El hombre que murió como un vencedor
CIUDAD DE MÉXICO.-Ocurrió hace exactamente 60 años. A primera hora del 25 de noviembre de 1956, bajo una lluvia fría, el Granma abandonó la costa de Veracruz para hacer historia. A bordo iban 82 jóvenes revolucionarios a los que México, tras interrogar a sus líderes, había dejado partir. Iban rumbo a Cuba, pero en contra de lo que durante décadas se ha dicho y repetido, ese barco de 13,25 metros de eslora jamás llegó a su destino.
Terminada la travesía, es cierto que hubo una revolución y triunfó un líder. Fidel Alejandro Castro Ruz emergió para la historia como El Comandante. Desmesurado y carismático, sus discursos igual cautivaron a la izquierda europea que incendiaron las selvas latinoamericanas. Durante décadas, Cuba y su juego sincopado de marxismo y autocracia alimentaron a las guerrillas, hicieron tambalear gobiernos, atravesaron muros de regímenes muchas veces peores que el suyo. Con sus escasas pero bien organizadas fuerzas lanzaron un pulso al mundo occidental.
Pero los resultados fueron tristes, muy alejados de la utopía de aquellos que subieron al Granma. El sueño nunca se cumplió y, de algún modo, el barco no llegó a puerto. Castro, más que salvar a su patria, construyó un régimen a su imagen y semejanza. Decidió encarnarse en revolución y cerró la puerta a todo cambio. La misma Cuba se hundió lejos de sí misma. Sin democracia, sometida a un sistema represivo y paranoide, su ultradependiente economía se desmoronó y perdió el tren de la tecnología hasta convertirse en un parque arqueológico del socialismo del siglo XX.
En todo este tiempo, Castro sobrevivió a su propia catástrofe. Insomne y locuaz, nada pudo con él. Ni la presión de LA NACION más poderosa del mundo ni el colapso del imperio que alimentó la pesadilla soviética. Por delante de él, pasaron una decena de presidentes de los Estados Unidos, una era glaciar entera y la locura de la crisis de misiles. El siglo XX en pleno se agotó mientras encanecía enrocado en su fortín. Incluso cuando los Estados Unidos, con Barack Obama al frente, puso fin al histórico pulso, mostró su distancia. Tampoco la enfermedad, aunque le apartó desde 2006 de la política diaria, quebró su voluntad. De pie en su isla, El Comandante se mantuvo firme e irradió su autoridad. Hasta este viernes a las 22.29. Justo un 25 de noviembre. El mismo día en que el Granma había abandonado, seis décadas antes, las costas de México para dar comienzo a la revolución.
Fidel Castro murió como un vencedor. En la cama y loado por el régimen que fundó. Fue su propio hermano quien, con uniforme de general, dio la nueva a América y al mundo. Hoy, el cuerpo del líder será incinerado. A buen seguro, sus cenizas se emplearán para enardecer a las masas antes de su entierro, el 4 de diciembre. Entretanto, quizás alguien decida tomar un puñado y lanzarlas al mar. A esas aguas infestadas de tiburones que en 1956 cruzaron 82 jóvenes idealistas y donde el Granma se perdió buscando su destino. Un mundo mejor.