El horror de perder la familia a manos de quien debía cuidarla
Por protección, Samad vivía cerca de una base de EE.UU., pero un soldado mató a su mujer e hijos.
PANJWAI, Afganistán.- Inicialmente desplazado por la guerra, finalmente el año pasado Abdul Samad se mudó con su numerosa familia de vuelta a su hogar en Panjwai, un explosivo distrito del sur de Afganistán. Tenía miedo de los talibanes, pero su nueva casa estaba situada en las inmediaciones de una base aérea norteamericana, que lo hacía sentir a salvo.
Pero el domingo pasado a la mañana, cuando Samad, de 60 años, entró en su casa de adobe y encontró a 11 de sus familiares desparramados por toda la vivienda, con disparos en la cabeza, apuñalados y quemados, se enteró de que el culpable no era la insurgencia talibana. El sospechoso de la masacre era un sargento estadounidense de 38 años, que se había escabullido de la base para matar.
El soldado está acusado de matar a 16 personas en una masacre que empañó aún más las tensas relaciones entre Afganistán y Estados Unidos, y devastó a Samad, un respetado miembro de su aldea, cuyos cansados ojos alternan ahora entre las lágrimas de dolor y el fuego de la furia.
Tras haber sido un convencido partidario de la ofensiva contra los talibanes, Samad ahora insiste en que los norteamericanos deben irse. "No sé por qué los mataron", dice este hombre bajito y endeble, de barba y turbante blancos, mientras se esfuerza por hacerse a la idea de haber perdido a su esposa, ocho hijos pequeños y otros dos familiares.
"Nuestro gobierno primero nos pide que volvamos a nuestros pueblos, y después deja que los norteamericanos nos maten", insiste frente a la base militar conocida como Camp Belambay, rodeado de los enfurecidos vecinos que lo acompañaron para brindarle su apoyo.
Después de años de guerra, Samad, un granjero pobre, se había mostrado reacio a regresar a su hogar en Panjwai. Pero a diferencia de otros desplazados que se quedaron en la ciudad de Kandahar, a 25 kilómetros, decidió escuchar al gobernador de la provincia y al ejército afgano, que alentaban a los residentes a regresar y les aseguraban que las fuerzas norteamericanas los protegerían.
Los soldados norteamericanos tuvieron que combatir ferozmente estos últimos dos años para despejar de milicianos talibanes las aldeas de adobe, que, como la de Samad, se esparcen por la región. Durante ese tiempo, también se esforzaron por ganarse la confianza de los afganos que viven en el distrito, muchos de los cuales desconfiaban de los extranjeros y temían que los talibanes tarde o temprano regresarían y se cobrarían venganza.
Si bien los talibanes han retrocedido, los aldeanos aseguran que siguen en actividad. "Los talibanes atacan las bases y plantan minas, y cuando son agredidas, las bases abren fuego con sus morteros indiscriminadamente sobre las aldeas", dice Malak Mohammed Mama, de 50 años, un aldeano que ahora vive en Kandahar.
En ese contexto, el soldado abandonó la base y caminó dos kilómetros hacia el Sur hasta la aldea de Samad. El padre de familia y su hijo adolescente sobrevivieron porque habían viajado al pueblo cercano de Spinbaldak. Cuando el hombre volvió a su casa, encontró a los vecinos apagando el fuego que consumía el cuerpo de sus familiares. Una vecina le dijo que había escuchado una explosión, los gritos y los disparos que se produjeron cuando el soldado irrumpió en la vivienda y persiguió a su esposa de habitación en habitación.
Las mujeres y algunos de los niños fueron apuñalados, cuentan los aldeanos, y después fueron cubiertos con mantas y prendidos fuego para ocultar las heridas. Luego el soldado fue hasta otra aldea, donde atacó el hogar de Hajji-Sayed Jan, de 45 años, un campesino que había escapado tres veces a Kandahar durante los años de guerra, pero que había traído a su familia de vuelta al pueblo porque no podían permitirse vivir en la ciudad, aseguraron sus vecinos.
Esa noche Jan se encontraba en Kandahar y logró sobrevivir, pero su esposa, su sobrino, su nieto y su hermano fueron asesinados. Después, y siempre en la misma aldea, el soldado ingresó en otra vivienda y mató a tiros a Mohammed Dawoud, un granjero de 55 años, cuando salía de una de las habitaciones.
Samad cree que la lección que dejaba la masacre era muy clara: los norteamericanos deberían irse. El domingo después de los asesinatos, el presidente Hamid Karzai se comunicó con Samad, quien le contestó con un hilo de voz. "Desháganse de los norteamericanos o mátennos directamente a todos", le dijo.
Traducción de Jaime Arrambide
Ataque sorpresa contra una misión oficial
KABUL (Reuters).- Una delegación del gobierno de Afganistán que integraban dos hermanos del presidente Hamid Karzai fue atacada ayer por presuntos militantes de las fuerzas insurgentes cuando investigaba la masacre del domingo de 16 civiles a manos de un soldado norteamericano. Los hermanos del mandatario afgano resultaron ilesos en el breve tiroteo, efectuado durante una reunión en una mezquita del distrito de Panjwayi, en la provincia de Kandahar, pero fueron heridos un soldado y un civil. La zona es un bastión de los talibanes.
Graham Bowley y Taimoor Shah
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