En 2015, Park fundó Keun Saem con su esposa para enviar suministros de esta peculiar manera a la provincia de Hwanghae, conocé en esta nota más detalles sobre su increíble historia
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El sol brillaba, pero el aire todavía estaba frío en la isla Seokmodo, Corea del Sur, en abril. Park Jung-oh estaba de pie en la orilla del mar arrojando al agua botellas de plástico llenas de arroz con Corea del Norte como destino final.
Aunque Park estuvo enviando estas botellas durante casi una década, no había podido hacerlo abiertamente desde junio de 2020, cuando Corea del Sur prohibió el envío de material “anti-Corea del Norte” a través de la frontera.
“Enviamos las botellas porque la gente de la misma nación se muere de hambre. ¿Está tan mal?”, preguntó el hombre de 56 años. Aunque en septiembre pasado el Tribunal Constitucional anuló la prohibición, Park no quiso llamar la atención de inmediato.
Esperó durante meses y finalmente eligió el 9 de abril para volver a arrojar botellas de plástico a plena luz del día. Se pronosticaba que el flujo y reflujo del mar sería más pronunciado, de modo que las botellas podrían llegar más rápido al Norte. “Significó un nuevo comienzo para mi activismo”, explicó.
Park abandonó Corea del Norte hace 26 años. Su padre era un espía de ese país que decidió huir al Sur, por lo que toda la familia se vio obligada a desertar. El régimen desató una campaña de difamación y prometió perseguir a todos y cada uno de ellos.
Cuando Park vivía en el Norte, veía a menudo en la calle cadáveres de personas que morían de hambre. Quedó atónito cuando un misionero que viajaba con frecuencia a China le contó como soldados, portando armas de fuego, descendían a la provincia norcoreana de Hwanghae y se llevaban todos los granos durante la temporada de cosecha. Él nunca antes había oído hablar de alguien que muriera de hambre en esa rica zona productora de arroz.
Activismo en botellas
En 2015, Park fundó Keun Saem con su esposa para enviar suministros en botellas de plástico a la provincia de Hwanghae. Consultaron a navegantes locales y al Instituto Coreano de Ciencia y Tecnología Oceánicas sobre los horarios de las mareas altas, y fue así como aprendieron que en los días en que el agua fluye más rápido, solo se necesitan unas cuatro horas para que lleguen a Corea del Norte.
Además de un kilo de arroz, la botella de plástico de dos litros también contiene una USB con canciones de K-pop, K-drama ambientado en el Norte, videos que comparan a las dos Coreas y una copia digital de la Biblia. Dado que los dispositivos electrónicos como computadoras y teléfonos móviles se han vuelto comunes, Park cree que acceder a dichos contenidos no debería ser difícil para los norcoreanos.
“Mucha gente piensa que no hay electricidad en Corea del Norte, pero he oído que hay muchos paneles solares que llegan a través de China, que pueden usarse para cargar baterías, especialmente durante el verano”.
A veces, en cada botella se incluye un billete de un dólar estadounidense para que los destinatarios puedan cambiarlo por moneda china o norcoreana. El año pasado, el tipo de cambio oficial era de 160 wones norcoreanos por un dólar estadounidense. Se sabe que el cambio en el mercado negro es más de 50 veces mayor.
Durante la pandemia, Park y su esposa colocaron analgésicos y tapabocas en el interior de las botellas, suministros muy necesarios porque Corea del Norte estaba aislada del resto del mundo. Pero, la pareja solo pudo enviar las botellas en secreto debido a la prohibición, que entró en vigor en diciembre de 2020.
Meses antes, la poderosa hermana del líder Kim Jong-un, Kim Yo-jong, emitió una advertencia a los activistas que enviaran folletos contra Corea del Norte, acusándolos de violar los acuerdos intercoreanos. Días después, el Norte destruyó la simbólica oficina de enlace conjunta en Kaesong, una ciudad cercana a la zona desmilitarizada.
La ley resultó ser muy controvertida. Los críticos lo llamaron el “decreto de Kim Yo-jong”, acusando al Gobierno del expresidente Moon Jae-in de estar demasiado ansioso por apaciguar al Norte; mientras que las autoridades lo defendieron, diciendo que era para proteger la seguridad de las zonas fronterizas y estabilizar las relaciones intercoreanas. “Nos trataron como criminales”, recordó Park. “Fui y volví a la comisaría durante casi tres años. Me sentía exhausto y atormentado”.
Difícil pero no imposible
A pesar de la revocación de la prohibición, a Park le resulta más difícil enviar botellas hoy en día. Las iglesias y las organizaciones de derechos humanos solían hacer donaciones, que desde entonces se agotaron. Otros desertores también quieren enviar estas botellas a su tierra natal, por lo que cada uno de ellos aporta 200.000 wones (unos US$147) cada vez.
Su relación con los lugareños también se deterioró después de la legislación de 2020, pues algunos creen que lo que hace Park amenaza su seguridad. Antes su activismo no despertaba tanta sospecha, incluso el jefe de un pueblo cercano solía aconsejarles los mejores lugares para arrojar las botellas y, en ocasiones, se unía a la jornada.
Esta vez, Park tuvo que arrojar las botellas bajo la atenta mirada de una docena de policías, marines y soldados. Los agentes estaban dispuestos a actuar como mediadores, pero también le preguntaban una y otra vez si había algo confidencial o sensible en el interior de las botellas Pero, él nunca ha pensado en darse por vencido.
“Una vez escuché que una norcoreana sospechó del arroz dentro de la botella, así que lo preparó al vapor y se lo dio a un perro. Y como el perro estaba bien, probó el arroz y pensó que la calidad era muy buena. Entonces, lo vendió a un precio alto y compró una gran cantidad de cultivos baratos como maíz”, contó Park.
Una familia de nueve personas que desertó del Norte a principios de 2023 dijo que habían recibido las botellas y le enviaron a Park un mensaje de agradecimiento a través de otro desertor. Hace cuatro años, otra desertora también le agradeció que le hubiera salvado la vida enviándole las botellas.
Park no conoció personalmente a ninguno de los destinatarios, ya que solo quería ayudar a la gente, no buscar elogios. “Los norcoreanos están aislados del mundo exterior. Obedecen al Estado sin cuestionar, temiendo las consecuencias de la disidencia”, dijo. “Esto es lo mínimo que puedo hacer para ayudarlos”.
*Por Rachel Lee
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