El legado de Stalin aún es motivo de polémica
Los rusos también debaten sobre la causa de su fallecimiento
MOSCU.- Hoy, cuando se cumple medio siglo de la desaparición de Joseph Stalin, los rusos aún discuten sobre las causas de la muerte y el legado de quien fue una de las figuras más controvertidas de la historia mundial y quien hasta la fecha es adorado como un dios u odiado como un déspota.
El dictador soviético Iosif Dzhugashvili, más conocido como Stalin (apodo que él mismo eligió porque significa "hombre de acero" en ruso) falleció en Moscú el 5 de marzo de 1953 -tenía 73 años- a causa de un derrame cerebral causado por la hipertensión, según consta en el certificado de defunción.
El resultado de la autopsia fue publicado en todos los diarios de la URSS y del mundo, pero quizá los únicos en desconfiar de la versión oficial fueron los propios soviéticos, a quienes la prensa stalinista había enseñado a no creer lo escrito y buscar la verdad entre líneas.
Primero, los rumores atribuyeron la muerte de Stalin a un malintencionado tratamiento médico, pero luego corrió la voz de que el Gran Caudillo había sido envenenado.
¿Fue el temido y sanguinario jefe de los servicios secretos, Lavrenti Beria, quien habría ordenado matar al dirigente georgiano, ansioso por acelerar el reparto de poder? ¿O la decisión de acabar con su vida provino tal vez de sus ayudantes cercanos, sabedores de que se acercaba la "purga" contra ellos?
Otra versión, en tanto, señala que Stalin fue liquidado porque planeaba lanzar a la Unión Soviética a una tercera guerra mundial, un conflicto que su gente no estaba preparada para pelear.
Emociones encontradas
Pero si las intrigas y misterios en torno de su muerte aún persisten, empalidecen al lado de las emociones encontradas que la sola mención de su nombre suscita en Rusia, donde permanece en el recuerdo de su gente como símbolo de fuerza y orden y, a la vez, como el tirano responsable de la muerte de millones de personas.
Algunos, de hecho, alegan que su papel en la victoria de las fuerzas soviéticas sobre el nazismo y en la transformación de Rusia en una potencia industrial vale más que el terror que sembró entre la población.
Pocos olvidan, en cambio, que los casi 30 años de su férreo régimen, sin parangón en la historia europea del siglo XX, estuvieron marcados por depuraciones masivas, arrestos arbitrarios, limpiezas étnicas, ejecuciones y deportaciones sistemáticas.
La brutal represión, de hecho, dejó 20 millones de muertos, el doble de víctimas que la dictadura nazi (según un aforismo que se le atribuye, Stalin solía decir que la muerte de una persona es una tragedia, y la muerte de un millón, mera estadística).
Este hombre de tupidos bigotes negros, que hacía del culto a su personalidad una disciplina y cuya vida estuvo marcada por la paranoia, había nacido en Georgia, en Asia central, en 1879, hijo de un zapatero alcohólico y golpeador y de una lavandera. Recibió una breve formación como seminarista -fue expulsado por sus ideas agitadoras- antes de unirse a los movimientos revolucionarios clandestinos. Se hizo cargo del liderazgo comunista tras la muerte del fundador del Estado soviético, Vladimir Lenin, en 1924.
En los años siguientes, varios millones de personas murieron en sus purgas masivas, de hambre y en la colectivización forzosa de las tierras de cultivo.
Luego de su muerte -que fue recibida con alivio y felicidad por unos y con dolor e incluso histeria por otros-, cientos de monumentos públicos y bustos del dictador fueron destruidos cuando su sucesor, Nikita Khrushchev, lanzó su campaña de "desestalinización". Sin embargo, la antigua Unión Soviética no ha terminado de ajustar cuentas con Stalin, y su marca aún parece estar fresca en la sociedad.
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