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Cuando el mundo se apresta a entrar en el tercer año de pandemia, la amenaza del Covid-19, con su cortejo de vacunas, reglas sanitarias, confinamientos más o menos rigurosos, provacunas y antivacunas, teorías complotistas y expertos tranquilizadores contra especialistas alarmistas, parece haberse transformado en una historia sin fin. ¿Acaso será esta la nueva normalidad? ¿Es posible creer que otra vida –parecida a la que perdimos en 2019– podría regresar en 2022?
Para responder a esos interrogantes habría que recurrir a una improbable bola de cristal. Sin embargo, la historia demuestra que las pandemias no desaparecen de la noche a la mañana, como por arte de magia: se van extinguiendo poco a poco. Cambian de naturaleza, pierden fuerza y, con un poco de disciplina por parte de los seres humanos, terminan convirtiéndose en simples endemias, como la gripe.
En principio eso es una buena noticia, aunque la vida ya no vuelva a ser la de antes. El problema es que, en el corto plazo, cuando algunos gobiernos parecen entrar en pánico ante un frente sanitario que no se despeja, entre alertas, distensión y directivas contradictorias, la fatiga de la gente se acumula y los efectos psicológicos se profundizan.
Para empeorar las cosas, este fin de año se agregó ómicron, que avanza a la velocidad del rayo obligando a los responsables políticos a tomar nuevas medidas de control. Sin embargo, –y felizmente–, los últimos estudios en Sudáfrica muestran que la nueva variante es menos agresiva que las precedentes. Al mismo tiempo, gracias a una cobertura de vacunación cada vez más importante, la actual explosión récord de casos no satura los hospitales como sucedió con la primera ola de Covid-19.
Pero nada parece definitivo en este nuevo mundo. Así, mientras muchos gobiernos lanzan masivas campañas de dosis de refuerzo, el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, advierte que no se puede contar con que “solo la multiplicación de dosis” permitirá al planeta dejar atrás la pandemia y augura “un durísimo invierno 2022″.
Las vacunas y los tratamientos que vienen
La nota optimista llegó casi al mismo tiempo con Maria Van Kerkhove, epidemióloga líder en la misma organización, para quien el mundo cuenta con los instrumentos necesarios para vencer al Covid-19: “Si los utilizamos correctamente, podremos vencer el virus en 2022″, insiste.
Según la mayoría de los consejos científicos europeos, durante los tres primeros meses de 2022 las variantes ómicron y delta deberían instalarse durablemente en los hospitales para comenzar a desaparecer en marzo, con la llegada de la primavera (boreal). Es justamente en ese momento cuando la noción de “inmunidad colectiva” comenzará a hacerse sentir.
“Cada una de las nuevas olas de Covid se acompaña de una inmunización mayor de la población, ya sea por infección natural como a través de los programas de refuerzo de vacunación. Así se construye nuestra inmunidad individual y colectiva”, precisa el equipo de consejeros científicos del presidente francés Emmanuel Macron. Ese proceso debería repetirse en el hemisferio sur con la llegada del invierno, según los especialistas.
“De ahí que la aplicación lo antes posible de la tercera dosis de vacuna sea tan importante. Es una forma de detener el avance de ómicron”, explica el doctor Antoine Flahault, director del Instituto de Salud Global en la facultad de Medicina de Ginebra.
El objetivo, en todo caso, habrá dejado de ser el de eliminar el virus, que continuará circulando, para concentrarse en sus formas más graves. De este modo, el impacto social será “cada vez menos importante” y las dosis de refuerzo “podrían concentrarse en las personas más frágiles”, según el diagnóstico de Flahault.
Para los próximos meses, los científicos también prevén el desarrollo de nuevas vacunas específicamente dirigidas contra las variantes surgidas. Administradas en dosis de refuerzo, cuando termine septiembre de 2022, mejorarán la calidad y el perímetro de la respuesta inmunitaria, cubriendo un número cada vez mayor de nuevas cepas, estiman los expertos.
A esas armas, y a partir del primer trimestre de 2022, deberían sumarse tratamientos más eficaces y fáciles de utilizar. Sobre todo antivirales administrados por vía oral. Por ejemplo, el Paxlovid, un inhibidor de proteasas de Pfizer.
De todos modos, mejor no hacerse demasiadas ilusiones: 2022 se parecerá mucho a 2021. De la mano de las estaciones, el virus seguirá estallando aquí y allá —en particular en las regiones con escasa vacunación— y nuevas variantes continuarán amenazando nuestra cotidianeidad. Los hisopados, los viajes anulados a último momento y las eventuales medidas de restricción seguirán siendo el pan nuestro de cada día.
Seguridad colectiva
Por esa razón, los expertos coinciden en la necesidad de un adecuado nivel de vacunación planetaria. “Los países ricos deben hacer un esfuerzo colectivo para ayudar a los menos opulentos”, repite una y otra vez la OMS. “Es la única forma de evitar, no solo el impacto del Covid en los más débiles y desprotegidos, sino la aparición constante de nuevas variantes”, subraya, por su parte, Anthony Fauci, jefe del equipo de consejeros en Salud Pública del presidente Joe Biden.
En otras palabras, como afirma el doctor Ghebreyesus, “nadie estará seguro hasta que todos lo estén”. Desde hace un año, 8500 millones de dosis fueron administradas y la producción mundial de vacunas debería alcanzar los 24.000 millones en junio próximo. Teóricamente, suficientes para inmunizar a la población mundial.
No obstante, cuando decenas de países ya lanzaron programas de refuerzo o comenzaron la vacunación de niños, otros tienen enormes dificultades para despegar, incluso para vacunar a su personal médico y a la gente más vulnerable. La desigualdad ante la inmunización -67% de la población vacunada en los países ricos y alrededor de 10% en las naciones pobres- es para la OMS uno de los principales obstáculos para terminar con la pandemia.
“Mientras el virus sigue circulando, muta y puede dar origen a una variante todavía más contagiosa y más peligrosa”, asegura el virólogo francés Bruno Lina. “La mejor prueba es ómicron, -ejemplifica Michael Ryan, responsable de urgencias en la OMS- el virus aprovechó la oportunidad de evolucionar en África austral, donde la tasa de vacunación es extremadamente débil”.
Aviso a los egoístas: ayudar a los países pobres no es una cuestión de generosidad, sino de seguridad colectiva.
Redefiniendo al prójimo
Pero si bien en el terreno científico 2022 parece presentarse con buenos augurios, tal vez no se pueda decir lo mismo de los efectos emocionales de esta interminable pandemia. Visto a la distancia, parecería que el prójimo da más miedo que antes. Tal vez porque en dos años hemos perdido la costumbre de sentarnos juntos en una mesa a tomar un café y hablar respetuosamente. En todo caso, cada vez es más frecuente la curiosa sensación de que nuestros allegados han dejado de ser los mismos.
Terapeuta especializada en familia, la francesa Marie Labarrière hizo esa constatación con sus pacientes. “Muchos pueden hoy decir ‘no’ a obligaciones sociales, rechazar reuniones familiares a las que se plegaban antes porque no se animaban a negarse. La gente se da cuenta de que toleraba situaciones que no la convencían y que es posible hacer otras cosas. Obviamente, ese rechazo puede sorprender al entorno”, explica.
En otras palabras, 2022 no inventó al tío racista. Pero la nueva época considera aceptable no querer compartir una cena con él.
Es, sin dudas, una consecuencia poco atendida de la nueva normalidad: evitar allegados se ha vuelto socialmente aceptable. “Ese movimiento ya estaba en marcha desde hace unos años”, observa el psicólogo estadounidense Joshua Coleman, que acaba de publicar Rules of Estrangement en su país, un libro dedicado a aquellos que toman distancia de sus familias.
A su juicio, hoy se filtra el mundo entre “personas tóxicas” y “aquellas que nos hacen bien”. Las del primer grupo deben ser evitadas con el argumento de que “hay que pensar en uno mismo”, escribe. Eso explica por qué la gente dice ahora que sus amigos son “como una familia”.
En resumen, dos años de pandemia nos encerraron en nuestras propias burbujas, donde los veganos se cruzaron mucho menos con los carnívoros, mientras las redes sociales reforzaron la convicción de que lo único que importa somos nosotros mismos.
“Las redes no son las indicadas para reconectarnos con el mundo. Porque simplifican y deshumanizan”, afirma la psiquiatra comportamentalista Aurélia Schneider.
A fuerza de frecuentar Twitter e Instagram, entre otras, la gente adopta las mismas prácticas. Cree que es posible poner en modo mute o unfollow al prójimo, sean amigos, padres o colegas.
“En noviembre, siete de cada diez franceses estimaba que ya no es posible debatir serenamente e incluso simplemente debatir”, anunciaba el Barómetro de Territorios Elabe-Instituto Montaigne. “Solo el 34% consideraba que lo que los reúne es más fuerte que lo que los divide”, subraya el estudio.
Después de dos años de incertidumbre, a merced de los vaivenes de una montaña rusa, el otro gran desafío será volver a aprender a vivir juntos. Cambiar de perspectiva y renovar las ideas es un trabajo de muchos: para poder ver matices, son necesarios cerebros capaces de conectarse con otros cerebros.
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