“El mundo necesita recordar el mensaje de la muerte de mi hijo”
En una entrevista con LA NACION, el padre de Aylan Kurdi, el chico ahogado en la costas turcas en 2015, reflexionó sobre la imparable crisis de los refugiados, ahora en Afganistán
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Frente a las imágenes de esta semana de familias enteras que huyen de la guerra, ahora tratando de subirse a los aviones en Afganistán, el papá de Aylan Kurdi, el chico de dos años que murió ahogado en las costas turcas en 2015, reflexionó con dolor a LA NACION: “El mundo necesita recordar el mensaje de la muerte de mi hijo”.
“La imagen boca abajo sobre la arena de Alan -la familia usa el nombre sirio del pequeño, en vez del turco Aylan-, fue un llamado de atención. Tocó el corazón de millones de personas. Incluso vi a líderes políticos con lágrimas en los ojos que comenzaron a abrir las fronteras de sus países a los refugiados y los ayudaron. Pero eso solo duró un año o dos y después se olvidaron. Sin embargo, el sufrimiento de los refugiados continúa y empeora”, dijo Abdullah Kurdi, de 45 años, en una entrevista con LA NACION, desde Irak.
Tras la muerte de su esposa Rihanna, que tenía 27 años, y de sus hijos Ghalib, de 4 años, y Aylan, Abdullah recibió ofrecimientos de varios países occidentales para emigrar, pero prefirió quedarse en la zona kurda iraquí, en Erbil, “cerca de donde están enterrados mis muertos”.
Seis años después del hundimiento del bote inflable con el cual la familia quería cruzar los diez kilómetros que separan la costa turca de Bodrum de la isla griega de Kos, la vida de Abdullah cambió por completo y también la de su hermana mayor, Tima, que buscaba patrocinar el ingreso de la familia a Canadá.
Ante las muestras de solidaridad que recibió la familia, especialmente en los primeros años, los dos decidieron canalizar esa ayuda en beneficio de los refugiados. Así crearon la Kurdi Foundation, ella escribió el libro The boy on the beach -”El niño en la playa”, traducido a varios idiomas pero aún no al español-, y los ingresos son destinados a la fundación que provee alimentos, ropa y medicamentos a varios campos de refugiados. “Tenemos la esperanza de que otras familias no sufran la misma tragedia”, contó Tima a LA NACION, desde Vancouver, Canadá, adonde había emigrado en 1992.
“Mis hijos Alan y Ghalib nacieron y murieron durante la guerra en Siria, y la guerra todavía sigue. Ellos pasaron por esta vida sin saber lo que es la paz. Conocieron en cambio el hambre y también la enfermedad, porque Ghalib tenía muchos problemas en la piel. Yo no podía trabajar normalmente y darles lo que necesitaban. Por eso, comprendo a estos chicos que viven en los campos de refugiados. El objetivo de mi vida ahora es ayudarlos para que al menos el futuro de ellos sea diferente”, dijo Abdullah.
En efecto, desde que ocurrió la tragedia de la familia Kurdi hasta ahora, el número de refugiados y desplazados en el planeta aumentó en un 35% hasta llegar a 82,4 millones en la actualidad, mientras que la población mundial sólo se incrementó un 7%, según datos de la ONU.
En Erbil, Abdullah alterna su trabajo en la Fundación, con su oficio de peluquero y su nueva familia. “Doy gracias a Dios en todo momento. Aunque estoy vivo, en el fondo estoy muerto. Pero la vida sigue. Y Dios me regaló un nuevo hijo, que ya tiene un año y medio. Él es ahora mi vida y el que me ayuda a mantenerme vivo”, dijo Abdullah.
Tanto para Abdullah como para Tima, en Canadá, se arremolinan los recuerdos de lo que ocurrió en 2015. “Yo no quería irme de Kobane, Siria, donde vivíamos. Pero por la guerra ya no había electricidad, alimentos ni medicamentos, y los combates eran constantes. Nos vimos obligados entonces a cruzar a pie a Turquía, con nuestros chicos pequeños. Mi primera idea ir a Canadá, patrocinado por mi hermana, pero me pedían status de refugiado en Turquía, algo que yo no tenía. Por eso pensamos que era mejor tratar de llegar a Alemania, a través de Grecia”, recordó Abdullah.
La tragedia ocurrió en la oscuridad de la madrugada del 2 de septiembre, a unos 500 metros de la playa, en un bote inflable para 8 personas en el que viajaban 16, incluyendo Abdullah, su esposa y sus hijos.
A los pocos minutos de zarpar, según el recuerdo de Abdullah, “las olas eran tan altas que el piloto entró en pánico y abandonó el bote, y luego la nave capotó y se desinfló”.
En el medio de la oscuridad, la confusión y el griterío, Abdullah buscó a su familia en el agua. Pero fue en vano. Llegó entonces a nado a la costa con la esperanza de que su familia hubiera podido mantenerse a flote. Allí lo rescataron y lo llevaron a un hospital.
Del otro lado del Atlántico, Tima sabía que esa noche la familia iba a intentar por tercera vez el cruce y se despertó sobresaltada en la madrugada.
“Miré mi celular y tenía montones de llamadas perdidas y mensajes de textos de toda mi familia desde distintos lugares del mundo. Me agarró pánico y no sabía a quién llamar. No puedo olvidarme ese momento. Lo primero que hice fue comunicarme con una cuñada en Damasco, pero la conexión era muy mala y solo le entendía ‘Abdullah, Abdullah’. Empecé a los gritos, con lo que desperté a mi esposo y mi hijo. Ellos tomaron el teléfono y llamaron a mi hermana en Turquía, pero no nos decía nada. Solo lloraba. Yo le pregunté por qué lloraba. Y finalmente me dijo: ‘Abdullah está en un hospital en Turquía y Rihanna y los chicos están muertos’”, recordó Tima.
La historia de los Kurdi hubiera sido una más entre las de los 4000 refugiados que se ahogaron en el Mar Mediterráneo ese año, si no fuera por la fotógrafa turca Nilüfer Demir, de la agencia Dogan, que esa mañana fue a reportar el hallazgo de varios cadáveres en las playas de Bodrum.
Alan no fue el único chico ahogado esa madrugada. De hecho, Demir describió la escena como “un cementerio de niños”. El cuerpo de Ghalib y el de su madre estaban a pocos metros del de Alan. Pero la imagen del pequeño sirio, con su carita aplastada contra la arena, todavía vestido con remera roja, pantaloncito corto azul y sus zapatillas puestas, causó conmoción mundial. Parecía un bebé que dormía plácidamente. Solo el contexto daba cuenta del espanto.
“Es como que Dios hizo brillar su luz sobre esa foto de Alan para dar un mensaje al mundo y despertarlo, para decirnos a todos ‘basta es basta’”, dijo Abdullah.
“Yo soy solo una peluquera y es muy poco lo que puedo hacer. Pero la muerte de mis sobrinos y mi cuñada me dio la posibilidad de hacer oír la voz de los refugiados”, contó Tima.
“Cuando me recibió el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, me dijo: ‘Yo no puedo abrir las puertas de mi país y que entren millones de refugiados’. Pero le contesté que no era eso lo que le estaba pidiendo. Nuestro reclamo es que los gobiernos ayuden a los refugiados allí donde estén. Ya sea en sus países de origen, para que no se vean obligados a huir, o en los campos. Pero no nos podemos desentender del sufrimiento humano”, señaló Tima. “Nuestro reclamo es que la muerte de Alan y de tantos otros chicos refugiados no siga siendo en vano”, concluyó.
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