El “mundial de la democracia”, ¿y más guerras?: cinco claves para entender el mundo en 2024
Mucho de lo que pasará el año próximo toma forma desde hace meses, e incluso años, con las guerras en Ucrania y Medio Oriente como ejes; un superciclo electoral y la relación entre EE.UU. y China serán decisivos
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Una pantalla que nos hizo sorprender, preguntar, reír, aprender y tener miedo. Un termómetro que nos agobió y alteró nuestras mañanas, nuestras noches y nuestras economías. Un amanecer que nos estremeció hasta el llanto y dominó el último trimestre del año.
ChatGPT, la sequía, las olas de calor, los mares calientes, los incendios, las inundaciones, la masacre de Hamas en Israel y la respuesta del gobierno de Benjamin Netanyahu sobre Gaza marcaron en 2023 a un mundo que ya arrastraba dramas legados por la guerra en Ucrania, la pandemia, la erosión democrática y la recesión económica.
Algunos de esos fenómenos fueron más sorpresivos que otros, pero ninguno llegó por generación espontánea para cambiar el mundo. En tecnología, clima o geopolítica, los cisnes negros son más una ilusión óptica que una realidad. Los hechos en apariencia inesperados germinan durante años fuera del radar público hasta que explotan frente a todos y movilizan al planeta: eso sucedió con la irrupción de la inteligencia artificial en nuestra vida diaria, con los fenómenos climáticos extremos y con la nueva guerra en Medio Oriente.
Y mucho de lo que ocurrirá en 2024 ya toma forma desde hace meses, e incluso años. Entre eso está un calendario electoral como pocas otras veces vio la historia reciente. En 80 comicios presidenciales y legislativos, países grandes y pequeños decidirán el año próximo su futuro y, fundamentalmente, el de una democracia global en retroceso.
“Por primera vez en dos décadas el mundo tiene más autocracias cerradas que democracias liberales”, dice el Informe 2023 de V-Dem, una organización que mide anualmente la calidad institucional de todos los países.
Estados Unidos, Rusia, la India, Sudáfrica, Inglaterra, Venezuela, México, El Salvador, Uruguay, entre otros, participarán de este verdadero “mundial de la democracia” para determinar cuánta vitalidad tiene el sistema que, sobre todo en el siglo XX y en lo que va de éste, ilusionó a millones y millones de personas con la promesa de paz, libertad, representatividad, independencia, bienestar y desarrollo.
Mientras unas 4000 millones de personas decidirán con el voto, otras varias millones lo harán con armas. Los últimos dos años fueron atravesados por dos guerras que abruman al mundo con dolor, muerte, destrucción, disrupción económica y amenaza regional constante.
¿Cuánto más durarán la invasión rusa a Ucrania y el enfrentamiento entre Israel y Hamas? ¿Verá también 2024 nacer una guerra, como lo hicieron 2022 y 2023? ¿Podrá la economía global librarse de esas guerras y de todos los tropiezos de los últimos años para recuperar los niveles de crecimiento de la prepandemia? Las respuestas a esas preguntas se construyen sobre un piso de incertidumbre y pesimismo; otras dejan algo de margen para la ilusión.
1. Israel vs. Hamas: ¿será una guerra corta?
Pasaron ya casi 80 días desde que los terroristas de Hamas invadieron Israel por varios frentes, mataron a 1200 personas y tomaron rehenes a otras 240 (entre ellas 21 argentinos). En este lapso, la respuesta del gobierno israelí también fue feroz: unos 20.000 muertos, en su mayoría mujeres y niños, y casi el 70% del norte de Gaza destruido, según cifras del grupo palestino refrendadas por organismos internacionales.
La guerra no se convirtió en un conflicto regional extendido, como parte del mundo temía en octubre, pero sí empieza a mostrar sus peligros con las interrupciones al comercio marítimo en el Mar Rojo.
El 15% del transporte global de mercancías pasa por allí y los ataques de los hutíes –el grupo yemení aliado con Irán- ya provoca demoras y desvíos que, a su vez, presionan a los precios internacionales, justo cuando el mundo intenta dejar atrás la era de la inflación.
¿Entonces cuánto más podrá extenderse esta guerra? La respuesta la dio, hace poco, Netanyahu: “Hasta que Israel logre acabar con la cúpula de Hamas”.
¿Es eso posible? En dos meses y medio de conflicto, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) lanzaron –según sus propias cifras- 22.000 proyectiles sobre Gaza, entraron a la franja por cuatro puntos diferentes con decenas de miles de soldados y mataron a cuatro de los siete comandantes de brigada de Hamas y a entre 5000 y 7000 de los 30.000 extremistas del grupo.
Pero la cúpula, encabezada por Yahya Sinwar y Mohammed Deif, supuestos cerebros del 7 de octubre, sigue en pie. Ellos se esconden, junto con otros líderes militares de Hamas, en las densas y destruidas ciudades gazatíes y en sus túneles. Y la batalla urbana complica a Israel. La guerra entonces podría entrar en 2024 y acomodarse allí por unos meses.
Quedan, además, otros dos flancos de la guerra cuya resolución parece más bien lejana. Hamas aún mantienen a entre 120 y 130 rehenes israelíes. Las negociaciones entre funcionarios de Qatar, Egipto, la CIA y el Mossad para intercambiarlos por un cese al fuego y prisioneros palestinos son intermitentes y menos fluidas que las que permitieron liberar a 105 rehenes hace un mes.
El tercer flanco es el político. En Israel, las críticas a Netanyahu crecen y volvieron las marchas en su contra, neutralizadas por el espanto ante la matanza del 7 de octubre. Una creciente porción de israelíes le reprocha al primer ministro no haber prevenido la masacre. Hoy Netanyahu es un gobernante de guerra, pero terminado el conflicto militar, tendrá que rendir cuentas. Analistas y políticos opositores acusan al premier de querer perpetuar la guerra para evitar que su gobierno caiga.
Las internas no son exclusivas de Israel. Una gradual fisura se visibiliza entre el ala política de Hamas y la rama militar. Basada en Qatar, la primera se involucra más y más en las negociaciones para un cese al fuego mientras que, afincada en Gaza, la segunda apuesta por la confrontación bélica de larga duración para exterminar al Estado de Israel. En el medio de esas apuestas políticas, están millones de palestinos e israelíes.
El final de la guerra no será el final del enfrentamiento entre Hamas e Israel. Terminada la ofensiva israelí, ¿qué le espera a Gaza? ¿Una ocupación israelí, un protectorado internacional o ser parte de un Estado palestino? Allí comenzará otra batalla, no militar, pero sí política, diplomática y cultural.
2. Ucrania vs. Rusia: ¿la guerra sin fin?
Las últimas semanas de Vladimir Putin y Volodimir Zelensky fueron elocuentes sobre el estado de una guerra que, contra todo pronóstico, lleva un año y 10 meses y ya pasó por todo tipo de etapas: la sorpresa anunciada de la invasión, el fracaso ruso en tomar rápidamente Ucrania, la inesperada resistencia ucraniana y el apoyo occidental, la recuperación de las tropas rusas, la respuesta y el avance ucraniano, más ofensivas y contraofensivas. Hoy la guerra parece estancada: así lo advirtió Valery Zaluzhny, el principal general ucraniano, en noviembre, para disgusto de Zelensky.
Y en ese estancamiento, la ventaja la lleva Rusia. Un Putin confiado y optimista se vanaglorió en público hace 10 días en su conferencia de prensa de fin de año. “La victoria será nuestra”, aventuró, y dijo que “Rusia mejoró su posición en todas las líneas de combate”.
Pocas personas fuera de Rusia conocen a Putin como Fiona Hill, directora para Rusia del Consejo de Seguridad Nacional norteamericano entre 2017 y 2019, y ella cree que algo de eso hay. “Putin está convencido de que tiene el ticket ganador. Y hoy la guerra está en su momento bisagra”, dijo, la semana pasada, en varias entrevistas con medios de Estados Unidos. ¿Quiere decir eso que la guerra se acerca a su fin con una probable victoria rusa? La respuesta podría no estar ni en Moscú ni en Kiev, sino en Washington.
Mientras presumía ante millones de rusos, en Washington, Zelensky intentaba convencer a los legisladores republicanos de que destrabaran un paquete de ayuda de 65.000 millones de dólares propuesto por Joe Biden, indispensable para sostener y reforzar el arsenal y el entrenamiento de las tropas ucranianas. No lo logró aún. Poco antes, en la Argentina, había tratado de convencer al primer ministro húngaro, Viktor Orban, de que diera su voto al paquete de ayuda de 50.000 millones de dólares que la Unión Europea (UE) tiene pendiente. Tampoco tuvo éxito.
Con el interés global ahora puesto sobre el conflicto en Medio Oriente y con la fatiga en Estados Unidos y Europa, los caminos se le cierran al presidente ucraniano. Y otro escollo puede terminar de embarrarle esa senda. Las elecciones de noviembre de 2024 tendrán seguramente como protagonistas a Biden y Donald Trump. El expresidente norteamericano es un admirador confeso de Putin. Un triunfo republicano podría ser la estocada final de la guerra y de la resistencia ucraniana.
Si 2023 comenzó con la casi certeza de que la guerra europea se extendería más allá de este año, 2024 amanece con señales de agotamiento de fuerza bélica y apoyo diplomáticos y con, en definitiva, una sensación de final. ¿Será este bajón de Ucrania otro capítulo de la historia pendular de la guerra o será el anticipo del desenlace?
De efectivamente serlo, un final no solo determinará el futuro de Ucrania, de sus fronteras, de su alianza con Europa, o el destino de la Rusia de Putin y su relación con Occidente. También definirá la capacidad y voluntad de Estados Unidos de defender a sus aliados, pilar esencial de su poder global.
3. China y Estados Unidos: sociedad comercial, competencia tecnológica, desorden multipolar, ¿y guerra militar?
Es la relación que dibuja los contornos de la geopolítica del siglo XXI, de un orden global que se proclama multipolar pero se parece cada vez más a una bipolaridad. Es el eje que obliga al resto de las naciones a hacer acrobacia diplomática, para no quemar puentes comerciales, económicos y estratégicos ni con uno ni con otro.
China y Estados Unidos son los mayores socios comerciales del mundo, el volumen de intercambio entre ambos fue récord en 2022. Pero la rivalidad y la desconfianza hoy dominan todo, desde la competencia por la primacía tecnológica hasta la carrera militar. En el corazón de esa tensión está Taiwán, la isla a la que China considera un territorio rebelde. Ante la advertencia de Xi Jinping de que la recuperará durante su mandato, Biden respondió con una promesa de defensa de uno de sus mayores aliados asiáticos.
Este año esa tensión, que se disparó en agosto de 2022 luego de la visita a Taipei de la entonces líder de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, llegó a un pico con el incidente militar por los globos espías chinos. Más que nunca las advertencias de una guerra en el estrecho de Taiwán, por donde pasa el 60% del comercio de bienes del mundo, crecieron.
Diciembre, sin embargo, termina con una señal positiva para la relación de las potencias, que diluye los vientos de guerra. Hace tres días Washington y Pekín retomaron la diplomacia militar, interrumpida en agosto de 2022 y esencial para evitar o limitar los accidentes en una región hoy plagada de operaciones y juegos bélicos. Las guerras no solo comienzan por una acción deliberada, sino también por accidentes militares o diplomáticos.
El primer test para esta distensión llegará en tres semanas. El 13 de enero los taiwaneses votarán para elegir un nuevo mandatario y a la cabeza de los sondeos va el actual vicepresidente, Lai Ching-te, del Partido Demócrata Progresista, el que más defiende la independencia de China y el más recelado por el gobierno de Xi. Segundo y acercándose está Hou Yu-ih, del Kuomintang, el partido propone un vínculo más comprometido con Pekín.
Una victoria de Lai podría alentar nuevas amenazas de Xi y más provocaciones militares, ante las que el renovado diálogo entre Washington y Pekín actuaría como un cortafuegos.
El presidente chino tiene otra razón para evitar una guerra. La economía china no camina con la potencia a la que está habituada. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), este año crecerá 5% y en 2024, 4,1%, cifras envidiables para la Argentina, pero insuficientes para la ambición de Xi de transformar a su país en la primer potencia económica durante la primera mitad de este siglo. Una guerra que incomunique a China con el mundo podría aplastar incluso más esos malos pronósticos económicos.
4. Biden vs. Trump: ¿la “madre” de todas las elecciones?
El otro test esencial para la relación entre China y Estados Unidos sucederá el 5 de noviembre de 2024. Ese día, los norteamericanos elegirán, de acuerdo con las encuestas de las primarias presidenciales, de nuevo entre Biden y Trump.
Como ocurre con el enfrentamiento entre Hamas e Israel, con la guerra entre Ucrania y Rusia, el nombre del ganador determinará la dirección del vínculo entra las dos principales potencias del mundo.
El exmandatario endureció la política norteamericana con China, una dirección que luego siguió Biden. Pekín teme hoy que el regreso de un Trump enojado por sus causas judiciales a la Casa Blanca agudice la rivalidad y, sobre todo, la llene de imprevisibilidad.
Pese a enfrentar cuatro desafíos judiciales y una descalificación electoral, el líder republicano encabeza las primarias opositoras con una ventaja de más de 50 puntos sobre Nikki Haley, de acuerdo a un sondeo de NBC/The Wall Street Journal de la semana pasada. Con su autoproclamada imbatibilidad, el expresidente asegura que arrasará en las elecciones de noviembre. Las encuestas de esta semana le dan la razón. Desde octubre, el promedio de sondeos de RealClearPoliticis le da una ventaja de tres puntos sobre Biden.
Pero faltan más de 11 meses y los norteamericanos parecen indecisos o poco entusiasmados con sus precandidatos. Trump y Biden se intercambiaron la punta en las encuestas de manera cíclica este año. Un par de meses uno; otros meses, su rival.
El actual presidente, que hoy está en el piso de su tasa de aprobación (39%), apuesta a persuadir a los norteamericanos de que la economía es efectivamente la locomotora que los números de crecimiento y empleo muestran.
No será fácil. Hoy los estadounidenses viven en una paradoja: exhiben números de consumo pocas veces vistos, pero dicen sentir poca satisfacción y optimismo con las “Bidenomics”. Aún altos, la inflación, las tasas y el precio de los inmuebles y del combustible les hacen sentir que sus bolsillos se encogieron.
Trump tampoco tendrá el camino despejado. Varias de sus causas van a juicio en 2024 y los norteamericanos verán en vivo y en directo cómo el exmandatario intenta explicar que no trató de desconocer y dar vuelta los resultados de los comicios de 2020 o de alentar una insurrección en el Capitolio, entre otras cosas.
Pocas elecciones norteamericanas de las últimas décadas tendrán el impacto directo que estas mostrarán sobre los conflictos que hoy desvelan al mundo. Pocas elecciones norteamericanas tendrán, además, el efecto que estas tendrán en el estado de la democracia del mundo.
5. La prueba de fuego de la democracia latinoamericana
La región también protagonizará su superciclo electoral, un capítulo clave para determinar la salud de la democracia latinoamericana. Este año votan países donde la deriva autoritaria amenaza con ser irreversible; dos en particular serán las pruebas de fuego para la salud institucional de una región golpeada por la polarización, la insatisfacción social y la incapacidad de los gobiernos de resolver problemas.
En febrero, los salvadoreños deberán decidir si le conceden otro mandato a Nayib Bukele, pese a que la Constitución prohíbe la reelección. Observado por varios líderes regionales, el joven presidente salvadoreño expresa fenómenos también presentes en otros países latinoamericanos: un dirigente antisistema y populista que neutralizó la influencia de los partidos tradicionales y que, para erradicar los flagelos sociales de siempre, dobló o ignoró los límites de la ley.
Las encuestas no dejan dudas sobre la probable decisión de los salvadoreños: Bukele tiene un 90% de intención de voto, según el sondeo de CID Gallup de noviembre.
Con estos comicios, El Salvador recorre el camino de autocratización que ya recorrieron otras naciones. Junto con Cuba y Nicaragua, Venezuela lleva la delantera entre esos países. ¿Será que esa senda se le termina a Nicolás Maduro? Como nunca, la oposición tiene una candidata que parece unir a todos los rivales del chavismo. María Corina Machado arrasó en las internas de la oposición en octubre y empieza el año con el ímpetu de ese triunfo.
El chavismo, como era de esperar, inhabilitó a Machado y censuró el resultado de las primarias. Pero, siempre necesitado de fondos frescos para compensar el ruidoso fracaso de su gestión económica, Maduro está bajo una renovada presión de Estados Unidos para asegurar la transparencia del proceso electoral: si no hay comicios libres y justos en octubre de 2024, no hay levantamiento de sanciones ni comercio de petróleo. ¿Qué Maduro prevalecerá este año? ¿El de la desesperación económica o el del engaño diplomático y la vocación autoritaria? Hasta ahora, siempre ganó el último.
México y Uruguay también tendrán sus procesos electorales este año. Ambos tienen un límite constitucional para las vocaciones autoritarias: las reelecciones inmediatas. Por ahora, el oficialismo de Luis Lacalle Pou y la oposición del Frente Amplio no se sacan ventajas y las encuestas señalan un empate técnico para las elecciones de octubre.
En México, los márgenes se ensanchan en favor del oficialista Morena, de Andrés Manuel López Obrador. Sostenida por las políticas sociales de su gobierno, la popularidad del presidente mexicano parece blindada y, junto con la de él, la de su probable sucesor, Claudia Sheimbaun.
Menos carismática y más tecnócrata que el actual mandatario, la alcaldesa de Ciudad de México tienen una ventaja de más de 20 puntos sobre Xóchitl Gálvez, candidata de la centroderecha. En junio, los mexicanos dirán cuál de las dos será la primera presidenta del país.
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