El juego de Rusia: un año en el que el mundo bailó al ritmo de Putin
Ni los problemas domésticos ni la contracción de la economía frenaron la expansión de la influencia del Kremlin en Medio Oriente y el norte de África, y el acercamiento a China
MOSCÚ.- La economía rusa ya es más chica que la de Italia y tal vez esté ahogada, pero dos décadas después de aquel 31 de diciembre de 1999, cuando un casi ignoto espía de la KGB asumió el poder en el Kremlin, Rusia y su presidente, Vladimir Putin, quizás hayan vivido su mejor año hasta el momento.
Estados Unidos, su implacable adversario durante la Guerra Fría, pero ahora a cargo de un presidente decidido a "llevarse bien con Rusia", está convulsionado y distraído con el juicio político. Gran Bretaña, el otro pilar fundamental de la alianza transatlántica que Putin trató de socavar durante años, también está volcada sobre sí misma y acaba de votar a un gobierno que promete sacarla de la Unión Europea para fines de enero.
Medio Oriente, donde antes primaba la influencia británica y norteamericana, se fue inclinando hacia Moscú a medida que el Kremlin dio vuelta la guerra en Siria, proveyó de avanzados sistemas misilísticos a Turquía -miembro de la OTAN- y firmó contratos megamillonarios con Arabia Saudita, el mayor aliado de Estados Unidos en el mundo árabe. Rusia también se acercó a Egipto, otro viejo aliado de Estados Unidos, se convirtió en un actor crucial en la guerra civil en Libia y avanza cada vez más hacia algo parecido a una alianza con China.
Apenas cinco años pasaron desde aquel desdeñoso juicio de 2014 del presidente Barack Obama, cuando dijo que Rusia era una "potencia regional, apenas capaz de amenazar a sus vecinos, no por su fuerza, sino por su debilidad". El éxito de Rusia en estos años plantea una desconcertante pregunta: ¿cómo hizo un país como Rusia, inmenso en tamaño -11 husos horarios- pero ínfimo en términos económicos y de otras mediciones, para convertirse en una potencia semejante?
"Cuando colapsó la Unión Soviética, todos se preguntaban lo mismo", recuerda Nina Kruscheva, nieta del líder soviético Nikita Kruschev y experta en asuntos rusos de la New School, de Nueva York: "¿Cómo es posible que un sistema tan podrido estuviera tan por encima de sus fuerzas?".
Según Kruscheva, Occidente siempre leyó erróneamente a ese país de ambiciones tan inmensas como su territorio, y que suele parecer desconectado del resto de la realidad. "Putin es un tecnócrata y un fanático religioso al mismo tiempo, un exhibicionista y un maestro del secretismo", dice la experta. "Uno espera una cosa, linealmente, y de pronto ocurre todo lo contrario, como un juego de humo y espejos".
A principios de este año, Vladislav Surkov, un histórico asesor del Kremlin, escribió en el diario moscovita Nezavisimaya Gazeta que bajo el gobierno de Putin Rusia "está jugando con la mente de Occidente".
Y también con la propia.
Hace dos décadas, cuando era corresponsal desde Moscú, y Boris Yeltsin, el primer presidente ruso elegido democráticamente, le entregó el poder a Putin, viajé a San Petersburgo, ciudad natal del flamante mandatario, para tratar de desentrañar qué chances tendría Putin -si es que tendría alguna- de poder manejar, ni hablar de revertir, la sombría situación que había recibido.
Rusia era un caos: tras el colapso de la Unión Soviética, la economía seguía sumida en una parálisis peor que la Gran Depresión de Estados Unidos; las Fuerzas Armadas eran tan débiles que habían perdido la guerra en la insignificante Chechenia, y la población rusa estaba tan desilusionada de las promesas de Yeltsin de un nuevo amanecer capitalista que había llenado el Parlamento de comunistas, avivados y fascistas encubiertos.
Una charla con la profesora de biología del secundario de Putin, sin embargo, me alcanzó para entender que, como dice el refrán popular, "la esperanza es lo último que se pierde". La docente recordaba a Putin no solo como un alumno aplicado, sino como un excepcional jugador de básquet, porque "era muy alto".
Que el menudo presidente se hubiese agigantado en su memoria hasta convertirse en una mole me dio un primer pantallazo de lo que 20 años después terminó definiendo el gobierno de Putin: su capacidad para presentarse a sí mismo y a su país como más alto de lo que los datos objetivos parecen justificar.
Y no es tan solo un truco de ilusionismo.
"Aunque le toque una mala mano de cartas, nunca parece jugarlas con miedo", dice Michael McFaul, exembajador norteamericano en Moscú y profesor de la Universidad de Stanford. "Por eso mete tanto miedo".
Pocas horas después de asumir, y como demostración de ímpetu y determinación, Putin fue a Chechenia y aplastó la rebelión. También modernizó de inmediato las Fuerzas Armadas y puso freno -empujándolos al exilio, encarcelándolos o aterrorizándolos- a los oligarcas que tanto habían hecho durante el gobierno de Yeltsin para desacreditar el capitalismo y la democracia. Desde entonces, Putin alimentó a una nueva camada de oligarcas obedientes y leales al Kremlin.
Al mismo tiempo, según Gleb Pavlovsky, politólogo que trabajó durante más de una década como asesor del Kremlin, la Rusia de Putin sigue pareciéndose a esos exoesqueletos de las películas de ciencia ficción: "Sentada adentro hay una persona pequeña, débil y tal vez temerosa, pero por fuera parece aterradora".
"La ideología del futuro"
La economía de Rusia queda reducida al enanismo frente a la de Estados Unidos, 10 veces más grande en término de dólares. De hecho, ni siquiera integra el "top 10" de las economías del mundo, y este año creció apenas el 1%. Rusia tampoco tiene demasiado ascendiente cultural más allá de sus fronteras, más allá de destacarse en música clásica, ballet y otras artes. Corea del Sur, por ejemplo, gracias al K-pop y a sus películas, tiene actualmente más alcance cultural que Rusia.
Sin embargo, Rusia se ha convertido en el modelo a seguir de los autócratas y aspirantes a serlo de todo el mundo, pionera en el uso de medios y otras herramientas -conocidas en Rusia como "tecnologías políticas"-, que esos líderes utilizan actualmente, con o sin ayuda de Moscú, para generar disrupciones en un orden mundial otrora dominado por Estados Unidos. Eso incluye la difusión de noticias falsas o al menos sumamente engañosas, el enmascaramiento de hechos simples detrás de complicadas teorías conspirativas y la denuncia de los opositores políticos como traidores o como "enemigos del pueblo", un término que el presidente Donald Trump tomó prestado de Josef Stalin.
Según Surkov, asesor del Kremlin, más allá de sus problemas, Rusia creó "la ideología del futuro", que prescinde de la "ilusión de libre elección" que ofrece Occidente y se afianza en la voluntad de un único líder que puede hacer esas elecciones rápidamente y sin impedimentos.
China también ha defendido la autocracia como camino para obtener resultados rápidamente, pero ni siquiera Xi Jinping, líder del Partido Comunista, pudo igualar la vertiginosa velocidad con la que Putin ordenó y concretó, por ejemplo, la anexión de Crimea. La decisión de arrebatarle esa península del Mar Negro a Ucrania se tomó literalmente de la noche a la mañana en el Kremlin en febrero de 2014, y fue consumada apenas cuatro días después con el envío de unos pocos oficiales de las fuerzas especiales rusas, que ocuparon un puñado de edificios de gobierno en Simferopol, la capital de Crimea.
No todos los rusos están convencidos, en especial los jóvenes de Moscú y San Petersburgo, que se manifestaron durante este año para decir que a Putin se le acabó el tiempo.
Pero las fuerzas de seguridad pusieron rápidamente fin a las protestas, por lo general por medio de la fuerza, y los índices de aprobación actual de Putin a nivel nacional, que habían caído levemente, están de nuevo alrededor del 70%, según datos de la encuesta del Centro Levada publicados en noviembre.
Se trata de un índice más bajo que durante el período de euforia nacionalista que siguió la anexión de Crimea, pero sigue siendo notablemente elevado en un país cuyo crecimiento está estancado y que, según muchos, es probable que entre en recesión.
Envalentonado por el cambio de viento a favor de Rusia y de sí mismo, en una entrevista con The Financial Times, Putin dio por muerto el credo de gobierno de Occidente desde la Segunda Guerra Mundial y dijo que la democracia liberal había vivido "más que sus propósitos".
Cuando se hizo cargo del país tras la sorpresiva renuncia de Yeltsin el día de la víspera del nuevo milenio, Putin declaró su compromiso con un rumbo muy distinto del que finalmente tomó.
El guardián
Yeltsin se despidió en las escalinatas del Kremlin con el melancólico pedido de que "cuidara" a Rusia, y Putin apareció por televisión pocas horas después para dar su primer discurso de Año Nuevo a la nación, prometiendo "proteger la libertad de expresión, la libertad de conciencia, la libertad de prensa, el derecho a la propiedad, todos elementos fundamentales de una sociedad civilizada".
El mismo mensaje transmitió 18 meses después en un discurso histórico, el primero de un líder ruso ante el Reichstag, el Parlamento alemán, donde esbozó una visión de Rusia inextricablemente unida al destino de Europa y sus valores.
Hacia 2002, sin embargo, Putin ya parecía cansado de que Rusia fuese vista como un socio minoritario que pide por favor. "Rusia nunca ha sido tan fuerte como quiere serlo ni tan débil como piensan que es", advirtió. Amargado y desilusionado de Occidente por cuestiones de seguridad internacional, en 2007 Putin dio un discurso en Múnich en el que destiló resentimiento y bronca contra el unilateralismo de Estados Unidos y su desprecio por la oposición rusa a la expansión de la OTAN. "Nos llevan al borde del abismo de un conflicto armado tras otro", generando tanta inseguridad "que nadie se siente seguro", reprochó entonces.
Pero el verdadero punto de quiebre, según Pavlovsky, que por entonces trabajaba en el Kremlin, llegó un año después, con el colapso del sistema financiero global y la crisis de 2008.
"Para Putin, ese fue un umbral decisivo", dice Pavlovsky. "Hasta ese momento, él se orientaba hacia Estados Unidos. Por supuesto que no le gustaban los extremos a los que llegaba Estados Unidos alrededor del mundo, pero de todos modos veía a Estados Unidos como la gran economía que manejaba el sistema económico global. Pero de repente resultó que no era así: Estados Unidos no manejaba nada".
Para Putin, "ese fue el momento de la verdad -dice Pavlovsky-, el momento cuando se desvanecieron todas las normas".
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
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