El Líbano, al borde de un colapso que puede alterar los equilibrios de Medio Oriente
TÚNEZ.– Hubo un tiempo no tan lejano en el que el Líbano , a pesar de su diminuta superficie, era el maltrecho corazón del mundo árabe y su más potente centro cultural.
A finales de los años 70, allí estaba situada la sede de la OLP de Yaser Arafat y, en su guerra civil, se involucraron todas las potencias, deseosas de hacerse con su control. La relevancia del país de los cedros para el sistema árabe es hoy mucho menor, pero las ondas expansivas de su colapso, más probable tras la brutal explosión del martes pasado, podrían sacudir toda la región.
El pequeño Líbano continúa siendo escenario de la batalla por la supremacía regional. De hecho, así ha sido durante casi los últimos dos siglos a causa de su posición geoestratégica, y sobre todo, de su asombrosa diversidad étnica y religiosa. Nada menos que 17 comunidades religiosas son reconocidas en su Constitución, y en sus disputas por la hegemonía no han dudado en tejer alianza con un patrón extranjero.
Por ejemplo, mientras la poderosa milicia chiita Hezbollah cuenta con el apoyo económico y militar de la también chiita Irán, el sunnita Saad Hariri es el cliente de Arabia Saudita. Ambas potencias, y sus respectivos aliados, como Estados Unidos , libran una dura lucha por la supremacía en diversos países de la región. Por lo tanto, un cambio en los delicados equilibrios internos libaneses tendría un impacto en el escenario de todo Oriente Medio.
Ahora bien, el impacto quizás será más importante en el ámbito económico. Desde hace décadas, el Líbano ha desempeñado un papel neurálgico como centro financiero de la región, tan solo eclipsado en los últimos veinte años por la pujante Dubai.
Las regulaciones de tipo liberal de su sistema financiero, y la influencia de los diversos partidos políticos sobre él, lo convirtieron en un lugar preferencial para el blanqueo de dinero y todo tipo de transacciones de dudosa legalidad entre actores y empresas de los países vecinos.
Quizás el país más directamente afectado por lo que pasa en el Líbano sea Siria . Beirut y Damasco son las dos capitales del mundo más cercanas –excluyendo, claro, el Vaticano–, y los lazos familiares, políticos, comerciales y sociales entre ambos países son muy estrechos.
Más que jeques sauditas o agentes iraníes, quien había depositado sus cuentas en el país era la clase alta siria, que podía así escapar a las restricciones derivadas de las sanciones impuestas al régimen de Al-Assad al inicio de la guerra civil. Y ahora, todos sus ahorros podrían esfumarse si las instituciones libanesas, incluyendo sus bancos, se acaban hundiendo.
Maldición bíblica
Como si hubiera sido golpeado por una maldición bíblica, las crisis de todo tipo se han ido acumulando en los últimos años en el Líbano. Como consecuencia de la guerra de Siria, recibió una avalancha de refugiados que lo convirtieron en el país del mundo con más refugiados per cápita y pusieron sus servicios públicos en una situación de estrés.
Después, vendrían la crisis política, con protestas masivas en las calles; la económica, con la caída libre de la moneda local, y la sanitaria, derivada de la pandemia del nuevo coronavirus. Y, para rematar todo, la destrucción de una parte de la capital con un accidente que pone de manifiesto la que, para muchos, es la causa originaria de todos los males del país: la corrupción extrema de un sistema oligárquico .
Con la mitad de la población viviendo por debajo del umbral de la pobreza después de que la moneda local se devaluó un 80% desde octubre pasado, el sistema político de tipo confesional que rige el país amenaza con colapsar.
"En los últimos 30 años, los señores de la guerra civil se arrogaron la representación de su grupo religioso y construyeron un sistema clientelista que les permitió mantenerse en el poder, pero que gangrenó el Estado", sostiene el analista político Camille Ammoun.
La incompetencia y corrupción del Estado ha hecho que la narrativa en las escena política, dominada por la confrontación sectaria, se haya transformado entre un conflicto entre el pueblo y la oligarquía. Esa era la visión de los manifestantes que lanzaron una potente ola de protestas en octubre pasado, y que ahora está volviendo a renacer con nuevos bríos. Es una versión árabe de aquel "¡Que se vayan todos!" argentino.
Frente a anteriores crisis, las ayudas financieras de las potencias internacionales ayudaron a la clase dirigente a capear el temporal. Pero esta vez, no parece que lo vayan a hacer, como dejó claro el jueves el presidente francés Emmanuel Macron desde Beirut.
Nadie es capaz de aventurar hacia dónde va el Líbano, pero todo el mundo en la región sabe que tendrá un impacto importante más allá de sus fronteras.
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