Las rocas cubren el suelo de la cavidad de 70.000 años de antigüedad, mientras el musgo y los helechos se aferran a la parte superior del agujero de tres metros
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Auckland es la ciudad más grande de Nueva Zelanda y bajo ella se extiende una red igualmente extensa de cuevas de lava. En medio del prado, en el centro de la ciudad, la tapa de un pozo aparece como el único indicio de la entrada a una cueva de lava de unos 70.000 años. Es solo una de las cientos de cuevas que existen debajo de la ciudad.
Cada mes, una nueva cueva es descubierta. Por eso, se ha puesto en marcha un nuevo proyecto cartográfico para determinar su ubicación exacta, servir de modelo para otras zonas volcánicas del mundo y evitar posibles catástrofes.
La situación de Auckland, al ser una ciudad construida sobre un campo volcánico activo, es “realmente especial e inusual”, dice Kate Lewis, experta en geopatrimonio del Ayuntamiento de Auckland.
Por eso es tan importante -y difícil- proteger las cuevas que se forman tras las erupciones. “Hay un elemento de peligro, otro de ingeniería y otro de patrimonio. Y también hay un enorme componente cultural”, dice Lewis.
Las rocas cubren el suelo de la cueva de 70.000 años de antigüedad, mientras el musgo y los helechos se aferran a la parte superior del agujero de tres metros de profundidad, formado “muy rápidamente” una vez iniciada la erupción.
Las actuales cuevas de la ciudad han ido tomando forma a lo largo de 200.000 años. Las más recientes se crearon tras la erupción del Rangitoto, la única montaña de Auckland que ha hecho erupción dos veces, hace unos 550 años.
El origen de las cuevas
“Las cuevas son tubos de lava vacíos que se forman durante el transporte de lava fundida normalmente fluida”, explica David Clague, vulcanólogo del Instituto de Investigación del Acuario de la Bahía de Monterrey, de California.
Durante las erupciones energéticas, la roca fundida se vuelca sobre la superficie de la Tierra, desplazándose hacia abajo antes de enfriarse y formar una corteza. “Al principio, cuando la lava de roca fundida se endurece es muy vidriosa, se convierte en un aislante increíble, por lo que puede extenderse a lo largo de kilómetros”, añade Lewis, que describe el material que fluye como “melaza o miel”.
Cuando se interrumpe el suministro de lava, ya sea porque el magma ha dejado de ascender o porque se ha desviado a otro lugar, se drena y quedan vacías las cuevas.
Las cuevas se encuentran por donde corre lava, pero más frecuentes donde la lava es fluida y circula con rapidez, explica Clague.
Estos son rasgos comunes de lugares como Hawai e Islandia, así como en grupos de islas volcánicas oceánicas como las Galápagos, las Azores y Tahití.
Las cuevas más largas de Auckland alcanzan los 290 metros mientras que en Estados Unidos esa cifra se aproxima a los 4 km, siendo la cueva del Mono del Parque Nacional de Gifford, en Washington, la cueva más larga de Norteamérica.
Las versiones estadounidenses que pueden encontrarse en estados como Hawái, California, Nuevo México, Oregón, Utah y Arizona pueden ser mucho más laberínticas.
Algunas presentan divisiones, cruces, distintos niveles y caídas repentinas, imitando la forma en que la lava paso por ellas hace miles de años.
Los usos de las cuevas
Las cuevas de lava no son sólo una peculiaridad geológica, sino que han llegado a tener un significado práctico y cultural a lo largo de los milenios.
En la cueva de Bobcat, en Idaho, las investigaciones han demostrado que los nativos americanos utilizaban las estructuras como heladeras en tiempos difíciles, probablemente para conservar carne de bisonte durante los periodos de caza en barbecho.
Para los maoríes, que se asentaron en Nueva Zelanda en torno al siglo XIII, varias cuevas de Auckland son sagradas y se utilizan como sepulturas de restos humanos.
Sin embargo, desde principios del siglo XIX, cuando se formó el país y se le concedió la soberanía británica, los koiwi descubiertos han sido robados para colecciones privadas y museos, llegando en algunos casos hasta el Reino Unido o Estados Unidos.
Esto demuestra una “falta de cuidado o de comprensión por parte de la gente nueva que llega y que no ha respetado esos yacimientos”, dice Malcolm Paterson, practicante del patrimonio maorí local perteneciente a la tribu Ngāti Whātua de la región de Auckland.
A lo largo de su vida, se han extraído restos humanos de cuevas, a veces “con fines realmente irrespetuosos; un pisapapeles de calavera, por ejemplo. Todos hemos visto y sabemos de casos en los que nuestros lugares sagrados no han sido tratados como nos gustaría”.
Las cuevas también han sido reutilizadas como imprenta clandestina de los comunistas en 1940, como criadero de hongos en los años 1970 y, más recientemente, en un anuncio de venta de una casa, como bodega de vinos.
“Utilizarlos hoy en día con fines profanos sería lo mismo que entrar en una iglesia y celebrar una fiesta: no es apropiado”, afirma Paterson.
Los descubrimientos
El equipo de la cartógrafa Kate Lewis es el encargado de determinar cómo se deben gestionar las cuevas descubiertas en terrenos privados, que son alrededor del 90% de las que existen en la ciudad.
Existe una “norma sobre descubrimientos accidentales” para quienes se topen con una de ellas por casualidad.
El procedimiento es el mismo que aplica a alguien que descubre un yacimiento arqueológico, residuos peligrosos o huesos en un cementerio y tiene que detener las obras y proteger la zona.
A medida que los proyectos de urbanización se extienden por la ciudad, el teléfono suena cada vez más seguido. Cuando una excavadora da con una cueva, Lewis y sus colegas deben determinar su tamaño y características antes de que las obras continúen.
“Miramos dentro, y luego intentamos averiguar qué hacemos con los contratistas, con los propietarios de los terrenos y cómo podemos preservar la cueva mientras continuamos con el proyecto de construcción. Ha sido todo un trabajo”.
Para los propietarios privados, encontrar lo que equivale a restos arqueológicos bajo sus casas no siempre es una bendición.
La mayoría opta por mantenerlo en secreto, tanto para evitar que llegue la gente del lugar y los turistas a echar un vistazo como por lo que pueda llegar a pasar con el valor de sus terrenos.
“Si alguien tuviera una cueva bajo sus tierras, sería el fin de un sótano, el fin de una piscina. La gente se pone algo sensible sobre el tema”, dice Lewis.
Descubrir una cueva también puede ser peligroso. Ha habido casos de excavadoras que se chocan contra agujeros. En tanto continúe la construcción en toda Auckland es probable que eso se convierta en algo habitual.
“Tenemos viviendas limitadas, así que estamos viendo un aumento del desarrollo en toda la ciudad”, afirma Jaxon Ingold, estudiante de máster en la Universidad de Auckland que trabaja en el proyecto de cartografía. “Con este aumento de la construcción, habrá más edificios y más excavaciones, por lo que sin duda se encontrarán más cuevas de lava”.
Esto no sólo afecta potencialmente a los trabajadores de la construcción, sino que “ha amenazado a muchas de las cuevas de lava de Auckland, poniéndolas en riesgo de destrucción”.
La amenaza latente
Además de los problemas provocados por el hombre, también hay otros geológicos. Para Lewis, Auckland puede sufrir una erupción en cualquier momento.
Para prevenir una catástrofe, existe una vigilancia activa y un plan de contingencia volcánica diseñado por Determining Volcanic Risk (Devora), que es financiado por la Comisión de Terremotos y el Ayuntamiento de Auckland.
A falta de saber dónde se producirá la próxima erupción, Devora ha trazado siete escenarios diferentes en diversas partes de Auckland, para saber qué aspecto podría tener una erupción en el caso de que suceda, cómo se comportaría el volcán, cuáles serían los problemas de evacuación y cuáles serían los problemas de infraestructura.
Las autoridades, añade Lewis, “se lo toman muy en serio, porque si bien la probabilidad es bastante baja, el impacto sería enorme”. La creación de la primera base de datos de cuevas de lava de Auckland será una oportunidad para preparar a la ciudad -y quizá a otras- para estar prevenida a futuros peligros.
“Observar los flujos de lava del pasado [la roca dura que fluyó en la historia eruptiva de un volcán] puede ayudarnos a aprender más sobre la forma en que se desplazan los flujos de lava”, afirma Ingold.
Mientras que cuevas como ésta en el centro de Auckland están selladas, salvo por la entrada, en cuevas de lava como las de Hawai que están potencialmente abiertas en más de un lugar, la lava puede entonces reactivar las cuevas”.
Tras las graves inundaciones que sufrió Auckland el año pasado, los geólogos saben que el agua puede fluir fácilmente por las cuevas, lo que aumenta la probabilidad de que la lava fundida pueda volver.
Ingold espera que su trabajo pueda servir de modelo para otras zonas volcánicas similares del mundo. Aunque sabe que habría “necesidades diferentes, según el lugar del mundo en que nos encontremos”.
Aun así, admite que “sería genial” la idea de que esta base de datos incipiente pueda redefinir el futuro de las cuevas de lava en todo el mundo.
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