El intercambio de prisioneros entre Rusia y Occidente, con ecos del pasado de Putin en la KGB
Para el presidente, demostrar su lealtad a los servicios de inteligencia logrando la libertad de sus agentes pudo más que el riesgo político de liberar a figuras de la oposición
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NUEVA YORK.- Durante los cinco meses que pasó en una cárcel rusa, el campeón de los derechos humanos Oleg Orlov a veces se ponía nostálgico: ¿volvería a caminar libremente algún día, como parte de un acuerdo entre Rusia y Occidente?
Las chances de que el presidente Vladimir Putin aceptara algún día un intercambio como ese parecían tan remotas “como el titilar de una estrella lejana, muy lejana, apenas visible en el horizonte”, dijo esta semana Orlov, de 71 años. El pésimo estado de las relaciones entre Moscú y Occidente y la divergencia de sus intereses parecían obturar la delicada negociación necesaria para un acuerdo de semejante complejidad.
Pero la semana pasada su anhelo se concretó, como parte del intercambio de prisioneros de mayor alcance desde la Guerra Fría: Putin y su aliada Bielorrusia liberaron a Orlov y a otros 15 ciudadanos rusos, alemanes y norteamericanos a cambio de un asesino condenado y otros siete rusos liberados por Occidente. Y en ese momento Orlov volvió a constatar hasta qué punto el pasado de Putin en la KGB, la agencia de espionaje de la era soviética (hoy FSB), es un elemento central de la identidad del presidente ruso, y también para el tipo de país en el que quiere convertir a Rusia.
El intercambio se concretó “porque Putin es un hombre de la KGB, un hombre del FSB”, dijo Orlov en una entrevista telefónica cuatro días después de haber aterrizado en Colonia, Alemania.
El espionaje es un tema que Orlov conoce bien, ya que pasó décadas estudiando los crímenes de la policía secreta soviética como cofundador de Memorial, una agrupación de derechos humanos que recibió el Premio Nobel de la Paz 2022.
Putin fue agente de la KGB en Dresde, en lo que fue la República Democrática de Alemania (Alemania Oriental), en la década de 1980, y en la década de 1990 dirigió la agencia de inteligencia nacional que la sucedió, la FSB. Para Putin, dice Orlov, demostrar su lealtad al FSB y los demás servicios de inteligencia rusos logrando la libertad de sus agentes pudo más que el riesgo político de liberar a figuras de la oposición a las que el Kremlin tilda de traidoras.
El intercambio con siete países del jueves pasado –y el recibimiento de héroes que tuvieron en Moscú los rusos que regresaron, incluido un saludo personal de Putin sobre la alfombra roja– es el fiel reflejo del Estado de vigilancia que Putin ha construido. Pero también puso de relieve el costado negociador de su estilo de liderazgo, una característica que parece haber permanecido intacta a pesar de las agudas tensiones con Occidente por la guerra en Ucrania.
Fachada argentina
El lunes, la noticia destacada de uno de los noticieros de máxima audiencia de la televisión estatal rusa mostró hasta qué punto el legado de la KGB se ha vuelto parte central del mensaje de patriotismo e identidad nacional impulsado por el Kremlin. El segmento de noticias fue una entrevista exclusiva con dos de los espías liberados la semana pasada: una pareja enviada a Eslovenia por el servicio de inteligencia exterior SVR, otro de los herederos modernos de la KGB.
Anna Dultseva y Artem Dultsev se hicieron pasar por una pareja argentina emigrada a Eslovenia, y desempeñaron su papel tan celosamente que en su casa hasta hablaban en español con sus hijos. En la entrevista y hablando en ruso con dificultad –durante sus años de incógnito apenas habían hablado el idioma– Dultsev contó que en la cárcel eslovena donde estaba detenido había recibido la visita de un compañero agente del SVR que le transmitió saludos de Putin.
“Me dijo que Vladimir Vladimirovich y el SVR estaban haciendo todo lo posible por nuestra liberación”, recordó Dultsev, refiriéndose con toda formalidad al presidente ruso por su patronímico, a la usanza rusa.
Espías como los Dultsev “entregan toda su vida al servicio de la patria y hacen sacrificios que una persona normal no entendería, como tener que criar a sus hijos como católicos de habla hispana”, dijo el entrevistador. “Ahora tendrán que aprender sobre el borscht y nuestro Año Nuevo ruso”.
Dimitri Peskov, vocero del Kremlin, afirmó que el hijo y la hija de los Dultsev recién se enteraron de que eran rusos cuando estaban a bordo del avión rumbo a Moscú, después del intercambio. También confirmó que Vadim Krasikov, condenado por matar a un combatiente separatista checheno en un parque de Berlín en 2019 y liberado la semana pasada, pertenecía a la agencia de inteligencia nacional FSB y tenía un vínculo personal con Putin.
Rehenes
Pero más allá de celebrar el supuesto patriotismo y sacrificio hecho por los agentes de Rusia, desde el jueves pasado el discurso del Kremlin también transmite otro mensaje: que el buen espionaje también sabe hacer tratos con el enemigo. Aunque en la Rusia de Putin esos tratos muchas veces sean en base a lo que en Occidente es equivalente a una toma de rehenes, como en el caso de Evan Gershkovich, el periodista de The Wall Street Journal también liberado como parte del intercambio.
“Fue una dura partida de ajedrez jugada de acuerdo con los mejores libros de texto y tediosamente larga”, escribió después del intercambio Dimitri Medvedev, el expresidente ruso y actual el subdirector del Consejo de Seguridad Nacional, uno de los halcones más feroces del séquito de Putin.
Ante el interés que mostró Putin por llegar a un acuerdo, algunos analistas empezaron a especular con un enfoque similar de conversaciones secretas para lograr un alto el fuego en Ucrania. De hecho, aunque Rusia y Ucrania siguen en guerra, ya han negociado numerosos intercambios de prisioneros, incluidos al menos tres canjes entre mayo y julio, donde fueron liberados 520 soldados.
Los funcionarios occidentales que participaron en las conversaciones con Moscú le bajaron el precio a esa posibilidad, y dicen que el canje de prisioneros de la semana pasada fue resultado de una rara superposición de intereses entre Washington, Berlín y Moscú. En lo que respecta a Ucrania, aseguran que las dos partes siguen mucho más distanciadas.
Anton Troianovski
Traducción de Jaimer Arrambide
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