El hospital infantil de Niza, todavía dominado por el estupor y el desconsuelo
Tras la masacre, aún siguen internados 15 chicos, cinco de ellos en reanimación
NIZA.- Basilic tira frenéticamente de la correa y mira hacia la el Paseo de los Ingleses con ojos de perro apaleado. No es que Bernard, su cuidador, no quiera dejarlo cruzar. Es que la policía bloquea el acceso al lugar donde él quiere ir.
Basilic tiene cuatro años, el pelo manchado café con leche y es la mascota de Sylvain, uno de los 30 chicos que fueron internados el jueves por la noche en el hospital infantil de Lenval, víctimas del brutal atentado perpetrado por Mohammed Lahouaiej Bouhlel. De ese grupo inicial -cuyas edades oscilan entre seis meses y 18 años-, dos murieron poco después de llegar al hospital. Ayer por la tarde, 15 seguían internados, cinco de ellos en reanimación.
Por suerte, Sylvain parece estar fuera de peligro, pero no hay forma de convencer a Basilic de que en pocos días podría recuperar a su compañero.
En el hospital Lenval, únicamente pueden acceder familiares directos de los internados. Casi todos entran y salen con la cara desfigurada por el dolor y el desconsuelo. El llanto de algunos estremece por un instante a las decenas de periodistas apostados frente al moderno edificio de cemento y vidrio ubicado en la Avenue de la Californie. Otra parte de la prensa prefirió instalarse en el patio de entrada de ese establecimiento pediátrico imponente, el tercero más grande de Francia, convertido el jueves en epicentro de los primeros auxilios prodigados a los chicos después del atentado en el Paseo de los Ingleses.
Los cochecitos y monopatines abandonados hasta ayer cerca de la playa eran el testimonio perfecto: como sucede siempre en Francia, los fuegos artificiales del 14 de julio eran, sobre todo, una fiesta para los más chicos.
"¿En qué cerebro, incluso el más enfermo, puede caber que todos esos chicos merecen la muerte por infieles? ¡Pero si había cantidad de chicos musulmanes! ¿Qué saben ellos si esos pequeños eran herejes o no?", se indigna Bernard, que antes de jubilarse era maestro.
"Los chicos internados en Lenval sufren de fracturas y de traumatismos típicos del aplastamiento", explican los especialistas del hospital. Una célula psicológica acoge a los familiares, sobre todo a los pequeños hermanos y hermanas de las víctimas. Desde el jueves por la noche, nadie descansó ni una hora.
"Unos 60 especialistas fueron llamados con urgencia", precisan.
Frédéric Solla es cirujano ortopédico. El jueves recibió un SMS de alerta de "Plan Blanco", nombre que recibe el dispositivo de emergencia en hospitales, servicios de urgencia y salud pública. Con su auto "corrió como nunca en su vida" hasta el hospital, confesó ayer. "No todos los chicos padecían heridas muy graves, pero el shock emocional era intenso, y la cantidad de víctimas fue fuera de lo común", explicó.
Entre todos ellos se encontraba Sylvain, el dueño de Basilic. Con varios de sus amigos, estaba exactamente en la trayectoria del camión, relata su mamá, Marie-Elisabeth, por teléfono. El adolescente de 14 años sufrió una fractura abierta en la pierna y una fisura de menisco. "Porque, en el suelo, la multitud enloquecida le pasó por encima", dice la mujer. "Pero quedó sobre todo traumatizado psicológicamente. Los psicólogos no consiguen hacerlo hablar y se niega a salir del hospital", concluye en sollozos.
Pierre-Antoine Bouchar es el padre de Sophie, una chica de 16 años que fue el jueves con su mejor amiga al paseo, como todos sus compañeros de colegio a divertirse. Minutos después del ataque, la joven llamó a su madre aterrorizada.
"Le dijo: «Hay sangre por todas partes, cabezas cortadas, brazos desparramados? ¡Por favor vení a buscarme!»", relata. La pareja condujo de inmediato a la chica a Lenval, cruzando en el camino a decenas de otros padres que, bien avanzada la noche, buscaban desesperados a sus hijos, perdidos en el movimiento de pánico que provocó el ataque.
"Abu, ¿fue todo un sueño, no? ¿Estuvimos soñando, no?". Eso fue lo primero que Matías (6 años) balbuceó cuando se despertó en el hospital. Dos horas antes, el camión blanco lanzado en una carrera desenfrenada lo había proyectado sobre la calzada, haciéndole perder el conocimiento. Como otras miles de personas, el chico y su abuelo habían ido el jueves por la noche al Paseo de los Ingleses.
El teléfono de Stéphanie Simpson no deja de sonar. La directora de la comunicación de Lenval responde con una infinita suavidad, en varios idiomas, desde hace casi tres días.
Como Stéphanie, a pesar del cansancio, de las lágrimas que brotan sin avisar, los médicos y el resto del personal siguen esforzándose en acompañar a las familias desamparadas.
"Algunos parecen robots, siguen en estado de estupor, sin llegar a comprender lo que acaba de suceder", explica Simpson. "Imagínese, sus hijos yacen heridos por tierra, como muñecos desarticulados, cuando un instante antes todos reían y se sacaban fotos?", concluye.
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