El mundo árabe, atento a Egipto
Busca medir hasta dónde llega el poder electoral de los partidos islamistas, en un país clave para la región
El maremoto de las revueltas árabes borró del mapa lo que parecían ser eternas dictaduras, que durante décadas sometieron a millones de musulmanes. Sin embargo, dejó en pie los pilares islamistas sobre los que esas sociedades, desde las urnas, buscan construir una nueva era, que profundiza la incertidumbre.
Desde que Mohammed Bouazizi -un joven tunecino que era, a la vez, vendedor ambulante y licenciado en informática- se inmoló a lo bonzo en diciembre de 2010 porque la policía le requisó su puesto por no haber pagado un soborno y encendió la chispa de las revueltas, una lluvia de votos a partidos islamistas se sucedió en el mundo árabe, particularmente en el norte de Africa.
Dos ex barones de la dictadura de Hosni Mubarak, derrocada en 2011, y dos dirigentes islamistas, entre otros, se disputan desde ayer los votos de millones de egipcios para llegar a la presidencia (ver aparte).
Cuna de los Hermanos Musulmanes (HM), ya expandidos al resto de la zona, Egipto concentra hoy la mirada de la región, que busca medir el avance real de los partidos islamistas en una de las mayores potencias árabes y un jugador clave en el balance de poder de Medio Oriente.
En Túnez, los islamistas de Ennahda, que obtuvieron 89 de los 217 escaños en las legislativas de octubre, llevan la voz en la redacción de la nueva Constitución y mantienen un diálogo fluido con los salafistas (ultraconservadores) de Hizb-Ut-Tahrir, que exigen la instauración de un califato. Para diferenciarse, el mes pasado, Ennahda rechazó la imposición de la sharia en el cimiento constitucional. Esa declaración choca con el deseo de su líder, Rachid Ghannouchi, que busca mantener inalterable el artículo 1°, que indica que el islam es la religión del Estado.
Un mes después de las elecciones tunecinas, el Partido Justicia y Desarrollo (PJD) alcanzaba en Marruecos el 28,5% de los sufragios en las legislativas (107 de las 395 bancas). Esa primera victoria de los islamistas moderados en el reino de Mohammed VI llevó al monarca a designar como primer ministro a Abdelillah Benkiran, líder del PJD y ex integrante del grupo terrorista Chabiba, pesadilla de los servicios de seguridad de Hassan II. Pero la estrella partidaria es el ministro de Justicia, Mustafa Ramid, que defendió los cuadros islamistas durante décadas y ahora analiza abrirles las puertas de la cárcel a unos 900 extremistas tras los atentados de Casablanca de 2003, en los que murieron 45 personas.
Después de la muerte del dictador Muammar Khadafy, en octubre pasado, Libia se alista para sus primeras elecciones en 50 años. De ellas emergerá una asamblea nacional de 200 miembros que, como en Túnez, deberá redactar una Constitución.
El escenario no deja de ser complejo: el gobierno de transición fracasó en el desarme de las facciones civiles que combatieron a Khadafy, muchas de ellas organizaciones islamistas, como el Consejo Militar de Trípoli (CMT) o la brutal Brigada 17 de Febrero, cuyos líderes buscarán ocupar bancas con el voto del 19 de junio.
Los islamistas, por el momento, se encuentran divididos. Los extremos son Abdul Hakim Belhaj, jefe del CMT y prisionero en Guantánamo, y el moderado Ali Sallabi, ideólogo de la revuelta que pretende un modelo constitucional basado en la sharia . Los que sí ya tienen su partido Justicia y Construcción son los HM, aliados a otras formaciones. En Argelia, Abdelaziz Buteflika mantiene su dictadura casi intacta. Con una cómoda victoria en las legislativas de este mes, frenó la maquinaria electoral islamista en el Magreb.
"La primavera árabe es la apertura de una gran caja de Pandora. Ahora emergen los que capitalizan ese proceso", dijo a LA NACION el analista del Interdisciplinary Center de Herzliya Meir Javedanfar, un iraní de origen judío residente en Israel. Consideró que el proceso es natural: "En la adolescencia, la mayoría tuvimos una etapa de hard rock o metal rock . El pueblo árabe es como un adolescente que tiene la llave de la casa y se va de fiesta. Es natural que se vuelquen hacia el islamismo, que lo experimenten y quizá luego lo condenen".
La incógnita es si estas nacientes democracias tendrán la capacidad de generar anticuerpos para, eventualmente, combatir nuevas instancias autoritarias.
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