El jubileo en honor a la reina Isabel también expone su creciente retroceso de la escena pública
Su ausencia en los actos de los dos últimos días es una metáfora del ocaso de su larga era en el trono; en muchos aspectos ya ha sido reemplazada por su hijo y heredero, Carlos
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LONDRES.– El Jubileo de Platino de la reina Isabel II se ha convertido en un homenaje sin homenajeada. Su ausencia es una metáfora patente del ocaso de la segunda era isabelina de Gran Bretaña, un limbo incómodo donde la reina de 96 años sigue en el trono, aunque en muchos aspectos ya ha sido remplazada por su primogénito y heredero, el príncipe Carlos.
Tras su aparición del jueves en el balcón del Palacio de Buckingham y de encender la almenara votiva de sus 70 años en el trono, la reina se salteó el servicio de acción de gracias del viernes en la Catedral de San Pablo. El palacio habló de “incomodidades” y de problemas de movilidad, que la han obligado a estar mayormente ausente de la escena pública.
Carlos cumplió el rol de reemplazo, una imagen que ya se volvió familiar: ocupó la poltrona de su madre en primera línea en la catedral, y esbozó una sonrisa cuando el arzobispo de York, Stephen Cottrell, dijo en referencia a la reina: “Nos pone contentos que siga al timón, y nos pone contentos que todavía haya para más”. Para cuánto más, por supuesto, es un misterio.
Y esa larga incertidumbre es un serio desafío para Carlos, que a los 73 años ya se convirtió en el heredero que más tiempo ha sido eso, heredero, en la historia británica. Su tácita transición al rol de soberano es una especie de “lanzamiento suave”, dicen los analistas de la realeza, y permite que los británicos se hagan a la idea de verlo como su rey. Pero como Buckingham se resiste a nombrarlo regente, los limites de sus facultades y deberes podrían ser constitucionalmente controvertidos.
“Hoy el príncipe Carlos es la cara visible y jefe de Estado de facto”, dice Peter Hunt, excorresponsal de la realeza de la BBC. “La frágil reina será básicamente una presencia virtual en nuestras vidas. Queda por resolver lo que pasará cuando ya no pueda cumplir con sus deberes centrales, como sus audiencias semanales con el primer ministro”.
El jubileo de cuatro días que concluye este domingo ha sido un fiel recordatorio de que la reina sigue siendo el miembro más popular de la familia real, con un 75% de aprobación según una reciente encuentra de YouGov. La secunda su nieto y príncipe Guillermo, con 66% de aprobación, mientras que Carlos consigue 50%, un guarismo que repuntó levemente durante el último año.
Para las miles de personas que se congregaron el jueves frente al Palacio de Buckingham, la reina era claramente la gran atracción. Su sorpresiva aparición inicial en el balcón para pasar revista a las tropas despertó una ovación. Y su ausencia en la Catedral de San Pablo, aunque no fue una sorpresa, debido a la prohibitiva logística del evento, fue una decepción para muchos.
Este sábado la policía tuvo que evacuar brevemente Trafalgar Square, tras detectar un vehículo sospechoso que agitó el fantasma de los atentados terroristas que sacudieron Londres años atrás. La policía determinó que el incidente no estaba relacionado con el terrorismo y la plaza fue reabierta al tránsito al mediodía.
En el servicio religioso del viernes, la lectura del Nuevo Testamento estuvo a cargo del primer ministro Boris Johnson, y la ceremonia fue en honor de la reina en tanto jefa de Estado. Allí estaban cinco de los primeros ministros con los que se reunió a lo largo de las décadas: John Major, Tony Blair, Gordon Brown, David Cameron y Theresa May.
“La reina ha sido la constante en medio de todas las vicisitudes”, dice Sharon Kent, que viajó desde Devon, en el sur de Inglaterra, para los festejos. “Para los patriotas y los que no lo son, ella siempre estuvo ahí”.
El viernes el palacio informó que la reina también se perdería el Epsom Derby, una carrera de caballos a la que asiste casi invariablemente desde hace décadas, tal vez el golpe más doloroso para Isabel, que adora los caballos. La reina, informó el palacio, pensaba ver la carrera por televisión desde el Castillo de Windsor, donde vive mayormente desde 2020, cuando la pandemia la obligó por primera vez a reducir su agenda pública.
Con la reina ausente, el centro de atención se trasladó inevitablemente a la generación más joven de la realeza, pero también fue inevitable que resurgieran las tensiones intergeneracionales que desde hace tiempo se filtran a través de los muros del palacio.
Ovación y abucheos
La entrada más aparatosa a la Catedral de San Pablo fue la del príncipe Harry y su esposa, Meghan, que fueron saludados con una ovación y algunos abucheos del público al bajarse de su Range Rover. Cuando ingresaron, todas las cabezas giraron para mirar a la pareja, que avanzó tomada de la mano por el pasillo central hasta llegar a sus asientos.
Fue el primer evento oficial de la realeza al que asiste la pareja desde que abandonó Gran Bretaña en medio de una pelea familiar, en especial con Carlos y con Guillermo. La ubicación de sus asientos hablaba a las claras su estatus actual, más periférico: estaban en el medio de la segunda fila, mezclados con las hijas del príncipe Andrés, el segundo hijo de la reina.
Pero esa ubicación un poco marginal les ahorró un cruce incómodo con Carlos y Guillermo cuando fueron escoltados a sus asientos de primera fila, al otro lado del pasillo, algo claramente pensado adrede por los meticulosos coreógrafos reales.
Andrés tampoco se hizo presente: según el palacio, había dado positivo de coronavirus. Su presencia en la catedral iba a ser su única participación pública en el jubileo, dado que ha sido básicamente desterrado de la vida pública por sus vínculos con el financista y delincuente sexual Jeffrey Epstein, ya fallecido.
Y como cada vez hay menos miembros de la realeza que trabajan para la corona, quien carga con el peso de cientos de apariciones públicas al año es el príncipe Carlos. El mes pasado, presidió la apertura del Parlamento, donde leyó con esmero el Discurso de la Reina, que establece las prioridades legislativas del gobierno. Y también tiene a su cargo las investiduras, en las que el palacio confiere títulos de caballero.
“Es una regencia por donde se la mire, menos en el nombre”, dice Ed Owens, un historiador especializado en la relación de la monarquía con los medios. “No tienen un plan de contingencia que les diga qué hacer cuando el monarca es tan anciano y tan frágil”, agregó.
Pero ese limbo podría ser una ventaja para Carlos, dice Owens. “Cuando llegue el día y ella muera, no habrá una gran sensación de ruptura, porque ya nos habremos acostumbrado a que Carlos cumpla esos roles”, señaló.
El peligro es que la transición dure tanto que Carlos no tenga suficiente tiempo, cuando finalmente se convierta en rey, para modernizar la institución. Fuentes internas del palacio dicen que Carlos tiene fuertes ideas sobre el futuro de la monarquía, algunas de las cuales, como reducir número de miembros de la realeza que cobran un sueldo por trabajar para la corona, ya son una realidad.
Además, Carlos tiene una larga historia de activismo ambientalista y contra el cambio climático, causas que Guillermo también abrazó. Esos temas nunca han sido más acuciantes que ahora, pero también enfrentan escollos: legisladores del Partido Conservador le exigen a Johnson una “agenda verde” menos ambiciosa, dadas las presiones económicas y el aumento de la inflación.
“El tema del medio ambiente puede generar tensiones políticas”, advirtió Owens. “Y llegado el caso, Carlos y Guillermo tendrían que cuidarse mucho al hablar de esos temas”.
Por ahora ese debate puede esperar, al menos mientras Gran Bretaña celebra siete décadas bajo una reina que, aunque mayormente ausente de su propio jubileo, sigue ahí entre bambalinas, siempre al timón.
Por Mark Landler
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
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