Con 200 años de antigüedad, el lugar es famoso por su industria pesquera y su particular geografía, fue el primer asentamiento filipino permanente en Estados Unidos
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A sólo unos ocho kilómetros río abajo de los adornados balcones de hierro forjado del barrio francés de Nueva Orleans, en el sur de Estados Unidos, hay un paisaje más sereno, cubierto de marismas y lodo espeso.
Los pescadores venden camarones a lo largo de la carretera que atraviesa la parroquia de St. Bernard.
Este suburbio de unos 200 años de antigüedad es famoso por su industria pesquera y una particular geografía que emerge como la cresta de una ola en la costa este de Luisiana, antes de expandirse en decenas de islas y pantanos en el Golfo de México.
Aquí, en el lago Borgne, es donde una vez existió Saint Malo, el primer asentamiento filipino permanente en Estados Unidos y el más antiguo asentamiento permanente asiático del que se tenga conocimiento.
La historia de los llamativos pantanos de Luisiana tiene una diversa mezcla de fuentes: desde los colonizadores españoles hasta los acadianos franceses, los aborígenes norteamericanos o los afrodescendientes, tanto esclavos como libres.
Pero hay un ingrediente que falta en este complejo sancocho: antes de que EE.UU. fuera un país, los filipinos muy probablemente vivieron en este lugar en casas elevadas en estacas -palafitos- construidas sobre los pantanos.
Desde estas “aldeas flotantes”, los llamados “manilamen” (hombres de Manila) establecieron la industria pesquera que introdujo en Luisiana los camarones secos, hervidos, escabechados y secados al sol para concentrar su sabor. Con los inmigrantes chinos que llegaron posteriormente, transportaron el camarón seco por todo el mundo, y sentaron la base de la industria del camarón moderna de Luisiana.
Comunidad “flotante”
Pero el cómo llegaron los “manilamen” a Luisiana es un misterio.
Algunos historiadores creen que fue a bordo de buques españoles a mediados de los 1700. Otros, que eran marineros y sirvientes en las rutas entre Manila y Acapulco que abandonaron sus barcos y se refugiaron en el Golfo, cuyos pantanos y paisaje se parecían a los de sus tierra.
Unos colonizadores británicos incluso mencionaron a los “piratas malayos” que formaban parte de los contrabandistas del pirata francés Jean Lafitte, que atacaban galeones españoles.
Uno de los relatos más antiguos sobre Saint Malo apareció en un artículo de la revista Harper´s Weekly en 1883, en el que escritor Lafcadio Hearn describía una imagen idílica de la comunidad “flotante”.
Hearn señalaba que la comunidad existía desde hacía unos 50 años.
Sin embargo, el historiador filipino-estadounidense Kirby Aráullo, escribió en el sitio History.com que “según la tradición oral, ya había una comunidad filipina allí en 1763, cuando Filipinas y Luisiana eran parte del gobierno colonial español regido desde México.
Según Randy Gonzales, filipino de cuarta generación de Luisiana e historiador de la Universidad de Lafayette, los “manilamen” vieron una oportunidad en el golfo de Luisiana, una región que muchos otros encontraban muy agreste y hostil. A pesar de los mosquitos y los huracanes, los “manilamen” estaban acostumbrados a los tifones en Filipinas.
Allí, los colonos filipinos establecieron su método de secar y preservar crustáceos, según Liz Williams, fundadora del Museo de Comida y Bebida Sureña de Nueva Orleans.
“Se calzaban los pies con una especie de lienzo y caminaban sobre las redes que estaban suspendidas sobre el agua en la zona pantanosa y sobre los camarones secos”, explica Williams.
La cáscara se caía al pantano, pero el camarón seco, endurecido por la sal, no se rompía y permanecía en la red. Eso lo llamaban el “baile del camarón”.
“Se dieron cuenta de que el camarón seco podía embarcarse y llevarse por todo el mundo, porque tenemos tantos tipos de camarón y tantas temporadas de camarón aquí”, añade Williams.
John Folse, un chef dueño de un restaurante y experto en la cocina acadiana y criolla de la región, recuerda que siempre había un balde de camarón seco en el patio trasero de su casa en la parroquia de St. James en los años 50.
“Era como tener un regalo constante cuando ya todo se había acabado”, comenta. “Con vegetales insípidos como la berenjena y la calabaza en nuestro jardín, los camarones secos eran perfectos para sacar ese sabor explosivo que no se lograba con carne de cangrejo o camarón común”.
Este ingrediente está arraigado en el panorama culinario del estado, pero es poco probable que los lugareños reconozcan sus orígenes filipinos. Eso se debe a que la historia de Saint Malo en gran parte se ha olvidado.
“En el siglo XX, la razón por la que estas historias se perdieron fue la asimilación y, de alguna manera, la segregación”, explica Randy Gonzales.
Los filipinos son trigueños. Bueno, si eres trigueño, puedes ser blanco o negro, dependiendo de quién está decidiendo. Así que mi abuela tuvo que ir a la escuela y decir, ‘Miren, mi hijo es blanco’ para que no tuviera que asistir a la escuela de negros, que estaba menos dotada. Había razones muy pragmáticas para dejar desaparecer esa identidad”.
También hay factores físicos por los que la historia de Saint Malo se ha perdido. Según Gonzales, hay tan pocos artefactos y registros del asentamiento que es difícil armar una historia de los “manilamen”.
Marina Estrella Espina, autora del libro “Filipinos en Luisiana”, fue una de las primeras historiadoras modernas en documentar la vida de los filipinos en Saint Malo.
Entre 1970 y 1990, rastreó a los descendientes de los “manilamen”, recopiló fotos, certificados de nacimiento y relatos, que guardó en su casa en Nueva Orleans. Pero, todo se perdió en el huracán Katrina que destruyó la ciudad en 2005. Una pérdida devastadora, según la Sociedad Histórica Filipino-Estadounidense.
Las inclemencias del tiempo parecen ser una metáfora de la historia misma de los filipinos en esta región. La tierra alrededor de Saint Malo se está erosionando, señala Gonzales. La parroquia de St. Bernard es conocida por su costa evanescente y podría perder 70% de su tierra en los próximos 50 años si no hay intervención.
Aun así, la historia de estos colonos filipinos está siendo reconocida finalmente.
Gonzales, un destacado investigador de la presencia filipina en EE.UU., ha publicado muchos libros al respecto. En 2019, la Sociedad Histórica Filipinas-Luisiana erigió una placa para conmemorar la historia de Saint Malo y Gonzales escribió el texto que la acompaña.
La placa se encuentra cerca del complejo de museos Los Isleños, a unos pocos kilómetros de donde la aldea hubiera estado. Aunque ya no quedan rastros de sus estructuras en estacas, la historia de los “manilamen” está siendo resaltada en una nueva exposición en la Universidad Nunez de St. Bernard que examina el papel de los filipinos en la historia de Luisiana.
Esa exploración de la historia le recuerda a la gente que “los filipinos fuimos parte de ella, y aquí seguimos [en Luisiana]”, afirma Gonzales. “Hablo de una historia que casi se ha perdido y como una advertencia de que todas nuestras historias se pueden perder de igual manera”.
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