El insólito hotel construido entre dos países que fue un dolor de cabeza para los nazis
En la frontera entre Francia y Suiza se levanta el Arbez Franco-Suisse, un inusual hospedaje que jugó un rol importante durante la Segunda Guerra Mundial
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Alrededor del mundo son muchos los lugares que pueden sorprendernos por su historia, su ubicación y sus singularidades. Esas tres características son las que tiene el Hotel Arbez Franco-Suisse, sumada a una condición que lo hace único: la posibilidad de estar en dos países al mismo tiempo sin salir del hospedaje. Ubicado sobre la línea fronteriza que divide Francia de Suiza, cumplirá este año su primer siglo de existencia, y sus paredes resguardan los secretos de dos guerras.
El establecimiento se encuentra en el pintoresco pueblo de La Cure, situado sobre la frontera que separa las dos naciones: de un lado se considera suelo francés, dentro del municipio de Saint-Cergue, y del otro suizo, en la comuna de Les Rousses. Sin dudas esta peculiaridad despierta muchos interrogantes, y resulta ideal para turistas curiosos.
Los dueños que atienden a los pasajeros son los tataranietos del primer propietario del terreno, y mantuvieron la estructura original del edificio de tres plantas. En varias habitaciones es posible dormir con la cabeza en Suiza y los pies del lado francés, o despertar en una nación y lavarse los dientes en otra.
Los comienzos: tierra de nadie
La historia empieza en 1862, cuando la Francia napoleónica disputó con Suiza el Vallée des Dappes, una valiosa puerta de acceso hacia una ruta militar. Después de cinco décadas en conflicto, se firmó un nuevo tratado donde intercambiaron territorios de similares dimensiones, y como resultado, el pueblo de La Cure quedó dividido en dos.
El acuerdo estipulaba que cualquier estructura que fuese afectada por la disposición debía quedar “intacta”, asegurando que se respetarían las construcciones ya erigidas. Sin embargo, llevarlo a cabo implicó tres meses: en ese lapso, un hombre de negocios llamado Monsieur Ponthus decidió aprovechar la ambigüedad en torno a la ubicación de las tierras y construyó su casa justo en medio de la nueva frontera.
La intención de este empresario era concretar negocios transfronterizos con mayor facilidad, y rápidamente montó un bar del lado francés y un almacén del lado suizo. Para el momento en que quedó ratificado el tratado, el edificio era uno de los intocables por haber sido construido antes de que se pusiera en práctica la disposición.
Ponthus murió en 1895, y la tienda de comestibles existió hasta 1921. Luego Jules-Joseph Arbez compró la propiedad y lo transformó en lo que llamó “Le Franco-Suisse”, el mismo establecimiento que sigue en funcionamiento aún casi un siglo después. Aunque hubo varios intentos por revisar la cuestión de la división fronteriza, el panorama actual no tiene precedentes: los suizos lo consideran un lugar francés, y los franceses un territorio suizo.
Nazismo: un refugio en la planta alta
Durante la Segunda Guerra Mundial este hotel cumplió un rol histórico. En mayo de 1940, Francia fue ocupada por la Alemania Nazi, pero Suiza permaneció neutral durante todo el conflicto, y esto facilitó una insólita situación: las tropas alemanas tenían permitido hospedarse en la parte francesa, pero no podían cruzar al lado suizo.
Según cuentan los dueños del Franco-Suisse en su sitio oficial, mientras los soldados alemanes cenaban en el restaurante francés, había miembros de la resistencia francesa alojados en las habitaciones de arriba. Así se convirtió en un escondite seguro para judíos, combatientes, fugitivos y hasta pilotos ingleses, como lugar transitorio para planificar la huida a otra región más segura.
Lo que sucedía es que la frontera entre ambos países está a pocos escalones de distancia: la mitad de la escalera se considera Francia, y la mitad superior Suiza. Debido a esto los militares que portaran el símbolo nazi no tenían permitido subir a la planta alta, y cuando alguno de ellos quería ingresar por la fuerza, Max Arbez -hijo del primer dueño del hospedaje-, apelaba al acuerdo internacional y arriesgaba su vida para salvar a los huéspedes refugiados.
Max y su esposa Angèle facilitaron el escape de cientos de hombres y mujeres, y el mismísimo expresidente francés Charles de Gaulle les agradeció personalmente por sus actos de valentía y resistencia. Otro reconocimiento oficial llegó en 2012, cuando un judío holandés que fue salvado por el matrimonio quiso honrarlos.
Alexander Lande se acercó al memorial de Yad Vashem en Jerusalén para que reconocieran a Max Arbez, con la distinción conocida como “Justo entre las Naciones”, que se le otorga a las personas que aunque no profesen la fe judía se los considera seres “gentiles” merecedores de una recompensa divina. En febrero de 2013, Angèle, de 103 años, recibió la Medalla de Honor en nombre de su marido.
El punto final a otra guerra
Aquellos años oscuros de la historia no son el único antecedente bélico que envuelve a la propiedad. En los años 60, el hotel fue el escenario negociaciones históricas durante la guerra por la independencia de Argelia. Permanecieron en pugna durante ocho años, y se calcula que hubo medio millón de víctimas fatales que perdieron la vida en el marco de este conflicto.
La delegación argelina no quería entrar en territorio francés, y Francia se oponía a internacionalizar el conflicto negociando en el extranjero. La solución fue pactar varias reuniones en un lugar neutral, que de nuevo fue el Franco-Suisse. El enfrentamiento concluyó en 1962 con los Acuerdos de Evian, y las charlas previas a esta resolución tuvieron lugar en el mismo hospedaje.
Todas estas anécdotas hicieron que el dueño del establecimiento repensara el estatus del hotel. En tono de humorada decidió proclamar el lugar como “principado de Arbezienne”, y creó su propia bandera, con el logo triangular en honor a la forma del terreno, y un pino rojo sobre un fondo amarillo.
El promotor de la fundación del “país independiente” fue Edgar Faure, diputado de la Asamblea Francesa. A los pocos años el expresidente Charles de Gaulle visitó el lugar y se convirtió en el primer ciudadano honorífico del principado. Otros franceses que recibieron la “nacionalidad arbeziana” fueron el explorador Paul-Emile Victor, y el escritor Bernard Clavel.
Dos países en una misma habitación
Max Arbez falleció en 1992, y le dejó a su familia el legado de mantener vivos los valores que identifican al hotel. Actualmente la empresa francesa SARL Arbez Franco-Suisse administra los ingresos del alojamiento, que tiene dos direcciones postales y paga impuestos por igual en ambos países.
Al igual que en sus comienzos, la frontera franco-suiza pasa por la cocina, el restaurante, el pasillo y varias habitaciones. El comedor está decorado con las respectivas banderas de cada país: de un lado sirven especialidades suizas y del otro las delicatessen francesas; aunque algunas veces Francia y Suiza se unen en el plato.
En cuanto a los dormitorios, el tour internacional supera las expectativas: tres cuartos son completamente binacionales. En los dos primeros se puede dormir con la cabeza en Suiza y los pies en Francia, y la tercera se encuentra íntegramente en suelo suizo, pero el baño es territorio francés, así que se podría decir que es necesario cruzar una frontera para ir a cepillarse los dientes.
La suite de luna de miel está atravesada por la línea internacional, así que es posible celebrar el amor en ambos países sin salir del hotel. Más allá de los encantos que tiene la propiedad, las excursiones que se pueden realizar en los alrededores complementan la experiencia: zonas de esquí, senderismo, paseos en bote por el lago, con vistas a verdes paisajes.
Otro detalle a tener en cuenta es la moneda oficial: en la parte francesa rige el euro, y en la suiza el franco. La normativa legal les exige que los precios estén expuestos según el tipo de cambio vigente en su ubicación, y se encuentran exhibidos de esa forma, pero de ser necesario hacen la conversión y aceptan ambas monedas.
Desde el sitio web del hotel informan que pasar la noche en una de sus habitaciones por estos días cuesta desde 89 euros (lo que se traduciría en aproximadamente 10.000 pesos), hasta 129 euros (14.600 pesos). En plena pandemia de coronavirus el lugar se mantiene abierto y consigue sobreponerse a la crisis del rubro hotelero, ofreciendo lo mismo que hace casi 100 años: hospitalidad, habitaciones internacionales y retazos de la historia que cambió al mundo.
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