El líder que terminó con la corrupción en su país y lo llevó a ser el más competitivo del mundo
Durante sus cuatro décadas en el poder en Singapur, Lee Kwan Yew puso el eje en la ética pública y convirtió a la pequeña y empobrecida nación portuaria en uno de los “tigres asiáticos”, líder mundial en competitividad
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Desde América Latina hasta en los países desarrollados, la corrupción parece un mal endémico asociado a la política. Pero Lee Kwan Yew (1923-2015) fue un líder contemporáneo que halló la fórmula para transformar la pequeña ciudad-Estado de Singapur, que en los años 60 era un empobrecido puerto del sudeste asiático, centro de contrabando, narcotráfico y prostitución, con un PBI per cápita de apenas 500 dólares, en un país modelo, el cuarto en el ránking mundial de PBI per cápita con más de 65.000 dólares, al tope entre las cinco naciones con menos corrupción, y un ejemplo de conducta cívica que se percibe en las calles siempre impecables, donde escupir un chicle es pasible de una multa de 1000 dólares.
El “padre de la patria” en Singapur, que lideró la independencia de Malasia en 1965 con la firme idea de disciplinar a su sociedad, no tenía pelos en la lengua para hablar. “Es como con los perros. Si uno los entrena de manera adecuada desde cachorros, sabrá que tienen que salir afuera a hacer pis y defecar, y no es necesario un palo para educarlo. Pero nosotros no somos ese tipo de sociedad. Tuvimos que entrenar perros adultos que incluso hoy en día orinan deliberadamente en los ascensores... Pero hay que empezar metiendo en la cárcel a tres de tus amigos, entonces la gente te creerá”, decía el llamado “dictador bueno”.
Efectivamente, el líder conocido en su país como “Harry Lee”, o por sus iniciales LKY, no fue precisamente un impulsor de valores sagrados en Occidente, como la defensa de los derechos humanos o la alternancia en el poder, en un país gobernado desde hace seis décadas por el mismo partido, en el que no le tembló el pulso para poner a varios líderes opositores en la cárcel, donde hay pena de muerte y el azote es una forma de castigo aplicado por la justicia.
Harry Lee no le esquivaba el bulto a la cuestión y sostenía que los “valores asiáticos” diferían de los occidentales. “Una diferencia fundamental entre la cultura estadounidense y la oriental es la posición del individuo en la sociedad. En la cultura estadounidense, el interés de un individuo es primordial. Esto hace que la sociedad estadounidense sea más agresivamente competitiva, con una ventaja más nítida y un mayor rendimiento. En Singapur, los intereses de la sociedad prevalecen sobre los del individuo”, decía.
En efecto, si es por los “valores asiáticos”, Singapur no es en la región el menos “democrático” en un sentido occidental, si se mira a vecinos como Tailandia, Camboya, Myanmar, Vietnam o incluso China.
La ciudad-Estado de Singapur, con seis millones de habitantes -el 75% de ascendencia china y el 13% malayos-, está conformada por 63 islas, y tiene una superficie de apenas 728 km2 -algo más de tres veces la Ciudad Autónoma de Buenos Aires-, sin demasiados recursos naturales más que sus costas sobre un estrecho clave, ruta obligada para el comercio internacional entre el Océano Índico y el Pacífico.
Precisamente esta característica de “país portuario”, donde históricamente atracaron infinidad de barcos de todas las nacionalidades, lo convirtieron en una nación corrompida por mercaderes que estaban de paso y dispuestos a conseguir lo que deseaban a cambio de dinero.
Cuando LKY asumió a los 42 años como primer jefe de gobierno de su país independizado, era un abogado de clase media alta singapurense, graduado en la universidad de Cambridge, con un fuerte sentido de la disciplina heredado de su formación británica y también de su servicio durante la ocupación japonesa (1942-1945), país al que elogiaba por su severidad en la lucha contra el crimen. “Nunca he creído a los que abogan por un enfoque suave del crimen y el castigo, alegando que el castigo no reduce el crimen”, dijo.
Así, cuando llegó al poder con su Partido Acción Popular (PAP) y a lo largo de sus 40 años de gobierno, tomó la lucha contra la corrupción como su principal bandera y la basó en cuatro patas.
“El primer elemento clave de su lucha contra la corrupción fue la Oficina de Investigación de la Corrupción (BCI)”, señaló a LA NACION el doctor Fernando Pedrosa, un conocedor de Singapur, que dicta en la UBA la cátedra “Sistemas políticos del Sudeste Asiático”.
Se trata de un organismo autónomo que funciona aún hoy, y que tiene amplios poderes de investigación y aplicación de justicia y castigos. Sus agentes verifican constantemente las cuentas bancarias y propiedades, no solo de los funcionarios, sino también de todos sus parientes e incluso amigos. La BCI puede confiscar automáticamente cualquier ingreso derivado de acciones corruptas. Y las sanciones son más graves si el hecho está vinculado con gastos sociales, de educación o salud. Como a un funcionario singapurense más, el BCI tuvo bajo su lupa a LKY y a todos sus familiares y amigos durante sus cuatro décadas en el poder, pero el mandatario predicaba con el ejemplo.
“El solo hecho de ser acusado por un hecho de corrupción en Singapur, significa una afrenta gravísima para el funcionario y toda su familia. De hecho, en 1986, el exministro de Desarrollo, Teh Cheang Wan, se suicidó cuando comenzaba la investigación porque, aunque sostenía su inocencia, no pudo resistir la deshonra de ser acusado”, recordó Pedrosa.
En su carta de despedida Teh escribió: “Como honorable caballero oriental, creo que es justo que pague la pena más alta por mi error”, dijo.
La segunda pata de la lucha contra la corrupción fue la “presunción de culpabilidad”, una herramienta legal que luego se aplicó en otros países. En Singapur los funcionarios y exfuncionarios deben demostrar que todos sus bienes y propiedades fueron adquiridos de forma legal. De lo contrario le son confiscados y la pena es de prisión. La carga de probar la inocencia está transferida al funcionario no a la Justicia que siempre presume culpabilidad.
“Una tercera pata en la que se basó la campaña anticorrupción de LKY fue la profesionalización del empleo público. Los funcionarios en Singapur ganan mucho dinero. El sueldo de un ministro ronda el millón de dólares anuales, mucho más del doble del salario del presidente de Estados Unidos, de 400.000 dólares. El estímulo apunta a que el funcionario no quiera arriesgar sus beneficios por un hecho de corrupción”, señaló Pedrosa.
Secreto
Por último, la cuarta pata tiene que ver también con el secreto que permitió el gigantesco desarrollo económico de Singapur: la eliminación de normas burocráticas. “LKY consideró que cada reglamentación innecesaria era un nido potencial para la corrupción. Los empresarios se ven más tentados de coimear cuanto mayor es la cantidad de normas a cumplir. Por eso realizó una amplia simplificación del sistema burocrático”, afirmó el experto de la UBA.
Así, Singapur figura hoy al tope como “el país más competitivo del mundo”, por encima incluso de Estados Unidos, en el ránking del Foro Económico Mundial. Es el líder mundial en infraestructura, salud y mercado laboral para favorecer las inversiones. Hay más de 37.400 empresas internacionales con sede en Singapur, incluidas 7000 multinacionales y al menos la mitad de ellas utilizan Singapur como su sede regional para sus negocios en Asia Pacífico.
El 80% de las viviendas de Singapur, siempre cómodas y confortables, son provistas por el Estado con un sistema de leasing a 99 años y además, para favorecer la integración social, los departamentos de un edificio se reparten según la cuota racial del país (chinos, malayos, indios, extranjeros, etc).
La educación, siempre bilingüe, es gratuita en la primaria, mientras que la secundaria y la universidad tienen aranceles simbólicos para los ciudadanos singapurenses, y están ampliamente integradas con el mundo laboral y científico del país.
La misma severidad que para los funcionarios es aplicada para el castigo de los delitos de los ciudadanos comunes, lo que muchos señalan como el motivo de los bajísimos índice de delincuencia y criminalidad.
Poco a poco Singapur se va haciendo un país más multipartidario. En las elecciones del año pasado el PAP oficialista, liderado ahora por el hijo de LKY, Lee Hsien Loong, actual primer ministro, obtuvo el 61% de los votos, y otros dos partidos lograron alrededor del 11%, uno de ellos liderado por otro hijo de LKY, Lee Hsien Yang.
Hacia el final de su vida, LKY miró el camino recorrido y reflexionó: “A menudo se me acusa de haber interferido en la vida privada de los ciudadanos. Si no lo hubiera hecho no estaríamos aquí hoy. No habríamos progresado económicamente si no hubiéramos intervenido en asuntos muy personales como decidir quién es tu vecino, cómo vives, el ruido que haces, si escupes o mascas chicle, o qué idioma usas. Decidimos lo que consideramos correcto. No importa lo que piense la gente “.
A modo de epílogo Pedrosa agrega: “no sé cuanto se puede imitar en otros lugares la experiencia de Singapur. Como ‘padre de la patria’, LKY le impuso a su país desde el comienzo ese sello de la lucha contra la corrupción y la apertura económica. Son valores de una etapa fundacional fijados a través de leyes y normas, como fue la integración de todas las razas en la Argentina o, más recientemente, la defensa de los derechos humanos a partir de 1983. La tarea es mucho más difícil cuando hay una identidad nacional consolidada”, concluye el experto.
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