El misterioso refugio de espías nazis descubierto en Santa Fe
La estancia El Simbol fue el lugar elegido por los agentes alemanes para retransmitir mensajes; la máquina Enigma y el desembarco de diamantes en Mar del Plata
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Parecía una casita para recibir huéspedes, pero en realidad era una estación radiotelegráfica secreta nazi, construida a pocos metros del casco de la estancia El Simbol, en Las Avispas, provincia de Santa Fe.
Su dueño, Enrique Kusters, había cedido el uso de la finca a unos misteriosos personajes a cambio de un crédito blando, posibilitado por su sobrino, Osmar Hellmuth, con el que saldría de su ahogo financiero.
Kusters no se lo decía a nadie, pero sabía que dentro de la casita de los huéspedes, como él la llamaba, se escondían equipos de radiocomunicación que enviaban y recibían mensajes a más de 11.000 kilómetros de distancia.
Los mensajes se transmitían por telégrafo mediante código morse, pero antes se cifraban con la máquina Enigma, un dispositivo de rotores mecánicos empleado por las fuerzas armadas alemanas desde 1926 para encriptar y descifrar comunicados.
Aquella estructura permanece igual que hace 77 años, cuando agentes de Coordinación Federal la allanaron, a mediados de 1944, y se llevaron detenidos al viejo Kusters y a su ama de llaves, Edwig Poleman.
Los agentes federales encontraron una habitación secreta con doble muro donde solían esconderse sofisticados aparatos de radiotelegrafía, pero, hasta el día de hoy, nunca se hallaron los equipos, ni otras pertenencias, según pudo comprobar el investigador Julio B. Mutti, experto en espionaje nazi en la Argentina.
La casita de la estancia El Simbol es una de las pocas evidencias materiales en pie que documentan las andanzas de los servicios de inteligencia alemanes durante los años de la segunda Guerra Mundial, en el contexto de las operaciones secretas conocidas como “Red Bolívar”.
“La red Bolívar es la sumatoria de todas las agencias de espionaje nazis en Sudamérica, y terminó concentrándose en la Argentina luego de que Brasil rompiera relaciones con Alemania, a principios de 1942. Desde entonces nuestro país se convirtió en el último bastión de la inteligencia nazi en Occidente”, cuenta Mutti a LA NACIÓN.
El autor del libro Nazis en las sombras trazó un mapa de las estaciones radiotelegráficas del nazismo menos conocidas, después de estudiar al detalle el inexpugnable documento titulado “Segundo sumario de espionaje alemán”, una causa federal iniciada en 1944 por presión de la diplomacia estadounidense, y que tiene más de 2500 fojas.
El espionaje nazi en la Argentina
La comunidad alemana en la Argentina de entreguerras era muy nutrida; fue la corriente inmigratoria más importante en número después de la italiana y la española, con al menos 250.000 ciudadanos radicados en Buenos Aires. En términos de poder económico, quizá haya sido la más relevante.
Esto contribuyó a que, para 1933, cuando Adolf Hitler llegó al poder con el Partido Obrero Nacionalsocialista Alemán (NSDAP), ya existiera un Partido Nazi Argentino bien organizado que recolectaba dinero entre sus connacionales y facilitaba el ingreso al país de militantes para realizar tareas encubiertas.
“Para 1936 los nazis crearon un servicio de inteligencia en el exterior y pusieron al frente de las operaciones en Sudamérica al agregado naval de la embajada alemana en Buenos Aires, el capitán de navío Dietrich Niebuhr”, apunta Mutti.
La primera acción de estos espías en el Río de la Plata fue rescatar, tras partir clandestinamente desde el puerto de Buenos Aires con dos remolcadores y una chata, a más de mil tripulantes del acorazado de bolsillo Admiral Graf Spee, quienes habían quedado varados en Montevideo después del auto hundimiento del crucero de guerra capitaneado por Hans Wilhelm Langsdorff.
El objetivo del espionaje alemán no era distinto que el de sus enemigos en tiempos de guerra. Los espías ingleses y estadounidenses que operaban en el país también buscaban transmitir información, identificar aliados, enemigos y fuentes de financiamiento, informar sobre el tránsito de barcos que ingresaban o salían del puerto de Buenos Aires y cualquier otro dato que sirviera para planificar operaciones de guerra.
En el caso alemán, la información que partía desde Buenos Aires vía Río de Janeiro era analizada en las oficinas del Sicherheitsdienst en Hamburgo (el servicio secreto de las SS, conocido como SD) y retransmitida a Berlín. El tránsito de los barcos mercantes que salían de Buenos Aires, por ejemplo, era informado a los submarinos alemanes. Los lobos grises tenían vía libre para hundir mercantes enemigos.
“El espionaje nazi en la Argentina también traficaba clandestinamente hijos de alemanes que querían ir a pelear la guerra, quienes debían viajar a Europa en barcos neutrales (suecos, portugueses y españoles) para no ser detenidos. Y para esto era necesario montar todo un sistema de inteligencia, de sobornos y de financiación”, señala el investigador. Y agrega: “Así funcionó el primer esquema de espionaje, que no era muy profesional, hasta 1942, tiempos en que no se transmitía telegráficamente desde Buenos Aires, sino que se enviaban los mensajes cifrados por correo postal a Río de Janeiro, y desde allí se telegrafiaban hacia Alemania; sin embargo, cuando Brasil rompió relaciones, todo cambió”.
Antes e incluso después del golpe de Estado de junio de 1943 que llevó a los militares del GOU al poder, entre ellos al coronel Juan Perón, los Estados Unidos ejercieron presión para que la policía detuviese a los espías alemanes.
“El 3 de noviembre de 1942 el embajador Norman Armour entregó al ministro del Interior argentino, José María Culaciati, el primero de tres dossiers que ponían en evidencia a los agentes nazis, incluido al capitán Dietrich Niebuhr”. La Argentina cedió y el jefe de los espías alemanes en las sombras fue expulsado del país.
La red de estaciones radiotelegráficas nazis en la Argentina
Con el agregado naval Niebuhr expulsado, y roto el enlace brasilero, el SD debió diseñar un plan más ambicioso, que consistía en crear una amplia red de estaciones radiotelegráficas en todo el país para seguir transmitiendo mensajes cifrados, información clave en tiempos en que la guerra se encontraba en su punto más álgido.
Los cerebros del plan fueron Johannes Siegfried Becker, el espía del SD número 1 en Occidente; Wolf Emil Franczok, ingeniero de comunicaciones inalámbricas y especialista en radiotelegrafía, y Hans Leo Harnisch, el jefe financiero y gerente de compañías alemanas en la Argentina.
El servicio de espionaje nazi se dividía en dos grandes grupos: al primero lo integraban quienes reunían la información; y el otro era el grupo técnico, la Orga-T, que no eran espías. “Ellos se dedicaban a encriptar la información, y a transmitirla por los equipos de radiotelegrafía”, cuenta Mutti.
Pero, como estos equipos eran detectables por triangulación con otros aparatos, como los radiogoniómetros, los miembros del SD debieron alejarse de la ciudad y compraron estancias en el interior para no ser detectados; y, si no las compraban, las rentaban mediante alquileres o préstamos, como fue el caso de El Simbol, la estancia de Enrique Kusters en Santa Fe.
De acuerdo con la investigación de Mutti, el primer operador alemán de radiotelegrafía llegó al país en enero de 1943. Se llamaba Werner Lorenz y vino con su esposa Emmy Trappe. Para el 20 de abril de ese año, la plana mayor del espionaje nazi en Sudamérica se reunió en la estancia secreta de General Madariaga, más o menos el punto intermedio entre los puertos de la Capital Federal y Mar del Plata. Desde allí transmitieron durante cuatro horas en un ida y vuelta frenético con la ciudad de Hamburgo. Ese día Adolf Hitler cumplía 54 años.
Además de El Simbol en Santa Fe y de la finca bonaerense de Madariaga había otras estaciones secretas que Mutti se encargó de revelar. La primera estuvo en el Delta del Tigre, pero nunca funcionó del todo bien. “En Tandil hubo otra estación espía y fue comprada con fondos de la embajada alemana, como la de Madariaga. También en Ranelagh, Bella Vista y Pilar. En Martínez funcionó una, dentro de una casa alquilada; y en Villa Ortúzar otra, donde armaban los equipos bajo la fachada de un taller de radio transistores. Desde las provincias de Entre Ríos y Santa Cruz también se transmitieron mensajes cifrados rumbo a Alemania”, señala.
“Los equipos eran carísimos y se armaban por partes con componentes que iban sacando de la Siemens. La manera en que llegaban los mensajes a las estaciones para ser retransmitidos eran dignas de película. En un frasquito de medicamentos, por ejemplo, guardaban datos escritos con tinta invisible. Y en los puntos de las “i” de cada palabra, si se ampliaba la letra varias veces, podía leerse otra palabra”, cuenta sobre el modus operandi, un tanto arcaico para estos tiempos hiper tecnológico pero, al parecer, eficientes para los propósitos de los espías.
Además de los equipos radiotelegráficos y de la máquina Enigma que encriptaba los mensajes, diseñaron unos pequeños molinos de viento que generaban electricidad para cargar las baterías en el medio del campo. “Incluso habían creado un equipo que podía conectarse a la batería de un auto, y así hicieron todo un viaje por la Patagonia transmitiendo desde la ruta hacia Alemania, y les funcionó”, describe el historiador.
En El Simbol, Kusters debió poner a disposición del servicio de información secreto germano su chacra santafesina. Lo hizo a cambio de un crédito que los espías le otorgaron para salir del ahogo financiero en el que estaba, tras haber internado a su esposa, que finalmente murió, en el Hospital Alemán de la Capital Federal y enfrentar gastos onerosos.
Entre abril y mayo de 1943 se instalaron los equipos en el El Simbol, que sería una base de reserva. Los radiotelegrafistas se movían de una radio estación a otra por seguridad. Cada día enviaban desde una estación distinta hasta 20 mensajes.
Pero para febrero de 1944, con la ruptura de relaciones argentinas con Alemania, los espías se vieron acorralados. La política doméstica, por ahora, les había bajado el pulgar. Los agentes de Coordinación Federal comenzaron a realizar detenciones y allanamientos.
“Sobre el final de la guerra se les complicó el financiamiento. Por eso debieron contrabandear drogas y equipos que desembarcaron en Mar del Plata en 1944, junto con gran cantidad de libras esterlinas falsas pero de muy buena calidad”, cuenta Mutti.
Operación Jolle: el desembarco en Mar del Plata
De acuerdo con el documento German Clandestine Activities in South America in World War II, escrito por David P. Mowry en 1989 para la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) estadounidense, cuando los espías nazis se vieron cercados, pidieron ayuda a Berlín y diagramaron una operación cinematográfica denominada Operación Jolle.
Para esto emplearon al velero Passim, una embarcación atunera de 16 metros de eslora y 30 toneladas de desplazamiento que el servicio secreto alemán había usado para desembarcar agentes en Brasil y en varios puntos del continente africano.
Con los espías Hansen y Schroell a bordo, el Passim partió desde las costas de África con una carga de 50 toneladas que consistía en equipos de Siemens y Telefunken y en medicamentos de la Merck Chemical y “probablemente Bayer”, dice el documento de la NSA.
Según este mismo documento, en el velero también había “una cámara de micropuntos y un suministro de diamantes que se habían obtenido en Holanda”, para vender en el mercado negro y financiar las operaciones.
El Passim, capitaneado por el experimentado marino alemán Heinz Garbers, podría desembarcar en Necochea, Miramar o Mar del Plata, pero los agentes en tierra no se ponían de acuerdo. Berlín consideraba que Necochea era el mejor sitio, pero desde Buenos Aires preferían que el arribo fuera en las cercanías de Miramar, quizá Mar del Sud.
Una de las tres bases radiotelegráficas espías que operaba en territorio bonaerense pudo comunicarse con la embarcación cuando esta navegaba a más de mil kilómetros de la costa, y acordaron que el arribo sería, finalmente, en Mar del Plata.
Finalmente, después de 142 días en altamar, la noche del 30 de junio de 1944 el velero espía desembarcó todos sus pertrechos, equipos, drogas y diamantes, junto con dos agentes, en Punta Mogotes, luego de encallar, por una horas, en un peligroso banco de arena.
A cambio, el capitán embarcó víveres, principalmente carne fresca de res, junto con tres espías que debían abandonar el continente, Philip Imhoff, Heinz Lange y Juergen Sievers, y puso proa rumbo a Europa. La Operación Jolle fue un éxito y el capitán de la embarcación, Heinz Garbers, recibió la Cruz de Hierro, la más alta condecoración alemana al valor militar.
Las piedras preciosas, los medicamentos, los equipos de radiocomunicación y las libras esterlinas falsas que desembarcó el Passim en Mar del Plata no bastaron para eludir la pesquisa de los agentes federales, que detuvieron a la mayoría de los miembros de la Red Bolívar y desbarataron los planes de la inteligencia nazi en Buenos Aires, poco antes de que finalizara la guerra.
Cuando la Policía Federal irrumpió en la mayoría de las estaciones telegráficas hasta entonces secretas, no logró sin embargo recuperar todos los equipos. Tampoco incautaron diamantes, o al menos no hubo un registro oficial que diera cuenta de la captura de gemas.
En la estación radiotelegráfica de Pilar, por ejemplo, los pesquisas hallaron una caja de chapa enterrada con pasaportes y documentos falsos; en Madariaga secuestraron la máquina Enigma en un sótano, y en Santa Fe, en la estancia de Enrique Kusters, no encontraron nada más que una habitación con doble fondo.
“No es extraño pensar que estos materiales siguen actualmente enterrados en algún lugar”, concluye Mutti. “La posibilidad está, no tengo dudas”.
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