El mundo árabe, dividido sobre cómo actuar en Gaza una vez que termine la guerra entre Israel y Hamas
Los países de la región evalúan con cautela los próximos pasos, con distintas posturas entre los moderados y los más hostiles con el Estado hebreo
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PARÍS.- Detrás de la sangre y la pólvora de la nueva tragedia entre israelíes y palestinos tras el ataque múltiple de Hamas del 7 de octubre, un nuevo mosaico político comienza a tomar forma en el mundo árabe-musulmán. El electroshock provocado por esa explosión de violencia abrió, paradójicamente, la perspectiva de una recomposición estratégica entre los moderados y otro grupo de países intransigentes cada vez más hostiles a una détente con Israel.
Esa unidad simulada y las divisiones –más visibles– quedaron en evidencia en la cumbre conjunta de la Liga Árabe y la Organización de Cooperación Islámica (OCI) que se reunió bajo el auspicio del príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed ben Salman, conocido por sus siglas MBS. El cónclave inédito de Riad entre los 31 jefes Estado de esas dos organizaciones rivales permitió justificar la presencia de Irán, país de origen persa (no árabe), pero fuerte baluarte musulmán.
La declaración final de hace una semana, que condenó en forma unánime “la agresión israelí en la Franja de Gaza, los crímenes de guerra y las masacres bárbaras e inhumanas perpetradas por el gobierno de ocupación”, no alcanzó a disimular la profunda fractura que abrió este nuevo conflicto en las principales líneas de fuerza que pugnan en el complejo tablero geopolítico de Medio Oriente.
El otro interés compartido por los líderes políticos de esos países que totalizan una población 1800 millones de fieles era evitar la explosión de una nueva “primavera árabe”, similar a la ola de protestas que estremeció la media luna islámica entre 2010 y 2012.
Una movilización en cadena de los pueblos árabes indignados por la situación en Gaza podría amenazar la estabilidad de los regímenes débiles de la región. Prueba de esa inquietud fue la declaración formulada en víspera de la cumbre por el responsable de asuntos religiosos de la gran mezquita de La Meca: “Los pueblos musulmanes no deben inmiscuirse en lo que ocurre en Gaza […] y deben dejar actuar a sus dirigentes”. Pero los líderes políticos árabes que se alternaron en el poder en los últimos 75 años –todos sin excepción– solo acordaron un interés formal a la causa palestina.
La crisis actual, como demostró la cumbre de Riad, no es una excepción. Ninguno de los dos primeros países que reconocieron a Israel y firmaron la paz (Egipto y Jordania) ni los cuatro signatarios de los Acuerdos de Abraham (Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos) parecen dispuestos a dar marcha atrás en ese proceso.
Los firmantes de los Acuerdos de Abraham rechazaron el proyecto de Argelia y el Líbano, partidarios de aplicar un plan de sanciones económicas contra Israel, incluyendo un boicot petrolero.
El Egipto del presidente Abdel Fattah al-Sisi, que controla el puesto fronterizo de Rafah –última puerta de salida al sur de Gaza– retomó su papel tradicional de mediador. Pero su único interés consiste en evitar que el conflicto desborde sobre su territorio y provoque el éxodo de dos millones de gazatíes hacia nuevos campamentos de refugiados en el Sinaí, como ocurrió después de 1973 en el sur del Líbano.
Jordania, que desde 1948 tiene 60% de su población compuesta por refugiados palestinos, tampoco quiere recibir una nueva ola de emigrantes. Esos dos países, por lo demás, son tributarios de Estados unidos, que les acuerda más de 1000 millones de dólares de ayuda militar cada año para combatir a un enemigo inexistente. Ninguno de esos países quiere, por otra parte, reemplazar a Gaza como nueva plaza fuerte de Hamas, como hizo Hezbollah, que después de la guerra de 1982 tomó el control total del sur del Líbano y “privatizó” una amplia región del sur de Siria cerca de Homs y Qalamoun.
Israel no lo permitiría porque quedaría virtualmente cercado por los grupos terroristas del Eje de la Resistencia de inspiración chiita que dirige y financia parcialmente Irán.
El último enemigo real que le queda a Israel en la región es precisamente Irán, que conserva una fuerte influencia en el Líbano y el sur de Siria a través del Hezbollah, mantiene buenas relaciones con Qatar, inspira los grupos hutíes de Yemen y controla las milicias chiitas Hashd al-Shaabi en Irak, que lucharon contra la expansión de Estado Islámico (EI). Irán además tiene las fuerzas armadas más importantes del mundo musulmán (con un Ejército de 420.000 hombres y 300.000 paramilitares), un numeroso arsenal misilístico –que incluye 25 a 100 misiles Shahab-3 con un alcance de 2000 kilómetros– y está en proceso acelerado de fabricar su primera bomba nuclear.
Apenas concluido un acercamiento con su enemigo histórico, Irán, obtenido gracias a la mediación china, la guerra en Gaza obligó a Arabia Saudita a congelar su proyecto de firmar los Acuerdos de Abraham con la intención de utilizar esta crisis para impulsar la ambición de MBS de convertirse en líder de los países árabes.
“La causa palestina se transformó casi en un tema de política interna para MBS”, estima Fatiha Dazi-Héni, especialista del Golfo en el Instituto de Investigaciones Estratégicas de la Escuela Militar de Francia (IRSEM).
Con el apoyo de Emiratos Árabes Unidos, la corona saudita intenta reactivar el plan de paz árabe, esbozado en 2002 por el emir Abdallah antes de acceder al trono, que condiciona la normalización de sus relaciones con Israel al establecimiento de un Estado Palestino. El principal obstáculo, por ahora, es el primer ministro Benjamin Netanyahu y el bloque de ultraderecha que lo sostiene en el poder. Pero es cierto que esta nueva guerra despiadada confirmó, como sospechaban los acuerdos de Oslo, que la llamada “solución de los dos Estados” es la única posible. Esta vez, es ahora o nunca más.
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