El paleoantropólogo de la Universidad de Harvard analizó la actividad física y dio recomendaciones para tener en cuenta
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Mark Twain, quien vivió 75 años, alguna vez dijo que hacía todo el ejercicio que necesitaba actuando como portador del féretro en los funerales de sus amigos que hacían ejercicio con regularidad. O quizás esas palabras fueron del senador Chauncey Depew, que murió a los 94 años.
En cualquier caso, aunque no todos lo expresan con tal gracia, no son los únicos que, a lo largo de la historia, no fueron muy afines al ejercicio. Y no es raro, le dijo a The Harvard Gazette Daniel Lieberman, paleoantropólogo de la Universidad de Harvard y autor de Ejercicio.
Estamos programados para evitar esfuerzos innecesarios, no para triatlones o cintas de correr. Así que...
Es un mito que es normal hacer ejercicio
El ser humano, señala, nunca evolucionó para hacer ejercicio y, desde un punto de vista científico, es una actividad extraña. Es decir, aunque evolucionamos para movernos, para ser físicamente activos, “el ejercicio es un tipo particular de actividad física: es la actividad física voluntaria por el bien de la salud y la forma física”.
Eso es un invento nuevo, subrayó (ten en cuenta que ese ‘nuevo’ es relativo: la cotidianidad de Lieberman incluye la Edad de Piedra). Sería descabellado, por ejemplo, que un cazador o un agricultor de subsistencia gastara energía extra trotando innecesariamente ocho kilómetros por la mañana: perdería valiosas calorías que requiere para actividades prioritarias.
“Tenemos estos instintos muy arraigados para evitar la actividad física innecesaria”, explica el paleoantropólogo. Sin embargo, hoy en día, “juzgamos a las personas como perezosas si no hacen ejercicio. Pero no son perezosos. Sencillamente son normales”.
Pero eso no quiere decir que ejercicio no sea muy beneficioso; solo explica por qué a tantos nos cuesta tanto hacer lo suficiente. Y Lieberman piensa que entenderlo puede ayudarnos a hacer más. “Dado que medicalizar y comercializar el ejercicio obviamente no está funcionando, creo que podría irnos mejor si pensamos como antropólogos evolutivos”.
Por suerte, eso es precisamente lo que él es, así que he aquí cuatro de sus recomendaciones:
1. No te enojes contigo mismo
No te sientas mal por no querer hacer ejercicio, tu instinto es no hacer más de lo necesario. Pero somos también seres racionales. Estamos consientes de que construimos un mundo que nos benefició inmensamente, pero, como ya no nos obliga a estar físicamente activos, puso en riesgo nuestra salud. Es un mundo en el que se volvió necesario hacer más de lo necesario. Innumerables estudios lo demostraron. Si aprendemos a reconocer esos instintos, podemos superarlos más fácilmente, dice Lieberman.
“Cuando me levanto por la mañana para salir a correr, a menudo hace frío y es miserable, y no tengo ganas de hacer ejercicio. Mi mente me da todo tipo de razones por las que debería posponerlo. A veces tengo que obligarme a salir por la puerta. Mi punto aquí es ser compasivo contigo mismo y comprender que esas pequeñas voces en tu cabeza son normales y que todos, incluso los ‘adictos al ejercicio’, luchan con ellas. Una clave para hacer ejercicio es superarlas”.
2. No olvides dos cosas
Hay solo dos razones por las que evolucionamos para ser físicamente activos: suplir necesidades y gratificarnos socialmente. “La mayoría de nuestros antepasados salían a cazar o recolectar todos los días porque de lo contrario morirían de hambre. Las otras veces que estaban físicamente activos era durante actividades divertidas como bailar y jugar”.
Para ellos, como también para nosotros, la diversión traía beneficios sociales. Tras años de estudios, el paleoantropólogo aconseja tener esa misma mentalidad respecto al ejercicio. “Hazlo divertido, pero también hazlo necesario”. Y una de las mejores formas de lograr ambos objetivos es volver la actividad física, una actividad social, por ejemplo, uniéndote a un grupo de corredores. “La obligación lo hará divertido, social y necesario”.
3. No te preocupes tanto
“El enfoque antropológico final que puede ayudar es no preocuparse por el tiempo y la cantidad de ejercicio que se necesita”, sugiere Lieberman. Señala que tenemos esta imagen de que nuestros antepasados eran realmente increíblemente fuertes... al fin y al cabo, tenían que levantar rocas gigantes y cazar bestias pesadas. Pero el experto asegura que eso está lejos de ser verdad.
“Nuestros antepasados eran razonablemente, pero no excesivamente, activos y fuertes. Tampoco corrían todos los días, ni regularmente; probablemente lo hacían una vez a la semana o algo así”. Es más, no hay que ir a un pasado tan lejano para saberlo, pues sigue habiendo pueblos con estilos de vida similares. “Los cazadores-recolectores típicos realizan solo alrededor de dos cuartas horas al día de actividad física de moderada a vigorosa. No son extremadamente musculosos y pasan tantas horas sentados como nosotros, casi 10 al día”.
El mensaje es que, aunque hay mínimos recomendados, un poco de actividad física es enormemente saludable. “Saber eso, creo, puede ayudar a las personas a sentirse mejor por hacer al menos un poco de ejercicio en lugar de ninguno”. Los estudios muestran que 150 minutos de ejercicio a la semana -21 minutos al día- reducen las tasas de mortalidad en aproximadamente un 50 por ciento, añade.
Pero es crucial no solo hacerlo, sino también...
4. No dejar de hacerlo
“Inventamos el concepto de jubilación en el mundo occidental moderno y, junto con eso, la noción de que una vez que llegamos a los 65 años es normal tomarlo con calma”. Sin embargo, “evolucionamos para ser físicamente activos durante toda la vida”.
Esa actividad, a su vez, nos ayuda a vivir más tiempo y mantenernos saludables a medida que envejecemos. “Esto se debe a que la actividad física activa una amplia gama de mecanismos de reparación y mantenimiento que contrarrestan los efectos del envejecimiento”, explica. Una prueba de ello son los cazadores-recolectores de hoy, que tienden a vivir casi tanto como sus contrapartes en las sociedades industrializadas occidentales.
La diferencia, resalta, es que su “esperanza de salud” (la cantidad de años saludables de vida) casi coincide con su esperanza de vida, mientras que en las sociedades industrializadas, es común temer que uno pasará años incapacitado antes de morir.
“A medida que la gente envejece en Occidente, tiende a perder mucha fuerza y poder, y eso dificulta las tareas básicas. Y cuando eso sucede, la gente se vuelve menos activa. Cuando se vuelven menos activos, se vuelven menos aptos. Es un círculo vicioso, realmente desastroso”.
Así que a vencer tus instintos, aunque tu mente se resista a ayudarte, y a seguir moviéndote, aunque ya no sea necesario. Y si el ejercicio te aburre, hay que hacer como en la Edad de Piedra: ¡ponerse a bailar!
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