"El más humano de los inmortales": el emotivo obituario de The New York Times
NUEVA YORK.- "El día en que Diego Maradona se despidió, mientras se le quebraba la voz y el lugar que siempre había sido su hogar se agitaba y sollozaba, su mente se desvió hacia los errores que había cometido, el precio que había pagado", dice el diario The New York Times en su sentido obituario sobre Maradona.
"En su momento de despedida, no buscó la absolución. Todo lo que pidió, en cambio, fue que el deporte que había amado y que lo había adorado a cambio, el que había dominado, el que había iluminado, el que elevó a un arte, no estuviera empañado por todo lo que él había hecho", continúa.
La última línea de su discurso de ese día -dice el texto- se convirtió en un aforismo argentino: "La pelota no se mancha", dijo a la multitud que lo adoraba en la Bombonera.
Es posible que Diego Armando Maradona, quien murió el miércoles a los 60 años, fuera el mejor jugador de fútbol que jamás haya respirado, aunque ese es un tema de debate candente e inquebrantable. Menos polémica es la idea de que ningún otro jugador haya inspirado jamás una devoción tan feroz, sostiene el artículo.
"No era un icono sencillo. Luchó con la adicción a las drogas durante décadas. Fue expulsado de una Copa del Mundo en desgracia después de dar positivo por drogas que mejoran el rendimiento. Los problemas de salud lo acosaban, testimonio de una vida de excesos. No reconoció a su hijo, Diego, durante años. En su vida posterior, se separó de su exesposa, Claudia Villafañe, y de sus dos hijas, Giannina y Dalma. Hubo denuncias de abuso doméstico hacia una exnovia. Había armas y asociaciones con el crimen organizado", relata el obituario
"Pero si las fallas disminuyeron lo que era Maradona, pulieron lo que representaba para quienes lo miraban, quienes lo adoraban. Que tal belleza pudiera surgir de tal tumulto le hizo querer decir algo más; le dio una resonancia que se extendió más allá incluso de su enorme capacidad. Su oscuridad agudizó los contornos de su luz", continúa el texto.
Maradona era el ideal platónico de un pibe, todo virtuoso y astucia impetuosa, dice el artículo. Todas esas imágenes icónicas de Maradona son monumentos al espíritu del pibe: saltando por encima de Peter Shilton, el arquero de Inglaterra, el gol que bromearía fue marcado por la Mano de Dios; bailando, un par de minutos después, por toda la selección de Inglaterra para marcar "el gol del siglo", el golpe que llevaría al comentarista Víctor Hugo Morales a declararlo "barrilete cósmico"; de cara a toda la selección belga, la pelota en los pies, una imagen de miedo en el rostro de los adversarios.
"Por muy alto que volara, Maradona nunca se apartó de sus raíces; era un pibe cuando emergió por primera vez, era un pibe cuando arrastró casi sin ayuda a Argentina al Mundial de 1986, y de regreso a la final cuatro años después. Fue un pibe cuando el Barcelona lo convirtió en el jugador más caro del planeta y cuando llevó al Nápoles no a uno, sino a dos títulos de la Serie A. Era un pibe incluso mientras conquistaba el mundo".
Esa fue su gloria, y también fue su perdición. Después de todo, ¿cómo podía esperar un niño que nunca había crecido enfrentarse al mundo en el que se encontraba, a las expectativas y las exigencias, a la idolatría y la tentación?, se pregunta el texto. La luz brillaba con tanta intensidad que la oscuridad que la seguía solo podía crecer.
El texto sostiene que su legado es complejo: "un individuo brillante y atribulado, uno que sufrió dolor pero también lo infligió, un niño y luego un hombre que se derrumbó y quebró bajo la presión de una situación en la que no tenía las herramientas para sobrevivir".
Luego dice que el significado de Maradona es más sencillo. "Encapsuló un ideal, encaprichó a una nación, convirtió un mero juego en una forma de arte. El pibe es un complejo esencialmente argentino, pero que genera un entendimiento global: la brillantez pícara e improvisada de los inocentes".
"Sus defectos y sus demonios no serán olvidados, ni siquiera con el tiempo. Su memoria siempre será compleja. Pero no importa cuán profunda sea la oscuridad, no se debe permitir que oscurezca la luz que trajo. "La pelota no se mancha". La pelota no muestra la suciedad", concluye el artículo.
The New York Times
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