El líder del Kremlin ya puede considerar un éxito la cumbre
MOSCÚ.- Hoy, cuando el presidente ruso, Vladimir Putin , se siente en Helsinki frente a su par norteamericano, Donald Trump , para la tan esperada cumbre, ya habrá logrado prácticamente todo lo que razonablemente podría esperar.
Todo lo que necesita para salir victorioso es que su reunión con Trump transcurra sin grandes fricciones, lo que marcará el final simbólico de los intentos de Occidente de aislar a Rusia por sus acciones contra Ucrania en 2014, por su interferencia en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016 y otras razones que el Departamento del Tesoro de Estados Unidos describió como la "actividad maligna" de Rusia por todo el mundo.
"Lo que Moscú necesita principalmente es que Trump diga 'lo que pasó pasó, porque tenemos que hacer que el mundo funcione'", dice Vladimir Frolov, un analista independiente de política exterior de Moscú.
Como en cualquier negociación, el manejo de los tiempos es todo, y últimamente Putin ganó mucho impulso. Llegará a Helsinki tras haber presidido la final de la Copa del Mundo en Moscú y se reunirá con un presidente estadounidense que se pasó la semana pasada protestando contra sus aliados de la OTAN y socavando el poder de su anfitriona en Gran Bretaña, la primera ministra Theresa May.
Incluso la imputación anunciada el viernes en Washington contra 12 oficiales militares de inteligencia rusos, que instó a algunos demócratas a pedir la anulación de la cumbre en Helsinki, podría ayudar a Putin a jugar con la teoría del complot, defendida desde hace mucho tanto por el Kremlin como por la Casa Blanca, de que el "Estado profundo" está determinado a sabotear los vínculos de Trump con Rusia. De hecho, justo antes de que fueran anunciadas las imputaciones, Trump calificó la investigación contra Rusia como una "caza de brujas orquestada" que "en realidad daña nuestra relación con Rusia".
Cualquier cosa que genere divisiones dentro de Estados Unidos o con sus aliados es vista desde Moscú como una victoria. A través de hackers, campañas de desinformación y apoyo a fuerzas populistas de extrema derecha en Europa, Putin busca desde hace tiempo fracturar Occidente y quebrar el orden geopolítico establecido. Pero Trump, que con frecuencia ataca a los líderes europeos y lanzó una guerra comercial con uno de los aliados más cercanos de Estados Unidos, ahora está haciendo ese trabajo por Putin.
Las constantes diatribas de Trump sobre los gastos en la OTAN y su furia contra las prácticas comerciales de la Unión Europea, que recientemente describió como "posiblemente tan malas como las de China, solo menores", sorprendieron hasta a los críticos de Rusia que desde hace años veían los intentos infructuosos de Putin de socavar la alianza transatlántica, al igual que los líderes de la era soviética.
"Somos testigos de algo sorprendente, algo que incluso la Unión Soviética era incapaz de lograr: dividir a Estados Unidos de Europa Occidental. En su época no funcionó, pero con Trump ahora parece estar funcionando", dice Tatyana Parkhalina, presidenta de la Asociación para la Cooperación Euroatlántica.
La cumbre le ofrece a Putin una oportunidad para restaurar lo que él y Trump ven como el orden natural de los negocios en el mundo, un orden en el que las alianzas diplomáticas tradicionales no están presupuestas, los países pequeños no importan demasiado y las grandes potencias actúan sobre todo por propio interés. En ese orden, Rusia juega un rol central, en lugar de ser tratada como un paria o una sombra de lo que fue.
Cualquiera sea el resultado de las negociaciones, gracias al firme control del Kremlin sobre todos los canales de televisión rusos, Putin podrá mostrar su reunión con Trump como una prueba de que su país salió del frío y que, tal como lo sugirió Trump el mes pasado, Rusia debería ser readmitida en el G7. Pero Trump no puede invitar unilateralmente a Putin, pero al reunirse con el líder ruso en Helsinki envía un mensaje de que, tal como declaró la entonces primera ministra británica Margaret Thatcher luego de reunirse con Mijaíl Gorbachov en 1984, "podemos hacer negocios juntos".
Conscientes de las presiones que pesan sobre Trump, los funcionarios rusos descartaron que la reunión dé como resultado algún avance sorprendente. Saben bien que el establishment estadounidense sigue sintiendo una profunda desconfianza hacia Rusia.
Trump dijo que Putin -que vio pasar a los tres presidentes estadounidenses anteriores y frustró las esperanzas de cada uno de ellos de relanzar las relaciones bilaterales- "quizá sea el líder más fácil a la hora de negociar".
"Vladimir Putin le va a dar una clase magistral a ese político inexperto", predijo Sergei Mironov, el líder de Rusia Justa, un partido que en los papeles es opositor, pero que en realidad está alineado con la política del Kremlin.
Stephen Sestanovich, que trabajó en el Departamento de Estado en la presidencia de Bill Clinton, dice que los líderes tienen que hablar, y se mostró crítico de quienes dicen que Trump debería evitar a Putin. Pero advirtió que Trump no puede ser demasiado amistoso con el líder ruso, por temor a fortalecer la oposición a su política exterior en el Congreso y en Europa. "Tiene que manejarlo bien, si no, su fiesta de amor en Helsinki puede hacerse pedazos", dice Sestanovich.
Eso podría suceder, por ejemplo, si Trump repitiera en Helsinki su actuación en mayo en Singapur, donde se reunió con el dictador norcoreano Kim Jong-un, lo elogió y después accedió a terminar con los ejercicios militares estadounidenses en conjunto con las fuerzas militares surcoreanas, una concesión que Pyongyang reclamaba desde hacía años.
Para Ian Bond, exdiplomático británico en Moscú que ahora es director de política exterior del Centro de Reforma Europeo, "Putin versus Trump no es una competencia pareja" debido a la gran ventaja del líder ruso en conocimientos geopolíticos y a su pasado en la KGB, que le enseñó el arte de la persuasión, la adulación y el subterfugio.
Traducción de Jaime Arrambide
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