El monstruo de Aviñón tenía un discípulo al que convenció de que drogara a su mujer para violarla
Jean-Pierre Maréchal rechazó participar en las violaciones de Gisele, pero fue instruido por el agresor para utilizar el mismo método con su esposa, a la que ambos violaron y fotografiaron hasta 12 veces
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AVIÑÓN.- Dominique Pelicot, el hombre que durante una década drogó a su mujer y la entregó a decenas de hombres para que la violaran en el dormitorio de su casa en Mazan (sur de Francia), tenía un método estudiado y que le confería plena consciencia de sus actos. Tanto es así, que creó una cierta escuela y logró convencer a otro hombre para que aplicara sus métodos con su esposa, a la que él mismo violó también. Jean Pierre Maréchal, que entonces tenía 53 años, suministró los mismos ansiolíticos a su esposa, con la que llevaba 30 años casado y había tenido tres hijos, y la violó hasta 12 veces con el propio Pelicot. El jueves, todavía en ausencia por enfermedad del principal acusado, fue el turno de analizar la personalidad de su clon.
Los cinco magistrados entran en el tribunal de Aviñón a las nueve de la mañana del jueves y toda la sala se levanta. También los acusados, 12 de ellos —los arrestados— en una pecera de cristal, y otros 32 repartidos por toda la habitación. Los rostros grises, apagados por la vergüenza. Solo algunos miran desafiantes a la prensa que les escruta, expuestos ante la mirada pública. Justo lo que buscaba Gisele Pelicot cuando pidió que el juicio fuera abierto, para que la prensa pudiera estar presente y narrar minuto a minuto lo que sucede dentro de la sala. Para que la vergüenza, como dijo su abogado, cambiase de bando.
Gisele no se encuentra este jueves en la sala. Tampoco su exmarido, que sigue hospitalizado por las complicaciones renales que sufre y cuyo esperado testimonio se ha aplazado hasta el lunes. Un hecho que retrasa todo el proceso, porque los hijos no piensan declarar sin el padre delante. Quieren que escuche lo que tienen que decir. Todos deben esperar. También otro acusado, cuya esposa, quizá la única capaz de comprender realmente a Gisele P, testificó el día anterior hablando del horror que también había padecido. Se trata de Jean Pierre Maréchal, un hombre a quien Pelicot enseñó sus métodos y convenció para violar a su esposa suministrándole los mismos ansiolíticos, que él mismo le proporcionó.
Maréchal, vino a explicar el jueves su defensa, fue un artilugio de Pelicot. Ambos se conocieron en Coco.fr, el foro de encuentros sexuales que frecuentaba el principal acusado y que la policía clausuró el pasado junio. Pelicot intento primero convencerle para violar a su esposa, tal y como hizo con los otros 51 imputados. Maréchal, que en el foro se escondía bajo el alias de Rasmus, decidió no hacerlo. A cambio, aceptó que Pelicot le revelase todos los secretos sobre cómo lograba que su esposa no fuera consciente de las violaciones y le convenció para que Maréchal los aplicase. Ambos hombres violaron a la mujer y madre de los hijos de Maréchal hasta en 12 ocasiones.
El caso de Maréchal tampoco presenta dudas. “Él reconoce los hechos, dice que es culpable y merece una pena alta. No viene aquí a contar que su esposa miente o consintió aquellos encuentros. En absoluto. Su esposa fue agredida, fue violada. Pero ahora hay que exponer la personalidad de Maréchal en el tribunal: alguien que fue violado, abusado, que contempló orgías en su casa…”, explica a EL PAÍS Patrick Gontard, abogado de Maréchal, a las puertas de la sala donde se juzgará este caso hasta el mes de diciembre.
Maréchal, que fue los últimos años de su vida conductor de una cooperativa agrícola, era el penúltimo de diez hermanos. Jubilado cuando se descubrieron los hechos, creció en una familia muy pobre que tenía una granja en el sur de Francia. Su madre, explicó su abogado, era alcohólica y su padre extremadamente violento. “Los niños recibían palizas muchas noches atados a algún árbol de la propiedad. Se refugiaban en las jaulas de los conejos para escaparse del padre”.
La defensa del alumno de Pelicot se basa en buscar algún atenuante en los traumas que, según su abogado, se encontrarían en la base de unos actos que jamás había cometido antes de conocer a Pelicot. “Fue violado por su padre, como sus hermanos y hermanas. Una de ellas, de hecho, nunca lo soportó y se suicidó. Es verdad que vivió 45 años sin manifestar una reacción a esos problemas, pero hubo un catalizador que provocó que todo saliera a flote: el encuentro con Pelicot. Fue así cómo cayó en la perversión que había visto en su casa, porque jamás había hecho algo así”, apunta Gontard. “Entró en un contexto en que no solo quería hacer lo mismo que Pelicot, sino hacerlo con él. Y eso hace pensar que Pelicot tenía un papel muy importante en sus actos. Los expertos dicen que Maréchal era muy influenciable y yo considero que lo manipuló”.
La esposa de Maréchal, Cilia M., de 53 años, no lo ha denunciado. El miércoles testificó en el tribunal entre lágrimas. “No quiero que mis hijos sufran más. Son tan infelices ahora que prefiero protegerles. Era un hombre tan estupendo que no puedo olvidar esos años. No entiendo nada”. Como Gisele Pelicot, también narró una vida apacible y feliz con su pareja. “Con mi marido era todo formidable. Todo fue siempre muy bien, era un padre muy protector. Es inconcebible que haya hecho esto. Nos ha destruido por completo”, señaló ante el juez antes de cruzarse con él, la primera vez que se veían desde su arresto.
Las violaciones con Pelicot duraron hasta que Cilia M. se despertó un día en plena agresión. Una noche de junio de 2020, abrió los ojos y sorprendió a un desconocido corpulento en su habitación, junto a su marido. Dominique Pelicot había huido. Su esposo trató de justificar aquello explicando que aquel extraño quería ver su ropa interior (Maréchal es bisexual). “No le creí, pero de ahí a sospechar que era por violaciones. No, era impensable”, explicó. Lo hizo solo cuando la policía irrumpió a las seis de la mañana en su domicilio y se llevó a su marido. Los investigadores habían encontrado en el ordenador de Pelicot decenas de fotos de Cilia M. desnuda en su cama, precisamente ella, que siempre se acostaba con algún tipo de ropa.
Por Daniel Verdú
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