses en 1994, con la idea de colaborar con un periodista de un tabloide que tenía la intención de exponerlo.
El artículo fue publicado, la policía habló de nuevo con Chrzanowski. Pero nada pasó.
De acuerdo a Kingston, Chrzanowski no se había autoincriminado en las grabaciones.
Cuando las escuché, sin embargo, me llamó la atención un trozo de la conversación.
Escuché que Chrzanowski hablaba de un “secreto inglés” que él no debía revelar.
Sus palabras -en un inglés rústico y en oraciones plagadas de errores gramaticales- eran difíciles de comprender.
Pero Chrzanowski parecía explicarle a Kingston que las autoridades de Reino Unido le habían pedido que se quedara callado.
“Ellos no quieren esta publicidad. Están esperando que todos muramos”.
“Toma el secreto, guárdalo contigo todo el tiempo, tal vez incluso hasta la muerte”, se escuchaba decir a Chrzanowski.
¿Qué era ese secreto? Un pequeño fragmento de una filmación hecha una década después de la guerra nos iba a dar la respuesta.
El rostro entre la multitud
Miré cientos de archivos fílmicos para ver si podía detectar el rostro de Chrzanowski, aunque fuera por un segundo, en lugares que sabíamos que él había visitado.
Fue un trabajo arduo, pero lo logré.
Su imagen apareció no en grabaciones de la Segunda Guerra Mundial sino en un lote de material noticioso de Estados Unidos de marzo de 1954, ocho años después de su llegada a Reino Unido.
La película muestra el campo de tránsito de Marienfelde, en Berlín Occidental, el lugar por el que durante la Guerra Fría millones de personas pasaron de la Berlín Oriental comunista a la capitalista Berlín Occidental.
El narrador estadounidense se refiere a la escena diciendo que miles de refugiados huyen de la “tiranía roja” en Europa del Este.
Y de repente, aparece Chrzanowski, con un sobretodo, caminando por el hall de entrada del lugar.
Por un segundo, mira directo a la cámara.
Para estar seguro de que era él, consulté a un experto en mapas faciales, Hassam Ugail, de la Universidad de Bradford.
Ugail usó un software que comparó viejas fotografías de Chrzanowski con el hombre que estaba en el filme.
“Definitivamente es él”, señaló.
Chrzanowski le había dicho varias veces a Kingston que él nunca había abandonado el país desde su llegada en 1946. Y Ankier descubrió que le había dicho lo mismo a la policía en 1961, cuando solicitó la ciudadanía británica.
Y eso no fue todo: en una secuencia sin editar de este filme de Marienfelde, logramos reconocer a otros cuatro hombres que estaban en la colección de fotos de Chrzanowski.
Dos de ellos fueron fotografiados con Chrzanowski en Slonim durante la ocupación alemana. En las otras fotos, los hombres llevaban uniformes militares, tal vez de cuando lucharon junto a los Aliados al final de la guerra.
El software busca similitudes faciales. Cualquier valor superior al 70% se considera una coincidencia precisa. Los exámenes de Chrzanowski y los otros cuatro estuvieron por encima de esa cifra.
Por razones legales, no podemos mostrar las fotos de los otros cuatro hombres o identificarlos. Pero las investigaciones continúan con la idea de confirmar sus nombres.
Pero, la pregunta que sí podemos hacernos es: ¿qué estaban haciendo estos cinco hombres, que claramente se conocían desde antes, en Berlín durante la Guerra Fría?
El mismo campo de refugiados de Marienfelde podría tener la clave.
Este complejo fue un refugio para personas que buscaban una mejor vida en Occidente.
Pero también fue un nido de espías: los refugiados que venían del Este eran una muy útil fuente de datos.
“La inteligencias británica, estadounidense y francesa querían aprender todo lo que pudieran sobre las fuerzas soviéticas y sobre Alemania Oriental”, dice Keith Allen, del Instituto de Historia Contemporánea de Alemania.
Cuando les presentamos nuestra evidencia sobre Chrzanowski y sus compañeros a tres expertos en temas de seguridad e inteligencia, nos dijeron que la evidencia podía apuntar a que él había operado como espía para Reino Unido.
Las habilidades lingüísticas de Chrzanowski -hablaba ruso, alemán y polaco- podrían haber sido útiles en el objetivo de reunir información sobre las ambiciones nucleares soviéticas, señala el investigador Steve Vogel.
“Oficiales de inteligencia estadounidenses y británicos entrevistaron a científicos alemanes que habían sido llevados a trabajar a la Unión Soviética”, recalcó.
Chrzanowski había aprendido a manejar la radio en el ejército polaco al final de la guerra.
Y el historiador Stephen Dorril señala que otras personas como él fueron enviadas a Europa del Este para instalar redes de inteligencia.
“Esto es exactamente lo que estaba haciendo el MI6: sabemos que capacitaron a la gente”, afirma Dorril y enfatiza que los servicios de seguridad británicos deberían saber sobre el pasado de Chrzanowski con la Policía Auxiliar de Bielorrusia y las Waffen-SS nazi.
“Ha habido un encubrimiento a largo plazo. Algunas de estas personas tenían antecedentes realmente espantosos”, aclara.
El profesor Anthony Glees, de la Universidad de Buckingham, le dijo a la BBC que los servicios de seguridad británicos habían destruido cerca de 110.000 archivos a finales de los años 80 y comienzos de los 90, en los que “casi con certeza” se incluían detalles de los colaboradores extranjeros del régimen nazi que habían trabajado luego para la inteligencia británica.
Quisimos conocer la versión del gobierno sobre este hecho, pero no recibimos respuesta a nuestra solicitud.
La destrucción de los documentos fue un “encubrimiento de doble golpe”, afirma Gless.
No solo fue una forma de mantener en secreto las ayudas que dieron los colaboradores nazis al gobierno británico, sino que sus crímenes de guerra también quedaron encubiertos.
De acuerdo a Glees, si trabajaron de forma secreta para el gobierno de Reino Unido, Chrzanowski y los otros debieron ser protegidos de las acusaciones que pesaban sobre ellos por sus acciones durante la Segunda Guerra.
“El incentivo fue que no habría ningún enjuiciamiento: era su pasaporte a la libertad”, explicó Glees.
“Si habías sido una mala persona [en la guerra] y temías lo que te pudiese pasar, cuanto más ofrecieses [a los servicios de inteligencia], más seguro ibas a estar”, concluye.
¿Podría esto explicar por qué solo hubo un juicio por crímenes de guerra después del llamado de 1988 para que la gente entregara nombres de sospechosos?
El profesor Glees, el historiador Dorril y otros instan al gobierno de Reino Unido a imitar lo que hizo la Central de Inteligencia de EE.UU. (CIA) y liberar los archivos restantes relacionados con individuos como Chrzanowski.
Pero no todas las personas con las que hablamos estuvieron de acuerdo en que Chrzanowski podría haber sido un espía.
El historiador experto en la Guerra Fría Paul Maddrell nos dijo que no vio “evidencia de ninguna conexión entre [Chrzanowski] y alguna agencia de inteligencia”.
En un comunicado, el Ministerio del Interior repitió lo que le habían dicho a Kingston en la década de 1990: que el CPS había revisado el caso de Chrzanowski en su momento, pero había considerado que no existían pruebas suficientes para proceder.
La Policía Metropolitana también nos dijo que el caso no había “cumplido con el acerbo probatorio”.
Líderes de la comunidad judía han descrito las nuevas pruebas contra Chrzanowski como “horribles y aterradoras”.
Si él y otros trabajaron para la inteligencia británica, esto es “una insignia de vergüenza para Reino Unido” y una “doble traición” para las víctimas de la guerra, señala Efraim Zuroff, del Centro Simon Wiesenthal, quien envió la lista de sospechosos nazis al gobierno de Thatcher en 1986.
“Tantas de estas personas deberían, y podrían, haber sido llevadas ante la justicia”, reclama Zuroff.
“Es triste que una de las mejores democracias del mundo no haya podido enjuiciarlas”.
La presidenta de la Junta de Representantes de los Judíos Británicos, Marie van der Zyl, señala que parece tratarse de un “gran encubrimiento” y ahora está pidiendo una investigación pública.
El parlamentario conservador Robert Halfon, que es judío, planea llamar al comité de seguridad parlamentario para investigar si hubo criminales de guerra del nazismos en Reino Unido “que terminaron trabajando para la inteligencia británica o cualquier otro órgano del estado”.
Antes de su muerte, John Kingston me dijo que estaba arrepentido de haber dedicado gran parte de su vida a desenmascarar a su padrastro, pero estaba aliviado de que sus sospechas fuesen ciertas.
Recordó el alarde de arrogancia que hizo Chrzanowski -después de ser interrogado por la policía en los 90-, diciendo que tenía la capacidad de convencer a cualquiera de que él era inocente.
“Recuerdo que dijo ‘Esas personas están enterradas [en Slonim], están enterrados y aplastados. Y yo aquí estoy viviendo mi vida, ¿de qué lado está Dios?’”, señaló Kingston.
“Y para mí fue la cosa más espantosa que escuché jamás”.
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